/ martes 13 de agosto de 2019

Los discursos de odio

Cuando se pronuncia un discurso de odio puede incidir en el comportamiento de otra persona, se repliquen las ideas y se actúe conforme a ellas. Tan poderoso es el uso del lenguaje que, transformado en acciones, puede matar. Temas que incitan a estos mensajes son: la legalización del aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, las políticas migratorias, xenofobia, entre muchos otros. De acuerdo con la Unesco, son expresiones utilizadas a diferentes niveles para acosar, perseguir, segregar, justificar la violencia o la privación del ejercicio de un derecho; generan ambientes de prejuicios e intolerancia que incentivan la discriminación, la hostilidad, los ataques violentos o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición social. Promueven y alimentan dogmas cargados de connotaciones discriminatorias. En Francia (donde me encuentro actualmente), cifras de 2018 indican que los ataques antisemitas se incrementaron hasta en un 74%, resurgiendo un movimiento entre grupos de extrema derecha. Pasé por el supermercado kosher judío donde fue el ataque yihadista y días después acaeció el ataque de Walmart en El Paso a manos de Patrick Crusius, que acabó con la vida de 22 personas, probablemente motivado por un discurso de odio de Trump. Su mensaje segregacionista y política migratoria incitan a la violencia. En Ruanda fue un discurso de odio lo que detonó el genocidio; lo mismo en Camboya. Este año murieron 49 personas en un atentado supremacista contra dos mezquitas en Nueva Zelanda; en Sri Lanka, un grupo islamita asesinó a 321 personas en iglesias en un domingo de Pascua; con el Brexit en el Reino Unido, los delitos de odio y xenofobia aumentaron; la repugnancia hacia migrantes venezolanos en Ecuador produjo ataques, orillándolos a salir del país. En México, el diario El Financiero indicó que, según encuestas, el 60% de los mexicanos dijo que no se deben aceptar a migrantes en el país.

Estos discursos se convierten en murmullos sociales de gran eficacia que rechazan la diversidad y el ejercicio de la libertad de alguien más; propagan prejuicios y buscan eliminar aquello que no corresponda con una forma única de entender el mundo con dogmas y connotaciones discriminatorias que difaman grupos y terminan por detonar actos violentos.

Me conmovió profundamente lo acaecido en El Paso y para “re-matar”, lamenté el comentario de la alcaldesa de mi ciudad, que lejos de reconfortar, promovió aún mas la discriminación, los prejuicios y los dogmas, aludiendo a que fue la “libre autodeterminación de la persona y libre desarrollo de la personalidad” parte de la causa de esta tragedia; reiteró que fue bueno se rechazara este decreto en el Congreso (mismo que aportaría inclusión en materia de derechos humanos). Luego habló de que la familia y la vida prevalecen (fuera del tema principal). Pareciera que “imperaron” los prejuicios, dogmas y creencias individuales (subjetivos) en lugar de promover el respeto y la tolerancia hacia las diferencias con lo dicho. Cuidemos de que nuestras palabras siempre vayan encaminadas a mostrar amor e inclusión y así evitar incitar la violencia.


Cuando se pronuncia un discurso de odio puede incidir en el comportamiento de otra persona, se repliquen las ideas y se actúe conforme a ellas. Tan poderoso es el uso del lenguaje que, transformado en acciones, puede matar. Temas que incitan a estos mensajes son: la legalización del aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, las políticas migratorias, xenofobia, entre muchos otros. De acuerdo con la Unesco, son expresiones utilizadas a diferentes niveles para acosar, perseguir, segregar, justificar la violencia o la privación del ejercicio de un derecho; generan ambientes de prejuicios e intolerancia que incentivan la discriminación, la hostilidad, los ataques violentos o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición social. Promueven y alimentan dogmas cargados de connotaciones discriminatorias. En Francia (donde me encuentro actualmente), cifras de 2018 indican que los ataques antisemitas se incrementaron hasta en un 74%, resurgiendo un movimiento entre grupos de extrema derecha. Pasé por el supermercado kosher judío donde fue el ataque yihadista y días después acaeció el ataque de Walmart en El Paso a manos de Patrick Crusius, que acabó con la vida de 22 personas, probablemente motivado por un discurso de odio de Trump. Su mensaje segregacionista y política migratoria incitan a la violencia. En Ruanda fue un discurso de odio lo que detonó el genocidio; lo mismo en Camboya. Este año murieron 49 personas en un atentado supremacista contra dos mezquitas en Nueva Zelanda; en Sri Lanka, un grupo islamita asesinó a 321 personas en iglesias en un domingo de Pascua; con el Brexit en el Reino Unido, los delitos de odio y xenofobia aumentaron; la repugnancia hacia migrantes venezolanos en Ecuador produjo ataques, orillándolos a salir del país. En México, el diario El Financiero indicó que, según encuestas, el 60% de los mexicanos dijo que no se deben aceptar a migrantes en el país.

Estos discursos se convierten en murmullos sociales de gran eficacia que rechazan la diversidad y el ejercicio de la libertad de alguien más; propagan prejuicios y buscan eliminar aquello que no corresponda con una forma única de entender el mundo con dogmas y connotaciones discriminatorias que difaman grupos y terminan por detonar actos violentos.

Me conmovió profundamente lo acaecido en El Paso y para “re-matar”, lamenté el comentario de la alcaldesa de mi ciudad, que lejos de reconfortar, promovió aún mas la discriminación, los prejuicios y los dogmas, aludiendo a que fue la “libre autodeterminación de la persona y libre desarrollo de la personalidad” parte de la causa de esta tragedia; reiteró que fue bueno se rechazara este decreto en el Congreso (mismo que aportaría inclusión en materia de derechos humanos). Luego habló de que la familia y la vida prevalecen (fuera del tema principal). Pareciera que “imperaron” los prejuicios, dogmas y creencias individuales (subjetivos) en lugar de promover el respeto y la tolerancia hacia las diferencias con lo dicho. Cuidemos de que nuestras palabras siempre vayan encaminadas a mostrar amor e inclusión y así evitar incitar la violencia.