/ viernes 26 de febrero de 2021

Morena, un peligro para la democracia

”Cuidado con aquel que pretenda utilizar la democracia para llegar al poder para luego abolirla”.

El principal peligro para una democracia está en un idealismo falso y mal entendido. Nadie podría ser más intolerante y despiadado que un gobernante ignorante o equivocado; o peor aún, que pueda creer que está obrando con justicia; cuidado con aquel que pretenda utilizar la democracia para llegar al poder para luego abolirla.

Por mucho que digan saber los candidatos y los funcionarios, es imposible que lo sepan todo. Analicemos todo lo que nos dicen antes de creerles. Es imposible obtener algún beneficio como país, con filosofías que contradigan nuestra propia experiencia y la experiencia de otros pueblos.

Es prudente huir de la impostura de los candidatos. Esto es lo que en religión se le llama superstición, en sabiduría se le dice arrogancia y en política anarquía. Y si nos empeñamos en creer algo, tratemos que nuestras creencias coincidan con la realidad. Pongamos los pies sobre tierra firme. Existe un enorme abismo entre los sueños de algunos que se creen iluminados y los hechos que muchos conocemos.

Algunos políticos, al igual que algunos participantes de algún deporte, quienes empeoran cada día con la práctica, han repetido tanto tiempo sus errores que los han vuelto perfectos. No pueden entender que el progreso social no es nunca fruto de la habilidad o de la sabiduría de un solo hombre, de un solo partido, o de una sola filosofía económica y social, sino en todos aquellos en quienes radica la fuerza social: los ciudadanos. El pensar que nadie tiene la razón sino ellos, es lo que enloquece a los cuerdos y a los ya desequilibrados, los convierte en locos furiosos y deseosos de poder. Estas actitudes son las que convierten una democracia en una dictadura.

Una sociedad donde sus ciudadanos trabajadores y productores no son escuchados al hacer las leyes que ellos mismos han de obedecer, no es una democracia, sino una dictadura.

Los que pretenden que el gobierno sea de los hombres y no de las leyes, en realidad desean estar oprimidos, pues todo queda sujeto al estado de ánimo, a los caprichos, a la codicia, a la prepotencia del gobernante en turno. Por medio del temor y el odio convierten a los ciudadanos en viles esclavos, que o son aduladores, o son ahogados en hambre o en sangre.

El candidato o el gobernante que pretende saber mejor que nosotros cómo educar a nuestros hijos, curar a nuestros enfermos, cultivar nuestro campo, cuidar a nuestros viejos, conducir nuestras empresas; que pretende acabar con los agricultores, no es otra cosa que la desgracia para el país.

La única forma de remediar las injusticias es oponernos decididamente a ellas. De nada nos sirve solamente indignarnos y comentarlo en reuniones de café. Si hemos de indignarnos, al menos vamos haciéndolo con unión y acción.

”Cuidado con aquel que pretenda utilizar la democracia para llegar al poder para luego abolirla”.

El principal peligro para una democracia está en un idealismo falso y mal entendido. Nadie podría ser más intolerante y despiadado que un gobernante ignorante o equivocado; o peor aún, que pueda creer que está obrando con justicia; cuidado con aquel que pretenda utilizar la democracia para llegar al poder para luego abolirla.

Por mucho que digan saber los candidatos y los funcionarios, es imposible que lo sepan todo. Analicemos todo lo que nos dicen antes de creerles. Es imposible obtener algún beneficio como país, con filosofías que contradigan nuestra propia experiencia y la experiencia de otros pueblos.

Es prudente huir de la impostura de los candidatos. Esto es lo que en religión se le llama superstición, en sabiduría se le dice arrogancia y en política anarquía. Y si nos empeñamos en creer algo, tratemos que nuestras creencias coincidan con la realidad. Pongamos los pies sobre tierra firme. Existe un enorme abismo entre los sueños de algunos que se creen iluminados y los hechos que muchos conocemos.

Algunos políticos, al igual que algunos participantes de algún deporte, quienes empeoran cada día con la práctica, han repetido tanto tiempo sus errores que los han vuelto perfectos. No pueden entender que el progreso social no es nunca fruto de la habilidad o de la sabiduría de un solo hombre, de un solo partido, o de una sola filosofía económica y social, sino en todos aquellos en quienes radica la fuerza social: los ciudadanos. El pensar que nadie tiene la razón sino ellos, es lo que enloquece a los cuerdos y a los ya desequilibrados, los convierte en locos furiosos y deseosos de poder. Estas actitudes son las que convierten una democracia en una dictadura.

Una sociedad donde sus ciudadanos trabajadores y productores no son escuchados al hacer las leyes que ellos mismos han de obedecer, no es una democracia, sino una dictadura.

Los que pretenden que el gobierno sea de los hombres y no de las leyes, en realidad desean estar oprimidos, pues todo queda sujeto al estado de ánimo, a los caprichos, a la codicia, a la prepotencia del gobernante en turno. Por medio del temor y el odio convierten a los ciudadanos en viles esclavos, que o son aduladores, o son ahogados en hambre o en sangre.

El candidato o el gobernante que pretende saber mejor que nosotros cómo educar a nuestros hijos, curar a nuestros enfermos, cultivar nuestro campo, cuidar a nuestros viejos, conducir nuestras empresas; que pretende acabar con los agricultores, no es otra cosa que la desgracia para el país.

La única forma de remediar las injusticias es oponernos decididamente a ellas. De nada nos sirve solamente indignarnos y comentarlo en reuniones de café. Si hemos de indignarnos, al menos vamos haciéndolo con unión y acción.