/ lunes 16 de agosto de 2021

Mujeres versus mujeres

Mujeres criticando a otras mujeres por alcanzar el empoderamiento; mujeres denigrando a otras mujeres que ejercen su sexualidad fuera de los parámetros o moldes sociales tradicionales; mujeres ejerciendo violencia psicológica, económica, laboral y física en contra de otras mujeres. Mujeres siendo verdugos de otras mujeres, mujeres repitiendo y multiplicando la violencia con sus pares, mujeres siendo origen del patriarcado que nos oprime a todas.

La violencia de mujeres en contra de mujeres es un caballo de Troya en el abrigo que todos los días tratamos de construir, en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro entorno construido con la sororidad, pero que se socava con mujeres que muchas veces sin darse cuenta asumen el rol social que sigue estigmatizando a las mujeres.

“Malas”, “putas”, “indecentes”, “zorras”, son sólo algunas de las palabras que se usan para descalificar actitudes o roles que no entran dentro del parámetro o molde social asignado a las mujeres. El patriarcado, enquistado en el colectivo social no sólo de hombres, sino de mujeres, que a veces se vuelven las más violentas, las más agresivas, las más inquisitivas.

La violencia es un problema estructural de la sociedad. Todas y todos estamos expuestos a ella, la observamos, convivimos con ella; en muchas ocasiones el hogar es el primer lugar donde sabemos de ella; los medios de comunicación son otra fuente donde todos los días la observamos; de hecho, en casi todos los procesos de socialización la violencia está presente, somos consumidores de violencia y muchos y muchas de nosotras la reproducimos.

“Fulanita es la jefa de departamento. Seguramente se acostó con el dueño”, “Mi marido me engañó, es que la tipa era una zorra, una buscona”, “¿Ya viste la minifalda de fulanita?, luego por qué les faltan al respeto”, “por ser así se ganó a pulso la paliza”. ¿Cuántas de ustedes lectoras han sido partícipes de estos comentarios de café? Muchas, estoy segura. Esto las convierte en mujeres violentas que justifican, reproducen y ejercen la violencia.

¿Qué está detrás de esas actitudes de mujeres? Un sistema patriarcal que continúa sometiendo a aquellas mujeres “insubordinadas” usando a las propias mujeres para lograrlo y al mismo tiempo perpetuarlo como el sistema androcéntrico que se niega a morir.

Tal como lo señala la abogada feminista Valeria Mendoza: “La violencia de género no se define por el dominio de los hombres sobre las mujeres, sino desde la acción de la mujer y del hombre mediante la cual perpetúan al varón como eje central de la estructura social de poder”, lo cual no es otra cosa que entender que las mujeres somos parte del problema de violencia, y al mismo tiempo, también somos parte de la solución.

Visibilizar que este tipo de violencia existe es dar un paso más en la eliminación de ella, exponerla y emprender acciones desde la familia para solucionarla es no sólo necesario, es imprescindible. Poder nombrarlas significa concientizarlas sobre el papel que están jugando al perpetuar el machismo en nuestra sociedad, ya que, estoy segura, muchas de ellas, ni siquiera lo saben, no son conscientes de que sus acciones restan al movimiento rebelde, humano y sororo que miles y millones de mujeres tratamos de construir todos los días.

Mujeres criticando a otras mujeres por alcanzar el empoderamiento; mujeres denigrando a otras mujeres que ejercen su sexualidad fuera de los parámetros o moldes sociales tradicionales; mujeres ejerciendo violencia psicológica, económica, laboral y física en contra de otras mujeres. Mujeres siendo verdugos de otras mujeres, mujeres repitiendo y multiplicando la violencia con sus pares, mujeres siendo origen del patriarcado que nos oprime a todas.

La violencia de mujeres en contra de mujeres es un caballo de Troya en el abrigo que todos los días tratamos de construir, en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro entorno construido con la sororidad, pero que se socava con mujeres que muchas veces sin darse cuenta asumen el rol social que sigue estigmatizando a las mujeres.

“Malas”, “putas”, “indecentes”, “zorras”, son sólo algunas de las palabras que se usan para descalificar actitudes o roles que no entran dentro del parámetro o molde social asignado a las mujeres. El patriarcado, enquistado en el colectivo social no sólo de hombres, sino de mujeres, que a veces se vuelven las más violentas, las más agresivas, las más inquisitivas.

La violencia es un problema estructural de la sociedad. Todas y todos estamos expuestos a ella, la observamos, convivimos con ella; en muchas ocasiones el hogar es el primer lugar donde sabemos de ella; los medios de comunicación son otra fuente donde todos los días la observamos; de hecho, en casi todos los procesos de socialización la violencia está presente, somos consumidores de violencia y muchos y muchas de nosotras la reproducimos.

“Fulanita es la jefa de departamento. Seguramente se acostó con el dueño”, “Mi marido me engañó, es que la tipa era una zorra, una buscona”, “¿Ya viste la minifalda de fulanita?, luego por qué les faltan al respeto”, “por ser así se ganó a pulso la paliza”. ¿Cuántas de ustedes lectoras han sido partícipes de estos comentarios de café? Muchas, estoy segura. Esto las convierte en mujeres violentas que justifican, reproducen y ejercen la violencia.

¿Qué está detrás de esas actitudes de mujeres? Un sistema patriarcal que continúa sometiendo a aquellas mujeres “insubordinadas” usando a las propias mujeres para lograrlo y al mismo tiempo perpetuarlo como el sistema androcéntrico que se niega a morir.

Tal como lo señala la abogada feminista Valeria Mendoza: “La violencia de género no se define por el dominio de los hombres sobre las mujeres, sino desde la acción de la mujer y del hombre mediante la cual perpetúan al varón como eje central de la estructura social de poder”, lo cual no es otra cosa que entender que las mujeres somos parte del problema de violencia, y al mismo tiempo, también somos parte de la solución.

Visibilizar que este tipo de violencia existe es dar un paso más en la eliminación de ella, exponerla y emprender acciones desde la familia para solucionarla es no sólo necesario, es imprescindible. Poder nombrarlas significa concientizarlas sobre el papel que están jugando al perpetuar el machismo en nuestra sociedad, ya que, estoy segura, muchas de ellas, ni siquiera lo saben, no son conscientes de que sus acciones restan al movimiento rebelde, humano y sororo que miles y millones de mujeres tratamos de construir todos los días.