/ martes 8 de diciembre de 2020

 Lucha por la vida


“La vida tiene su valor sólo cuando hacemos que valga la pena vivirla”. Hegel

Nuestros amados padres nos sobreprotegen en exceso, y nos generan el “síndrome de la inmunidad” –a todos les puede pasar todo, menos a nosotros-. Una confianza artificial comienza a derramarse en lo más valioso que poseemos: nuestro cuerpo, se inicia la etapa esencial de nuestra infancia, concretamente en la segunda, de los tres a los siete años. Con su autoridad (¿?) imponen una serie de conductas que tienen como finalidad hacer entender al niño que están sujetos a su autoridad. Dice André Berge en su libro: “La libertad en la educación”, que el niño siente miedos, halagos y, lo más delicado: surgen los complejos.

En ese complejo modo de vida, a muchos padres, o bien, a los preceptores (abuelos, tíos, primos, padrastros y demás personas que se encargan de “cuidar” a los niños, en sus tiernas mentes), les dejan marcadas para siempre las huellas de los tratos y hábitos que les cultivaron. Al dejar la infancia, y pasar a la niñez, aparecen comportamientos que perjudican a muchos niños, sobre todo lo que se refiere a pensar en las consecuencias de sus actos. Los preceptores tratan con autoritarismo a un niño igual que a un infante de seis años. Enorme error, pero ya es tarde, el niño ya rezonga, desobedece y se rebela a ciertas órdenes de los padres.

Deducimos y destacamos dos aspectos de los textos anteriores: “ El síndrome de la inmunidad”, y “la no enseñanza de las consecuencia de sus actos”. Llegan los tiempos de la adolescencia, ya no son niños, empero tampoco son jóvenes, es la época en que queda en entredicho la “autoridad” de los preceptores, incluidos ya los profesores y de la rebeldía, se pasa al desquite, de los que padecieron en su infancia y su niñez. Son muchos los casos de venganza con hechos, que generan conflictos serios, como: agresividad, violencia, y, casos graves en los que atentan contra la vida de sus preceptores. Intencionalmente extendí el preámbulo, para reflexionar sobre los comportamientos familiares en el enorme reto que nos impone la pandemia. Hogares que sufren infames ataques a la salud, carencia de recursos para satisfacer las necesidades más apremiantes y la terrible agresión de los gobiernos con el cobro de impuestos y servicios que asfixian el ambiente social. Creemos que a nosotros no nos llegará el contagio y destacamos nuestra carencia de conocer las consecuencias de nuestros actos irresponsables. Reflexionemos en nosotros, porque de los gobiernos ineptos, no podemos esperar mucho, y saldremos poco a poco de esta nefasta situación. Es apremiante que nuestras conciencias comprendan que se tiene un común denominador: la comprensión de un cambio brusco y cruel, al que debemos enfrentar eliminando “el síndrome de la inmunidad”, y acercando a nuestra conducta, “la consecuencia de “nuestros actos”.


“La vida tiene su valor sólo cuando hacemos que valga la pena vivirla”. Hegel

Nuestros amados padres nos sobreprotegen en exceso, y nos generan el “síndrome de la inmunidad” –a todos les puede pasar todo, menos a nosotros-. Una confianza artificial comienza a derramarse en lo más valioso que poseemos: nuestro cuerpo, se inicia la etapa esencial de nuestra infancia, concretamente en la segunda, de los tres a los siete años. Con su autoridad (¿?) imponen una serie de conductas que tienen como finalidad hacer entender al niño que están sujetos a su autoridad. Dice André Berge en su libro: “La libertad en la educación”, que el niño siente miedos, halagos y, lo más delicado: surgen los complejos.

En ese complejo modo de vida, a muchos padres, o bien, a los preceptores (abuelos, tíos, primos, padrastros y demás personas que se encargan de “cuidar” a los niños, en sus tiernas mentes), les dejan marcadas para siempre las huellas de los tratos y hábitos que les cultivaron. Al dejar la infancia, y pasar a la niñez, aparecen comportamientos que perjudican a muchos niños, sobre todo lo que se refiere a pensar en las consecuencias de sus actos. Los preceptores tratan con autoritarismo a un niño igual que a un infante de seis años. Enorme error, pero ya es tarde, el niño ya rezonga, desobedece y se rebela a ciertas órdenes de los padres.

Deducimos y destacamos dos aspectos de los textos anteriores: “ El síndrome de la inmunidad”, y “la no enseñanza de las consecuencia de sus actos”. Llegan los tiempos de la adolescencia, ya no son niños, empero tampoco son jóvenes, es la época en que queda en entredicho la “autoridad” de los preceptores, incluidos ya los profesores y de la rebeldía, se pasa al desquite, de los que padecieron en su infancia y su niñez. Son muchos los casos de venganza con hechos, que generan conflictos serios, como: agresividad, violencia, y, casos graves en los que atentan contra la vida de sus preceptores. Intencionalmente extendí el preámbulo, para reflexionar sobre los comportamientos familiares en el enorme reto que nos impone la pandemia. Hogares que sufren infames ataques a la salud, carencia de recursos para satisfacer las necesidades más apremiantes y la terrible agresión de los gobiernos con el cobro de impuestos y servicios que asfixian el ambiente social. Creemos que a nosotros no nos llegará el contagio y destacamos nuestra carencia de conocer las consecuencias de nuestros actos irresponsables. Reflexionemos en nosotros, porque de los gobiernos ineptos, no podemos esperar mucho, y saldremos poco a poco de esta nefasta situación. Es apremiante que nuestras conciencias comprendan que se tiene un común denominador: la comprensión de un cambio brusco y cruel, al que debemos enfrentar eliminando “el síndrome de la inmunidad”, y acercando a nuestra conducta, “la consecuencia de “nuestros actos”.