/ miércoles 19 de agosto de 2020

Lo complicado de la vida… ¿o de nosotros?

Escuché de nuevo, hace poco, que alguien se quejaba amargamente de lo complicada que es la vida y lo imposible para resolver los problemas. Sin entrar en terrenos filosóficos me pregunto: ¿En verdad la vida es complicada, o somos nosotros los que la complicamos?

Creo que debe haber dos posiciones, indudablemente, en ese sentido: La vida puede estar llena de complicaciones o, dos, llena de oportunidades. Depende de cómo se vea. Sencillo escribirlo, pero en la práctica se necesita cabeza fría para aterrizarlo. ¿Por qué nos complicamos tanto la existencia? Es una pregunta que hacemos con frecuencia y pocas veces nos detenemos a pensar que los complicados somos nosotros.

La vida, sin temor a equivocarme, es una gran oportunidad y todos los días construimos el destino que cada quien desea, pero también es cierto que la vida está llena de retos y problemas y es justamente donde necesitamos demostrar que, como seres pensantes, tenemos la capacidad de resolverlos.

¿Por qué nos complicamos la vida? Porque voluntaria o involuntariamente huimos de las cosas comunes para hacer que los pequeños problemas se conviertan en grandes conflictos y porque hoy todo lo queremos hacer más difícil cuando en realidad son detalles que pueden ser simples.

En una plática con un grupo de estudiantes les mostré varias facetas del comportamiento adolescente y les comenté que nadie somos iguales en todas partes. Dije, por ejemplo, que una persona que tiene tendencias por el grafiti, lo practica en la calle, en las bardas o en cualquier parte, pero jamás va a “grafitear” su recámara o la habitación de sus padres.

Les causó risa cuando dije que he sido testigo en una sala de cine, de la presencia de grupos de muchachos que llegan a “ver” la película y lo primero que hacen es subir los pies en la butaca de enfrente, sin importar que la persona que está sentada ahí se incomoda por tener los zapatos de otro en las orejas.

Y luego pregunté: ¿Por qué no llegas a tu casa y subes los pies en la mesa donde vas a comer? ¿Por qué no llegas a tu casa y grabas tu nombre en la silla donde estás sentado? ¿Por qué lo haces en el pupitre de tu escuela? Después puse otro ejemplo: Cuando llegas a la casa de tus amigos, subes el volumen del estéreo del coche lo más alto posible sin importar que los vecinos no tenemos la culpa del escándalo. ¿Por qué no llegas a tu casa y haces lo mismo?

Nos complicamos la vida porque tenemos graves problemas para entender al prójimo y no nos importa molestar a otros mientras nosotros estemos bien, en todos sentidos.

La mayor parte de mis amigos son padres de adolescentes y la queja generalizada es que sus hijos son complicados; ¿no estaremos satanizando la edad de nuestros muchachos? Recuerda que tú y yo fuimos adolescentes y pasamos ésos y otros problemas, por lo tanto, los complicados podemos ser nosotros porque si pasamos por esa edad, lo más sencillo sería que conocemos la etapa como para poder resolver las broncas sin tantos rodeos.

Pero tenemos miedo a enfrentar los problemas, tenemos miedo a que los muchachos nos atrapen en sus constantes chantajes y nos hagan más vulnerables de lo que ya somos; el punto es que somos demasiado protectores, muy débiles para poner orden y muy defensores cuando otros corrigen a nuestros hijos.

Los padres de ahora queremos resolver todo con dinero, con comodidades y con alternativas simplistas con tal de no meternos en problemas, ni complicarnos la vida; hemos optado por la intolerancia para no convivir con los muchachos, por eso los entretenemos con aparatos electrónicos en lugar de jugar con ellos beisbol.

Les compramos modernas consolas de videojuegos porque no tenemos tiempo para salir al parque, pues nuestro trabajo y agenda así lo ordenan; queremos que se la pasen viendo televisión para que no nos molesten y les ofrecemos la más alta tecnología en computadoras para que ocupen todo su tiempo en internet, en vez de hablar con ellos.

Les “ayudamos” a resolver sus problemas de investigación a través de la red cibernética, en vez de inducirlos a leer un libro; nuestros hijos ya no investigan temas de Ciencia o Ecología, porque tienen a su alcance la consulta electrónica con sólo oprimir un dedo.

¿Quiénes complicamos la vida? Nuestros hijos ahora pueden “hablar” con sus amigos en Holanda, China, Estados Unidos o Francia a través de las redes sociales, pero no son capaces de hablar con nosotros que estamos ahí, a medio metro de distancia. Lo he dicho y lo sostengo: Nuestros hijos no quieren hablar porque nosotros no queremos escuchar. Complicamos hasta eso: la comunicación.

Les hemos resuelto la vida a nuestros hijos y eso nos lleva a complicarles su futuro, porque dentro de poco, cuando sean libres, adultos y profesionistas, tendrán que enfrentarse a una realidad que se llama vida, y ésa no se consigue en la esquina, o en una tienda de abarrotes.

La vida se construye, se nutre y se conserva con la tenacidad, con amor, honestidad y sobre todo respeto. Creemos estar dando a nuestros hijos los satisfactores indispensables, y lo que estamos haciendo es complicándoles el futuro, porque ellos no conocen el hambre, ni el frío; tienen el refrigerador lleno las 24 horas del día y un botón enciende la calefacción o les ofrece temperaturas agradables en verano. Por eso mi pregunta siempre será: ¿La vida es complicada, o somos nosotros los que la complicamos? Son sólo cosas comunes.

Escuché de nuevo, hace poco, que alguien se quejaba amargamente de lo complicada que es la vida y lo imposible para resolver los problemas. Sin entrar en terrenos filosóficos me pregunto: ¿En verdad la vida es complicada, o somos nosotros los que la complicamos?

Creo que debe haber dos posiciones, indudablemente, en ese sentido: La vida puede estar llena de complicaciones o, dos, llena de oportunidades. Depende de cómo se vea. Sencillo escribirlo, pero en la práctica se necesita cabeza fría para aterrizarlo. ¿Por qué nos complicamos tanto la existencia? Es una pregunta que hacemos con frecuencia y pocas veces nos detenemos a pensar que los complicados somos nosotros.

La vida, sin temor a equivocarme, es una gran oportunidad y todos los días construimos el destino que cada quien desea, pero también es cierto que la vida está llena de retos y problemas y es justamente donde necesitamos demostrar que, como seres pensantes, tenemos la capacidad de resolverlos.

¿Por qué nos complicamos la vida? Porque voluntaria o involuntariamente huimos de las cosas comunes para hacer que los pequeños problemas se conviertan en grandes conflictos y porque hoy todo lo queremos hacer más difícil cuando en realidad son detalles que pueden ser simples.

En una plática con un grupo de estudiantes les mostré varias facetas del comportamiento adolescente y les comenté que nadie somos iguales en todas partes. Dije, por ejemplo, que una persona que tiene tendencias por el grafiti, lo practica en la calle, en las bardas o en cualquier parte, pero jamás va a “grafitear” su recámara o la habitación de sus padres.

Les causó risa cuando dije que he sido testigo en una sala de cine, de la presencia de grupos de muchachos que llegan a “ver” la película y lo primero que hacen es subir los pies en la butaca de enfrente, sin importar que la persona que está sentada ahí se incomoda por tener los zapatos de otro en las orejas.

Y luego pregunté: ¿Por qué no llegas a tu casa y subes los pies en la mesa donde vas a comer? ¿Por qué no llegas a tu casa y grabas tu nombre en la silla donde estás sentado? ¿Por qué lo haces en el pupitre de tu escuela? Después puse otro ejemplo: Cuando llegas a la casa de tus amigos, subes el volumen del estéreo del coche lo más alto posible sin importar que los vecinos no tenemos la culpa del escándalo. ¿Por qué no llegas a tu casa y haces lo mismo?

Nos complicamos la vida porque tenemos graves problemas para entender al prójimo y no nos importa molestar a otros mientras nosotros estemos bien, en todos sentidos.

La mayor parte de mis amigos son padres de adolescentes y la queja generalizada es que sus hijos son complicados; ¿no estaremos satanizando la edad de nuestros muchachos? Recuerda que tú y yo fuimos adolescentes y pasamos ésos y otros problemas, por lo tanto, los complicados podemos ser nosotros porque si pasamos por esa edad, lo más sencillo sería que conocemos la etapa como para poder resolver las broncas sin tantos rodeos.

Pero tenemos miedo a enfrentar los problemas, tenemos miedo a que los muchachos nos atrapen en sus constantes chantajes y nos hagan más vulnerables de lo que ya somos; el punto es que somos demasiado protectores, muy débiles para poner orden y muy defensores cuando otros corrigen a nuestros hijos.

Los padres de ahora queremos resolver todo con dinero, con comodidades y con alternativas simplistas con tal de no meternos en problemas, ni complicarnos la vida; hemos optado por la intolerancia para no convivir con los muchachos, por eso los entretenemos con aparatos electrónicos en lugar de jugar con ellos beisbol.

Les compramos modernas consolas de videojuegos porque no tenemos tiempo para salir al parque, pues nuestro trabajo y agenda así lo ordenan; queremos que se la pasen viendo televisión para que no nos molesten y les ofrecemos la más alta tecnología en computadoras para que ocupen todo su tiempo en internet, en vez de hablar con ellos.

Les “ayudamos” a resolver sus problemas de investigación a través de la red cibernética, en vez de inducirlos a leer un libro; nuestros hijos ya no investigan temas de Ciencia o Ecología, porque tienen a su alcance la consulta electrónica con sólo oprimir un dedo.

¿Quiénes complicamos la vida? Nuestros hijos ahora pueden “hablar” con sus amigos en Holanda, China, Estados Unidos o Francia a través de las redes sociales, pero no son capaces de hablar con nosotros que estamos ahí, a medio metro de distancia. Lo he dicho y lo sostengo: Nuestros hijos no quieren hablar porque nosotros no queremos escuchar. Complicamos hasta eso: la comunicación.

Les hemos resuelto la vida a nuestros hijos y eso nos lleva a complicarles su futuro, porque dentro de poco, cuando sean libres, adultos y profesionistas, tendrán que enfrentarse a una realidad que se llama vida, y ésa no se consigue en la esquina, o en una tienda de abarrotes.

La vida se construye, se nutre y se conserva con la tenacidad, con amor, honestidad y sobre todo respeto. Creemos estar dando a nuestros hijos los satisfactores indispensables, y lo que estamos haciendo es complicándoles el futuro, porque ellos no conocen el hambre, ni el frío; tienen el refrigerador lleno las 24 horas del día y un botón enciende la calefacción o les ofrece temperaturas agradables en verano. Por eso mi pregunta siempre será: ¿La vida es complicada, o somos nosotros los que la complicamos? Son sólo cosas comunes.

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