/ sábado 31 de marzo de 2018

Más allá de la fe

Siendo la fe parte de la vida, no es únicamente cuestión religiosa. Es creer en nosotros mismos, en nuestro trabajo y es la que marca nuestra actitud ante las personas y el mundo en que vivimos. No se trata de sólo observar ciertas reglas, sino en mantener ciertos principios, porque todo principio es lo que nos da la fuerza interior, mientras que toda regla, toda ley, es una restricción exterior.

Pero existe algo más allá de la fe tanto religiosa como política y eso es el fanatismo. Cuando la fe se desborda es ciega y entonces se vuelve peligrosa. Y así, fanatismo es “una actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz en defensa de una idea, teoría, cultura, estilo de vida, etc. El fanático es una persona que defiende con tenacidad desmedida sus creencias y opiniones, también es aquel que se entusiasma o preocupa ciegamente por algo”. De hecho sus creencias las transforma en un dogma, o sea algo en lo que cree o tiene que creer aunque sea mentira, pero que es conveniente según sus deseos.

Y cuando pasamos las fronteras de la fe lógica, no exagerada, no dogmática, nuestra entrega hacia el extremismo se vuelve un riesgo para nosotros, para nuestras familias y para la sociedad.​ El que no cree en dogmas no es un incrédulo, sólo cree en los límites al extremismo. El fanatismo nos lleva hasta a matar. Lo que realmente vale es la clase de fe que tenemos.

Para generar la fe individual y colectiva sólo necesitamos alguien que nos diga lo que queremos y necesitamos creer, y no necesariamente lo verdadero o cierto; lo que hemos querido cambiar y no hemos logrado. Si lo aceptamos, hemos caído en la profunda trampa de un populista. De hecho es la clase de fe que tenemos la que cuenta, la que vale.

No es de tanta importancia lo que creemos, sino la forma de creerlo.


Siendo la fe parte de la vida, no es únicamente cuestión religiosa. Es creer en nosotros mismos, en nuestro trabajo y es la que marca nuestra actitud ante las personas y el mundo en que vivimos. No se trata de sólo observar ciertas reglas, sino en mantener ciertos principios, porque todo principio es lo que nos da la fuerza interior, mientras que toda regla, toda ley, es una restricción exterior.

Pero existe algo más allá de la fe tanto religiosa como política y eso es el fanatismo. Cuando la fe se desborda es ciega y entonces se vuelve peligrosa. Y así, fanatismo es “una actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz en defensa de una idea, teoría, cultura, estilo de vida, etc. El fanático es una persona que defiende con tenacidad desmedida sus creencias y opiniones, también es aquel que se entusiasma o preocupa ciegamente por algo”. De hecho sus creencias las transforma en un dogma, o sea algo en lo que cree o tiene que creer aunque sea mentira, pero que es conveniente según sus deseos.

Y cuando pasamos las fronteras de la fe lógica, no exagerada, no dogmática, nuestra entrega hacia el extremismo se vuelve un riesgo para nosotros, para nuestras familias y para la sociedad.​ El que no cree en dogmas no es un incrédulo, sólo cree en los límites al extremismo. El fanatismo nos lleva hasta a matar. Lo que realmente vale es la clase de fe que tenemos.

Para generar la fe individual y colectiva sólo necesitamos alguien que nos diga lo que queremos y necesitamos creer, y no necesariamente lo verdadero o cierto; lo que hemos querido cambiar y no hemos logrado. Si lo aceptamos, hemos caído en la profunda trampa de un populista. De hecho es la clase de fe que tenemos la que cuenta, la que vale.

No es de tanta importancia lo que creemos, sino la forma de creerlo.