/ viernes 18 de mayo de 2018

Nacer para morir

Me parece que morirse es una consecuencia de haber nacido. Porque nacimos, tenemos que morir. Recién muerta una persona nos acordamos de ella. Recordamos todo lo bueno que hizo. Luego viene el olvido. Pronto los nuestros se acostumbran a vivir sin nosotros. Nos olvidan. No les somos necesarios.

No supimos que íbamos a nacer. Un día simplemente nacimos. Y ni siquiera nos dimos cuenta de nuestro nacimiento, poco a poco nos dimos cuenta de que habíamos nacido, de que habíamos nacido en una familia. Luego nos dimos cuenta de que éramos niños.

Como no hubo una fecha para nacer tampoco hay una fecha para morir. No sabemos cuándo vamos a morir. En tiempos de Cristo los seres humanos vivían 40 años. En los inicios del tercer milenio, el ser humano tiene un promedio de vida de 85 años. Hay quienes viven más de 100 años.

Yo tengo 85 años. Nací en 1933. Ya llegué a la edad límite de existencia. Sé que mi final está próximo, pero no sé cuándo será. La ancianidad es el tiempo de morir.

Hay gente previsora. Sabe que va a morir, y que su muerte genera gastos. Deciden cómo sea su sepelio. Lo dejan todo pagado. Hay quien decide dónde va a ser sepultado. O decide ser incinerado, y el columbario en el que decide que quedan sus cenizas. La Iglesia recomienda que las cenizas no sean esparcidas en el aire. O en el mar, o en las montañas. Esto va contra la resurrección de los muertos.

Muchos a los que en la vida les ha ido bien y acumularon riquezas toman una decisión sobre sus bienes y los dejan a personas concretas. Para eso dejan un testamento claro. Las riquezas generan muchos problemas entre los herederos. Sé de un rico que no quiso dejar testamento. Los hijos le exigían que los heredera en vida. Pero él le dijo: “Mátense por mis bienes”. Y se acababa de morir el hombre y los hijos se apoderaron cada uno de una de sus cuentas. Ha de hacer unos 20 años de esa muerte, y los hijos todavía son enemigos.

La muerte es incierta como fue incierto el nacimiento. No sabemos cuándo nos vamos a morir, pero sí hay la certeza de que vamos a dejar todo lo que logramos en la vida. Y esos bienes que vamos a dejar de alguien deben ser.

Por eso lo recomendable es dejar un testamento. Y redactar el testamento antes de que se presente la enfermedad.


Me parece que morirse es una consecuencia de haber nacido. Porque nacimos, tenemos que morir. Recién muerta una persona nos acordamos de ella. Recordamos todo lo bueno que hizo. Luego viene el olvido. Pronto los nuestros se acostumbran a vivir sin nosotros. Nos olvidan. No les somos necesarios.

No supimos que íbamos a nacer. Un día simplemente nacimos. Y ni siquiera nos dimos cuenta de nuestro nacimiento, poco a poco nos dimos cuenta de que habíamos nacido, de que habíamos nacido en una familia. Luego nos dimos cuenta de que éramos niños.

Como no hubo una fecha para nacer tampoco hay una fecha para morir. No sabemos cuándo vamos a morir. En tiempos de Cristo los seres humanos vivían 40 años. En los inicios del tercer milenio, el ser humano tiene un promedio de vida de 85 años. Hay quienes viven más de 100 años.

Yo tengo 85 años. Nací en 1933. Ya llegué a la edad límite de existencia. Sé que mi final está próximo, pero no sé cuándo será. La ancianidad es el tiempo de morir.

Hay gente previsora. Sabe que va a morir, y que su muerte genera gastos. Deciden cómo sea su sepelio. Lo dejan todo pagado. Hay quien decide dónde va a ser sepultado. O decide ser incinerado, y el columbario en el que decide que quedan sus cenizas. La Iglesia recomienda que las cenizas no sean esparcidas en el aire. O en el mar, o en las montañas. Esto va contra la resurrección de los muertos.

Muchos a los que en la vida les ha ido bien y acumularon riquezas toman una decisión sobre sus bienes y los dejan a personas concretas. Para eso dejan un testamento claro. Las riquezas generan muchos problemas entre los herederos. Sé de un rico que no quiso dejar testamento. Los hijos le exigían que los heredera en vida. Pero él le dijo: “Mátense por mis bienes”. Y se acababa de morir el hombre y los hijos se apoderaron cada uno de una de sus cuentas. Ha de hacer unos 20 años de esa muerte, y los hijos todavía son enemigos.

La muerte es incierta como fue incierto el nacimiento. No sabemos cuándo nos vamos a morir, pero sí hay la certeza de que vamos a dejar todo lo que logramos en la vida. Y esos bienes que vamos a dejar de alguien deben ser.

Por eso lo recomendable es dejar un testamento. Y redactar el testamento antes de que se presente la enfermedad.