/ sábado 12 de agosto de 2017

MÉXICO NECESITA UN LÍDER TRANSFORMADOR

“Los grandes líderes surgen más fácilmente en las sociedades en fase de transformación estructural”- G. Hegel

 Partiendo de la premisa de que el presidente de la república debería ser el líder de los mexicanos, y con motivo de las elecciones del 2018, escribí esta miniserie de tres partes, a fin de: especular sobre el perfil del presidente que México necesita, compartir diversas perspectivas y enriquecer la opinión ciudadana con ideas de varios expertos en el tema. Esto, en virtud de que el candidato, junto con la visión del país a largo plazo y el modelo de desarrollo respectivo, conforman la oferta política para contender.

Los objetivos de las élites de los partidos políticos son obtener el poder y conservarlo, de manera que manejan sus campañas con propaganda orientada a crear y vender una imagen atractiva del candidato (simpatía, guapura y otras frivolidades de impacto perceptual), más que a propalar verazmente sus antecedentes como político y directivo, y la idoneidad de su programa. Así se venden los “buenos candidatos” creados que devienen, casi siempre, en pésimos gobernantes.

Urge sacar a México de la evidente crisis que nos aqueja; por ello, rechazamos al líder que apoye el statu quo, que use el poder en forma perversa y corrupta; que lo aplique para propósitos personales u opuestos al bien colectivo; que exija ciega fidelidad a personas o grupúsculos específicos; que sea inefectivo y suscite pobreza de muchos y riqueza de muy pocos; que viole la dignidad humana y pisotee la voluntad social; que mienta y manipule a los gobernados. Los “jefes autoritarios mexicanos” conducen a más del 90% de las organizaciones privadas, públicas y gubernamentales, y aplican el poder con criterios maquiavélicos. Comparten la idea individualista de que unas personas nacen para mandar y otras para obedecer; ser capitalistas y trabajadores; ser ricas y pobres; laboriosas y holgazanas; exitosas y fracasadas; inteligentes y tontas; educadas e incultas; etc. Este paradigma escuda las actitudes ultraconservadoras.

Demandamos un líder que haga uso virtuoso del poder. Ya es hora de que analicemos conscientemente a los candidatos y sus programas, para que elijamos a un presidente humanitario con requisitos de liderazgo político y características directivas adecuadas para revertir la tendencia y construir un México distinto. Haciendo democracia iniciaremos un histórico proceso de transformación. No existe otra manera pacífica de reducir la desigualdad y la fragmentación social. Los desequilibrios derivados de la práctica continua del modelo neoliberal; de la corrupción e ineptitud del gobierno; de su colusión con seudoempresarios y partidos políticos afines y de su complicidad con el crimen organizado, consolidaron riesgos que, hoy por hoy, amenazan la armonía social que a todos nos conviene. El silente cinismo colectivo ha avalado esta situación.

Creo esencial que el próximo presidente tenga perfil de líder transformador, emerja como indiscutible ganador de un proceso democrático y encabece la metamorfosis hacia un país donde el desarrollo humano determine el rumbo del crecimiento económico. Procedo a abundar sobre mi “ingenua e ilusa” convicción.

Entendemos al líder transformador (Warren Bennis 1989) como aquél que tenga el poder (capacidad y habilidad) para comprometer a la gente a la acción, convertir a los seguidores en líderes y transformar a los líderes en agentes de cambio, generando un efecto multiplicador a lo largo y ancho del tejido social. Para lograr dicha calidad, el líder que nos ocupa debe: confiar en los mexicanos y tenerles respeto; ser democrático y hacer uso benévolo del poder; ganarse la credibilidad de sus seguidores siendo: honesto (ético, con principios, digno de confianza, veraz, íntegro), competente (efectivo, capaz, productivo), visionario (innovador y con visión del futuro), e inspirador (entusiasta, energético, convincente, emocionalmente inteligente); tener la Voluntad política y capacidad para cambiar paradigmas disfuncionales (económico-sociales, jurídico-políticos e ideológico-culturales). Además, operativamente debe tener dotes administrativas (lograr resultados con y a través de la gente, optimizando recursos); flexibilidad decisoria (situacional); habilidad para formar alianzas (generar la sinergia derivada de la diversidad de los grupos humanos); y perspectiva estratégica (global y de largo plazo). Gandhi, Mandela y Allende fueron líderes transformadores.

La credibilidad es el factor legitimador, desde la óptica del ciudadano, para que un candidato obtenga aceptación-votación mayoritaria-poder y pueda ejecutar el programa tendente a lograr la Visión propuesta. Votamos por el candidato que nos inspira confianza y respeto -léase credibilidad- y le apoyamos en sus decisiones de transformación institucional y de reingeniería organizacional del gobierno. Un gobierno con credibilidad promueve el orgullo nacional y la identificación cívica de los ciudadanos.

¿Qué están pensando los políticos en relación con el tema de este editorial? El 4 de agosto pasado, en el foro “Encuentro Chihuahua: Problemas contemporáneos de México” -organizado por Javier Corral para buscar un cambio de régimen político en el país y crear una alianza contra la corrupción y el populismo- prestigiados políticos y activistas coincidieron en que el actual sistema político mexicano está acabado, y que se requiere de una coalición partidista, o un frente amplio ciudadano para superarlo. Sintetizo algunas de sus aserciones.

Cuauhtémoc Cárdenas: preocupación por el sistema neoliberal imperante. Ricardo Anaya: preocupación por quién ocupará la Fiscalía general de la nación. Alejandra Barrales: país en “una situación de emergencia” y régimen político agotado. Clara Jusidman y Martha Tagle: dar participación a los ciudadanos, ante los graves problemas de corrupción, emigración y violencia. Emilio Álvarez Icaza: grave situación de los derechos humanos y el problema ambiental. Porfirio Muñoz Ledo: crisis de relaciones exteriores y problemática renegociación del TLC. Jorge Castañeda, Santiago Creel, Gustavo Madero, Guadalupe Acosta y Agustín Basave: necesidad de crear un gobierno de coalición o un frente amplio.

Pocos días después, cuatro expresidentes del PRD expresaron su apoyo a Morena, y la directiva del PRI aceptó que la calidad de simpatizante del partido es suficiente para fungir como candidato de éste.

La situación se está poniendo muy interesante de cara al 2018; en breve se publicarán nuevas decisiones de las cúpulas de los partidos relativas a sus respectivas ofertas políticas… estaremos muy pendientes para comentar y poner en contexto tales novedades en las dos siguientes entregas de esta serie.

“Los grandes líderes surgen más fácilmente en las sociedades en fase de transformación estructural”- G. Hegel

 Partiendo de la premisa de que el presidente de la república debería ser el líder de los mexicanos, y con motivo de las elecciones del 2018, escribí esta miniserie de tres partes, a fin de: especular sobre el perfil del presidente que México necesita, compartir diversas perspectivas y enriquecer la opinión ciudadana con ideas de varios expertos en el tema. Esto, en virtud de que el candidato, junto con la visión del país a largo plazo y el modelo de desarrollo respectivo, conforman la oferta política para contender.

Los objetivos de las élites de los partidos políticos son obtener el poder y conservarlo, de manera que manejan sus campañas con propaganda orientada a crear y vender una imagen atractiva del candidato (simpatía, guapura y otras frivolidades de impacto perceptual), más que a propalar verazmente sus antecedentes como político y directivo, y la idoneidad de su programa. Así se venden los “buenos candidatos” creados que devienen, casi siempre, en pésimos gobernantes.

Urge sacar a México de la evidente crisis que nos aqueja; por ello, rechazamos al líder que apoye el statu quo, que use el poder en forma perversa y corrupta; que lo aplique para propósitos personales u opuestos al bien colectivo; que exija ciega fidelidad a personas o grupúsculos específicos; que sea inefectivo y suscite pobreza de muchos y riqueza de muy pocos; que viole la dignidad humana y pisotee la voluntad social; que mienta y manipule a los gobernados. Los “jefes autoritarios mexicanos” conducen a más del 90% de las organizaciones privadas, públicas y gubernamentales, y aplican el poder con criterios maquiavélicos. Comparten la idea individualista de que unas personas nacen para mandar y otras para obedecer; ser capitalistas y trabajadores; ser ricas y pobres; laboriosas y holgazanas; exitosas y fracasadas; inteligentes y tontas; educadas e incultas; etc. Este paradigma escuda las actitudes ultraconservadoras.

Demandamos un líder que haga uso virtuoso del poder. Ya es hora de que analicemos conscientemente a los candidatos y sus programas, para que elijamos a un presidente humanitario con requisitos de liderazgo político y características directivas adecuadas para revertir la tendencia y construir un México distinto. Haciendo democracia iniciaremos un histórico proceso de transformación. No existe otra manera pacífica de reducir la desigualdad y la fragmentación social. Los desequilibrios derivados de la práctica continua del modelo neoliberal; de la corrupción e ineptitud del gobierno; de su colusión con seudoempresarios y partidos políticos afines y de su complicidad con el crimen organizado, consolidaron riesgos que, hoy por hoy, amenazan la armonía social que a todos nos conviene. El silente cinismo colectivo ha avalado esta situación.

Creo esencial que el próximo presidente tenga perfil de líder transformador, emerja como indiscutible ganador de un proceso democrático y encabece la metamorfosis hacia un país donde el desarrollo humano determine el rumbo del crecimiento económico. Procedo a abundar sobre mi “ingenua e ilusa” convicción.

Entendemos al líder transformador (Warren Bennis 1989) como aquél que tenga el poder (capacidad y habilidad) para comprometer a la gente a la acción, convertir a los seguidores en líderes y transformar a los líderes en agentes de cambio, generando un efecto multiplicador a lo largo y ancho del tejido social. Para lograr dicha calidad, el líder que nos ocupa debe: confiar en los mexicanos y tenerles respeto; ser democrático y hacer uso benévolo del poder; ganarse la credibilidad de sus seguidores siendo: honesto (ético, con principios, digno de confianza, veraz, íntegro), competente (efectivo, capaz, productivo), visionario (innovador y con visión del futuro), e inspirador (entusiasta, energético, convincente, emocionalmente inteligente); tener la Voluntad política y capacidad para cambiar paradigmas disfuncionales (económico-sociales, jurídico-políticos e ideológico-culturales). Además, operativamente debe tener dotes administrativas (lograr resultados con y a través de la gente, optimizando recursos); flexibilidad decisoria (situacional); habilidad para formar alianzas (generar la sinergia derivada de la diversidad de los grupos humanos); y perspectiva estratégica (global y de largo plazo). Gandhi, Mandela y Allende fueron líderes transformadores.

La credibilidad es el factor legitimador, desde la óptica del ciudadano, para que un candidato obtenga aceptación-votación mayoritaria-poder y pueda ejecutar el programa tendente a lograr la Visión propuesta. Votamos por el candidato que nos inspira confianza y respeto -léase credibilidad- y le apoyamos en sus decisiones de transformación institucional y de reingeniería organizacional del gobierno. Un gobierno con credibilidad promueve el orgullo nacional y la identificación cívica de los ciudadanos.

¿Qué están pensando los políticos en relación con el tema de este editorial? El 4 de agosto pasado, en el foro “Encuentro Chihuahua: Problemas contemporáneos de México” -organizado por Javier Corral para buscar un cambio de régimen político en el país y crear una alianza contra la corrupción y el populismo- prestigiados políticos y activistas coincidieron en que el actual sistema político mexicano está acabado, y que se requiere de una coalición partidista, o un frente amplio ciudadano para superarlo. Sintetizo algunas de sus aserciones.

Cuauhtémoc Cárdenas: preocupación por el sistema neoliberal imperante. Ricardo Anaya: preocupación por quién ocupará la Fiscalía general de la nación. Alejandra Barrales: país en “una situación de emergencia” y régimen político agotado. Clara Jusidman y Martha Tagle: dar participación a los ciudadanos, ante los graves problemas de corrupción, emigración y violencia. Emilio Álvarez Icaza: grave situación de los derechos humanos y el problema ambiental. Porfirio Muñoz Ledo: crisis de relaciones exteriores y problemática renegociación del TLC. Jorge Castañeda, Santiago Creel, Gustavo Madero, Guadalupe Acosta y Agustín Basave: necesidad de crear un gobierno de coalición o un frente amplio.

Pocos días después, cuatro expresidentes del PRD expresaron su apoyo a Morena, y la directiva del PRI aceptó que la calidad de simpatizante del partido es suficiente para fungir como candidato de éste.

La situación se está poniendo muy interesante de cara al 2018; en breve se publicarán nuevas decisiones de las cúpulas de los partidos relativas a sus respectivas ofertas políticas… estaremos muy pendientes para comentar y poner en contexto tales novedades en las dos siguientes entregas de esta serie.