/ jueves 21 de febrero de 2019

Los libros de Taibo II: para morir de risa

Una reflexión personal


En el mes de noviembre escribí que le había dejado a mi retoño el Adolfo, entre un montón de obras recién compradas, el último de Santiago Posteguillo: “Yo, Julia” (Premio Planeta 2018).

A los catorce años, Adolfo no conocía la “o” por lo redondo y, como tampoco andaba nada bien en matemáticas, solía confundirla con el cero. Un verano (creo) me preguntó algo sobre “It” (Eso), la novela de Stephen King, un mamotreto de mil quinientas páginas, más o menos, que jamás pensé que empezaría a leer, menos a terminar. Para mi sorpresa y gozo, no sólo leyó esa novela, se agarró leyendo todo lo que encontró a su alcance de ese autor; por razones que no viene a cuento narrar, yo había leído con fruición al prolífico novelista hasta que me cansé, luego de un maratón de varias decenas de textos. Adolfo los leyó todos. Ya de ahí se siguió y, a la fecha, no ha parado de leer.

Aunque no tanto, Luis Abraham de vez en cuando deja caer sus ojitos pizpiretos en algún libro, le acabo de regalar “Sálvese quien pueda”, de Andrés Oppenheimer; y María, no hace tanto, descubrió con singular placer a Jalil Gibrán. Resulta inevitable; con un acervo de más de cinco mil tomos en mi haber, no hay modo de que algo de mi pasión por la lectura, aunque sea un poquito, no haya ido a parar a mi descendencia. Leer es un asunto más de cultura que de dinero.

Cuando era niño, la biblioteca de la maestra Lupita fue un refugio para mí; adolescente, sin medios económicos ni muchas otras opciones, la Biblioteca Municipal fue mi segunda casa; luego llegarían Marcotoño Delgado con su librería de viejo instalada en la avenida Juárez, La Sorbona, y particularmente su esposa, con más de caridad que de espíritu de comercio, a alimentar mi hambre de libros.

En esas estamos, cuando llegan Paco Ignacio Taibo II y su pandilla a imponer, con locuras, el criterio imbécil de que abaratar el precio de los libros fomentará la lectura. Nada hay más falso en este mundo: en México sí se lee… y mucho; historietas como El libro vaquero, La novela policiaca y El libro sentimental han llegado a alcanzar tirajes de 189 millones 403 mil 576 ejemplares por año.



Clásicos, a precios económicos, abundan. Sólo como un ejemplo, considérese el caso de Editores Mexicanos Unidos, quienes ofertan El Gran Gastby, de Scott Fitzgerald, a 49 pesos; La Caída, de Albert Camus, 31.50; Colmillo Blanco, de Jack London, El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, Las Olas de Virginia Wolf y La Muerte en Venecia de Thomas Mann, 59.50 cada uno; El Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad, 63; Cuento de Navidad de Charles Dickens y El Extranjero, también de Camus, 35; las Comedias, de Molière, y Santa, de Federico Gamboa, 52.50 cada uno; y El Escarabajo de Oro, de Edgar Allan Poe, 31.50.


Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/



luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

Una reflexión personal


En el mes de noviembre escribí que le había dejado a mi retoño el Adolfo, entre un montón de obras recién compradas, el último de Santiago Posteguillo: “Yo, Julia” (Premio Planeta 2018).

A los catorce años, Adolfo no conocía la “o” por lo redondo y, como tampoco andaba nada bien en matemáticas, solía confundirla con el cero. Un verano (creo) me preguntó algo sobre “It” (Eso), la novela de Stephen King, un mamotreto de mil quinientas páginas, más o menos, que jamás pensé que empezaría a leer, menos a terminar. Para mi sorpresa y gozo, no sólo leyó esa novela, se agarró leyendo todo lo que encontró a su alcance de ese autor; por razones que no viene a cuento narrar, yo había leído con fruición al prolífico novelista hasta que me cansé, luego de un maratón de varias decenas de textos. Adolfo los leyó todos. Ya de ahí se siguió y, a la fecha, no ha parado de leer.

Aunque no tanto, Luis Abraham de vez en cuando deja caer sus ojitos pizpiretos en algún libro, le acabo de regalar “Sálvese quien pueda”, de Andrés Oppenheimer; y María, no hace tanto, descubrió con singular placer a Jalil Gibrán. Resulta inevitable; con un acervo de más de cinco mil tomos en mi haber, no hay modo de que algo de mi pasión por la lectura, aunque sea un poquito, no haya ido a parar a mi descendencia. Leer es un asunto más de cultura que de dinero.

Cuando era niño, la biblioteca de la maestra Lupita fue un refugio para mí; adolescente, sin medios económicos ni muchas otras opciones, la Biblioteca Municipal fue mi segunda casa; luego llegarían Marcotoño Delgado con su librería de viejo instalada en la avenida Juárez, La Sorbona, y particularmente su esposa, con más de caridad que de espíritu de comercio, a alimentar mi hambre de libros.

En esas estamos, cuando llegan Paco Ignacio Taibo II y su pandilla a imponer, con locuras, el criterio imbécil de que abaratar el precio de los libros fomentará la lectura. Nada hay más falso en este mundo: en México sí se lee… y mucho; historietas como El libro vaquero, La novela policiaca y El libro sentimental han llegado a alcanzar tirajes de 189 millones 403 mil 576 ejemplares por año.



Clásicos, a precios económicos, abundan. Sólo como un ejemplo, considérese el caso de Editores Mexicanos Unidos, quienes ofertan El Gran Gastby, de Scott Fitzgerald, a 49 pesos; La Caída, de Albert Camus, 31.50; Colmillo Blanco, de Jack London, El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, Las Olas de Virginia Wolf y La Muerte en Venecia de Thomas Mann, 59.50 cada uno; El Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad, 63; Cuento de Navidad de Charles Dickens y El Extranjero, también de Camus, 35; las Comedias, de Molière, y Santa, de Federico Gamboa, 52.50 cada uno; y El Escarabajo de Oro, de Edgar Allan Poe, 31.50.


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