/ jueves 9 de noviembre de 2017

Más sobre mujeres que leen

Clements Brentano, el revoltoso e intelectual católico del romanticismo alemán del siglo XVIII, aunque acreditaba la fascinante idea de que la literatura podía ejercer influencia en la vida, aún tenía algo del empeño conservador de que esto no significaba una mayor libertad para las mujeres, más que sólo identificarse con los personajes de las novelas. Era la época en la que personajes de la aristocracia como Amalie von Gallitzin, educada en el catolicismo, podían comportarse como hombres, pero gracias a la cuna y al talento, seguían siendo mujeres.

Era una de las excepciones de la época, como la pionera baronesa de Staël Holstein. Otras mujeres como Caroline Schelling no sólo buscan entretenerse, sino aprender, aunque no lo pudiera compartir con su marido: tragedias francesas, memorias, novelas de mujeres sin que ella sepa que lo son, pues casi todas aparecen bajo un seudónimo masculino, como la obra “La esposa del magistrado Hohenweiler”, de Benedikte Naubert. Naubert contribuirá al establecimiento del género de novela histórica e influirá en la literatura fantástica del siglo XX.

El placer de leer no sólo proporcionaba a las mujeres cierta formación como “sustituto del mundo”, sino que además compensaba la experiencia vital de la que carecía la mayoría de ellas, como la de visitar bibliotecas universitarias y asistir a clases. Salvo los escasos momentos de socialización y la comunicación epistolar, leer con desenfreno era el único medio a su disposición para tomar parte en la vida que existía más allá de las paredes. El mercado literario de entonces, como las bibliotecas ambulantes, supo cubrir esta necesidad femenina.

Como otras mujeres, Carolina es alguien con ganas de vivir derivada de sus ganas de leer. Pero no lee sólo para pasar el rato, sino que busca un estado de vida idóneo. Dirá ella no saber si será alguna vez completamente feliz, pero lo que sabe es que nunca será completamente infeliz. Lee a Condorcet, quien apoyado por su mujer Sophie, reclama “la admisión de las mujeres en el derecho de ciudadanía” y su acceso al voto. Lee las cartas de Mirabeau a su amada, preocupado por los pañales y los dientes de su hijita, poco habitual para la época.

Otro caso es el de Mary Wollstonecraft, la primera de una nueva clase de escritores que vive de escribir que, como mujer, se convierte en la primera crítica profesional de renombre en la historia de los medios. Para ella, leer no implica creer necesariamente en lo que se ha leído. Los libros leídos aumentan proporcionalmente la incredulidad del lector, su escepticismo en general. Puede que las nuevas ideas no se fijen en la cabeza, pero con el tiempo la nueva costumbre de leer cambiará esa cabeza. Leer va acompañado del uso de la inteligencia.

Mary es considerada como una de las grandiosas figuras del mundo moderno, que estableció las bases del feminismo moderno, y la convirtió en una de las mujeres más populares de la Europa de la época y cuya hija sería, nada menos, Mary Shelley, autora de “Frankenstein”. Mary, en su afán de formación, se revuelve entre las publicaciones que se amontonan; lee, resume, forma una opinión, con frecuencia crítica, y pasa de su antigua vocación de educadora infantil, a la de información y de crítica literaria, que es la “educación del género humano”.

agusperezr@hotmail.com

Clements Brentano, el revoltoso e intelectual católico del romanticismo alemán del siglo XVIII, aunque acreditaba la fascinante idea de que la literatura podía ejercer influencia en la vida, aún tenía algo del empeño conservador de que esto no significaba una mayor libertad para las mujeres, más que sólo identificarse con los personajes de las novelas. Era la época en la que personajes de la aristocracia como Amalie von Gallitzin, educada en el catolicismo, podían comportarse como hombres, pero gracias a la cuna y al talento, seguían siendo mujeres.

Era una de las excepciones de la época, como la pionera baronesa de Staël Holstein. Otras mujeres como Caroline Schelling no sólo buscan entretenerse, sino aprender, aunque no lo pudiera compartir con su marido: tragedias francesas, memorias, novelas de mujeres sin que ella sepa que lo son, pues casi todas aparecen bajo un seudónimo masculino, como la obra “La esposa del magistrado Hohenweiler”, de Benedikte Naubert. Naubert contribuirá al establecimiento del género de novela histórica e influirá en la literatura fantástica del siglo XX.

El placer de leer no sólo proporcionaba a las mujeres cierta formación como “sustituto del mundo”, sino que además compensaba la experiencia vital de la que carecía la mayoría de ellas, como la de visitar bibliotecas universitarias y asistir a clases. Salvo los escasos momentos de socialización y la comunicación epistolar, leer con desenfreno era el único medio a su disposición para tomar parte en la vida que existía más allá de las paredes. El mercado literario de entonces, como las bibliotecas ambulantes, supo cubrir esta necesidad femenina.

Como otras mujeres, Carolina es alguien con ganas de vivir derivada de sus ganas de leer. Pero no lee sólo para pasar el rato, sino que busca un estado de vida idóneo. Dirá ella no saber si será alguna vez completamente feliz, pero lo que sabe es que nunca será completamente infeliz. Lee a Condorcet, quien apoyado por su mujer Sophie, reclama “la admisión de las mujeres en el derecho de ciudadanía” y su acceso al voto. Lee las cartas de Mirabeau a su amada, preocupado por los pañales y los dientes de su hijita, poco habitual para la época.

Otro caso es el de Mary Wollstonecraft, la primera de una nueva clase de escritores que vive de escribir que, como mujer, se convierte en la primera crítica profesional de renombre en la historia de los medios. Para ella, leer no implica creer necesariamente en lo que se ha leído. Los libros leídos aumentan proporcionalmente la incredulidad del lector, su escepticismo en general. Puede que las nuevas ideas no se fijen en la cabeza, pero con el tiempo la nueva costumbre de leer cambiará esa cabeza. Leer va acompañado del uso de la inteligencia.

Mary es considerada como una de las grandiosas figuras del mundo moderno, que estableció las bases del feminismo moderno, y la convirtió en una de las mujeres más populares de la Europa de la época y cuya hija sería, nada menos, Mary Shelley, autora de “Frankenstein”. Mary, en su afán de formación, se revuelve entre las publicaciones que se amontonan; lee, resume, forma una opinión, con frecuencia crítica, y pasa de su antigua vocación de educadora infantil, a la de información y de crítica literaria, que es la “educación del género humano”.

agusperezr@hotmail.com