/ sábado 6 de abril de 2019

Las transformaciones

Toda nueva “transformación” no es más que una modificación arbitraria de algún viejo error a criterio de los nuevos gobernantes, y quienes la emprenden son los mismos derrotados y frustrados individuos de ayer, por lo que cualquier defecto de cualquier nueva institución puede atribuirse, con justa razón, a individuos impreparados, escogidos por la ignorancia, arrogancia y prepotencia del que se ve y se siente el redentor y el mesías “de la patria”.

Muchas veces, el pueblo se vuelve más resistente a la opresión cuando el grado de opresión es menor, y puesto que casi todas las tradiciones y convencionalismos han desaparecido en estos últimos tiempos, ya nada queda contra qué revolucionar, a menos que sea contra el hábito de estar revolucionando, transformando.

Una sola verdad que no puede demostrarse sola no es verdad. Los programas políticos que no pueden llevarse a cabo sino por medio de la retórica, del populismo, del engaño y la mentira, no pueden perdurar. De aventuras políticas como las que estamos viviendo, volvemos a veces en una camilla… si tenemos la suerte de volver.

La lucha de clases, de nuevo de moda en nuestro país (nosotros los buenos, los pobres, los explotados ustedes los malos, los ricos, los corruptos, los fifís) en realidad no le deja al pueblo ninguna ventaja permanente, pues toda transformación basada en el odio y la lucha de clases no puede durar, pues la humanidad, tarde o temprano, siempre vuelve al lado de la ley, aunque ésta haya sido modificada al antojo por los que están en el poder.

Si el que se dice transformador alcanza el éxito definitivamente y se convierte en un gobierno, “porque el pueblo arbitrariamente sabio y bueno, así lo decidió”, lo más natural es que exista una revolución indefinidamente.

El socialismo que se pretende instaurar en nuestro país (para acabar con el neoliberalismo), está lleno de odios con los que nuestros nuevos políticos halagan “al pueblo” a las masas, y sólo podría dar los frutos que pretenden si se cambiara la condición natural del hombre y del mundo, y ha sido tan inefectivo y engañoso que los mismos pobres lo están rechazando. No ha servido más que para enriquecer a quienes se los predican sin practicarlo.

Los hombres, tratando de competir con otros, aún sin amarse, han hecho por el mundo mucho más que aquellos que hipócritamente hablan de amor, fraternidad universal; que creyéndose profetas y nuevos mesías, pero que son claramente falsos, que se dicen ser ahora “del pueblo” y que podrían morir por él, en realidad sólo se ocupan de crear dificultades para todos.

Está demostrado que la transformación al comunismo puede empobrecer al rico, pero no enriquecer al pobre. Y sí, en alguna época cuando éramos jóvenes e ignorantes, pudimos haber comulgado con el socialismo, pero nos retiramos de él en cuanto nos desengañamos y dejamos ahí a los que no tienen remedio, porque un estado de cosas que cada día nos trae nuevas dificultades, no es apetecible para nadie.

Toda nueva “transformación” no es más que una modificación arbitraria de algún viejo error a criterio de los nuevos gobernantes, y quienes la emprenden son los mismos derrotados y frustrados individuos de ayer, por lo que cualquier defecto de cualquier nueva institución puede atribuirse, con justa razón, a individuos impreparados, escogidos por la ignorancia, arrogancia y prepotencia del que se ve y se siente el redentor y el mesías “de la patria”.

Muchas veces, el pueblo se vuelve más resistente a la opresión cuando el grado de opresión es menor, y puesto que casi todas las tradiciones y convencionalismos han desaparecido en estos últimos tiempos, ya nada queda contra qué revolucionar, a menos que sea contra el hábito de estar revolucionando, transformando.

Una sola verdad que no puede demostrarse sola no es verdad. Los programas políticos que no pueden llevarse a cabo sino por medio de la retórica, del populismo, del engaño y la mentira, no pueden perdurar. De aventuras políticas como las que estamos viviendo, volvemos a veces en una camilla… si tenemos la suerte de volver.

La lucha de clases, de nuevo de moda en nuestro país (nosotros los buenos, los pobres, los explotados ustedes los malos, los ricos, los corruptos, los fifís) en realidad no le deja al pueblo ninguna ventaja permanente, pues toda transformación basada en el odio y la lucha de clases no puede durar, pues la humanidad, tarde o temprano, siempre vuelve al lado de la ley, aunque ésta haya sido modificada al antojo por los que están en el poder.

Si el que se dice transformador alcanza el éxito definitivamente y se convierte en un gobierno, “porque el pueblo arbitrariamente sabio y bueno, así lo decidió”, lo más natural es que exista una revolución indefinidamente.

El socialismo que se pretende instaurar en nuestro país (para acabar con el neoliberalismo), está lleno de odios con los que nuestros nuevos políticos halagan “al pueblo” a las masas, y sólo podría dar los frutos que pretenden si se cambiara la condición natural del hombre y del mundo, y ha sido tan inefectivo y engañoso que los mismos pobres lo están rechazando. No ha servido más que para enriquecer a quienes se los predican sin practicarlo.

Los hombres, tratando de competir con otros, aún sin amarse, han hecho por el mundo mucho más que aquellos que hipócritamente hablan de amor, fraternidad universal; que creyéndose profetas y nuevos mesías, pero que son claramente falsos, que se dicen ser ahora “del pueblo” y que podrían morir por él, en realidad sólo se ocupan de crear dificultades para todos.

Está demostrado que la transformación al comunismo puede empobrecer al rico, pero no enriquecer al pobre. Y sí, en alguna época cuando éramos jóvenes e ignorantes, pudimos haber comulgado con el socialismo, pero nos retiramos de él en cuanto nos desengañamos y dejamos ahí a los que no tienen remedio, porque un estado de cosas que cada día nos trae nuevas dificultades, no es apetecible para nadie.