/ miércoles 24 de julio de 2019

Media noche en París

Es fácil enamorarse de París, tal vez es por eso de las ciudades más visitadas en el mundo. Regresar aquí es viajar en el tiempo y redescubrir los mismos lugares con nuevos ojos (quizás más maduros) y oxigenar recuerdos para instaurar más. La primera vez que vine tenía 15 años; aún se me enchina la piel de recordar ver la Torre Eiffel y saber que esa experiencia cambiaría el rumbo de mi vida. Aquí comienza mi historia de viajes y aventuras por el mundo, por las emociones que se detonaron aquella vez. Regresé varias veces para conmemorar la experiencia. Ahora la torre está rodeada con alta seguridad. No es posible entrar sin pasar por un detector de metales, por el miedo de que acontezca un acto terrorista y dañe tanto a personas como al ícono de la ciudad. Paso por Porte de Vincennes, donde hace unos años un grupo yihadista entró a una tienda de productos judíos y tomaron rehenes, que horas después asesinaron. En París existe una gran comunidad judía y musulmana y recientemente se han incrementado ataques antisemitas, por lo que muchos han decidido emigrar. Recorro la ciudad en bicicleta hasta llegar al café Procope, el cuál es el café más antiguo de París. Fue instaurado en 1686 y pronto fue procurado por intelectuales como Voltaire y Rousseau. Diderot concibió ahí la Enciclopedia y Benjamin Franklin, la Constitución de los Estados Unidos. Aunque se pueden comer platillos de aquella época como gallo al vino, sólo tomo un café y me dejo llevar por la historia del lugar. Continúo hasta llegar al panteón erigido en el corazón del Barrio Latino, monumento destinado a honrar a los grandes personajes que marcaron la historia de Francia (aux grands hommes la patrie reconnaissante). Después de imaginarme sentada con Voltaire en el Procope, ahora veo su tumba. Camino al lado de Siena y con impacto observo a un artista situado debajo de un puente inmortalizando en un lienzo la Catedral de Notre Dame con el techo destruido, mientras la mira.

París se ha vuelto una ciudad para trasladarse en bicicleta y patinetas eléctricas. Cada vez la gente opta más por este transporte; hay conciencia ambiental. Los vehículos motorizados son reemplazados. Lástima que en nuestra ciudad este tipo de propuestas estén quedando sólo en buenas intenciones y no se haga nada para cambiar, empezando por la conciencia de las personas. Por la noche voy con mi amigo Sébastien a comer Fondue a los cuatro quesos y beber buen vino francés. El reloj marca la media noche en París. De regreso me pierdo por Le Bois (bosque) de Vincennes, y pareciera que aparecerá un vehículo de los años 20 que me llevará a recorrer París al lado de Hemingway y Picasso, como Woody Allen propuso en su famosa película. Lo importante es fluir y dejarse llevar por las emociones de vez en cuando.

yanez_flor@hotmail.com


Es fácil enamorarse de París, tal vez es por eso de las ciudades más visitadas en el mundo. Regresar aquí es viajar en el tiempo y redescubrir los mismos lugares con nuevos ojos (quizás más maduros) y oxigenar recuerdos para instaurar más. La primera vez que vine tenía 15 años; aún se me enchina la piel de recordar ver la Torre Eiffel y saber que esa experiencia cambiaría el rumbo de mi vida. Aquí comienza mi historia de viajes y aventuras por el mundo, por las emociones que se detonaron aquella vez. Regresé varias veces para conmemorar la experiencia. Ahora la torre está rodeada con alta seguridad. No es posible entrar sin pasar por un detector de metales, por el miedo de que acontezca un acto terrorista y dañe tanto a personas como al ícono de la ciudad. Paso por Porte de Vincennes, donde hace unos años un grupo yihadista entró a una tienda de productos judíos y tomaron rehenes, que horas después asesinaron. En París existe una gran comunidad judía y musulmana y recientemente se han incrementado ataques antisemitas, por lo que muchos han decidido emigrar. Recorro la ciudad en bicicleta hasta llegar al café Procope, el cuál es el café más antiguo de París. Fue instaurado en 1686 y pronto fue procurado por intelectuales como Voltaire y Rousseau. Diderot concibió ahí la Enciclopedia y Benjamin Franklin, la Constitución de los Estados Unidos. Aunque se pueden comer platillos de aquella época como gallo al vino, sólo tomo un café y me dejo llevar por la historia del lugar. Continúo hasta llegar al panteón erigido en el corazón del Barrio Latino, monumento destinado a honrar a los grandes personajes que marcaron la historia de Francia (aux grands hommes la patrie reconnaissante). Después de imaginarme sentada con Voltaire en el Procope, ahora veo su tumba. Camino al lado de Siena y con impacto observo a un artista situado debajo de un puente inmortalizando en un lienzo la Catedral de Notre Dame con el techo destruido, mientras la mira.

París se ha vuelto una ciudad para trasladarse en bicicleta y patinetas eléctricas. Cada vez la gente opta más por este transporte; hay conciencia ambiental. Los vehículos motorizados son reemplazados. Lástima que en nuestra ciudad este tipo de propuestas estén quedando sólo en buenas intenciones y no se haga nada para cambiar, empezando por la conciencia de las personas. Por la noche voy con mi amigo Sébastien a comer Fondue a los cuatro quesos y beber buen vino francés. El reloj marca la media noche en París. De regreso me pierdo por Le Bois (bosque) de Vincennes, y pareciera que aparecerá un vehículo de los años 20 que me llevará a recorrer París al lado de Hemingway y Picasso, como Woody Allen propuso en su famosa película. Lo importante es fluir y dejarse llevar por las emociones de vez en cuando.

yanez_flor@hotmail.com