/ martes 17 de noviembre de 2020

No negociables

En su exhortación postsinodal “Sacramentum caritatis” de febrero del 2007, Benedicto XVI expresó: “El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe” (no. 83)

En base a lo anterior el papa enumeró cuatro principios o valores a los que llamó “no negociables”, los que “obviamente valen para todos los bautizados, pero tienen una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales”.

Esos principios “son las pautas que nunca se podrán derogar ni dejar a merced de consensos partidistas en la configuración cristiana de la sociedad”.

- El primero de esos principios refiere al respeto y defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural.

Por desgracia vemos que en nuestro mundo, cada vez más, se promueven o se toleran, bajo eufemismos, el aborto, la eutanasia, las desapariciones forzadas, los asesinatos en nombre de la ley, la tortura, la pena de muerte, las condiciones infrahumanas de vida, los trabajos forzados y un sinfín de acciones que atentan contra la vida humana en cualquiera de sus etapas y condiciones. Y se busca su legalización desde varios foros con el afán, en no pocos casos, de disminuir su peso moral y la sacralidad de la vida.

- El segundo principio alude a la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer. Sin embargo hoy se llama “matrimonio” a la unión de dos personas del mismo sexo, y hay acometidas de distintas clases contra la familia.

La familia –hay que insistir en ello- nace del compromiso conyugal. El matrimonio es un voto, en el que un hombre y una mujer hacen donación de sí mismos y se comprometen a la procreación y el cuidado de los hijos.

Hoy, para algunos, el compromiso parece no importar. Las uniones libres, las relaciones casuales, el adulterio, las separaciones, el divorcio, son pauta a seguir para no pocos.

- El tercero de esos principios manifiesta la libertad de educación de los hijos. Los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos. Son ellos -no el Estado, ni los empresarios educativos, ni los profesores- los titulares de ese derecho.

Hoy se expone que las materias educativas en las escuelas deben ceñirse a ciertos cánones con independencia del sentir de los padres.

- El cuarto principio se dirige a la promoción del bien común en todas sus formas.

Quienes están en un puesto público no deben en forma alguna –como sucede en muchos casos- buscar su propio interés o de grupo

El Estado está al servicio de la sociedad y no al revés. El papel de la autoridad es ordenar la comunidad política no según la voluntad del partido mayoritario sino atendiendo a los fines de la misma, buscando la perfección de cada persona, aplicando el principio de subsidiariedad y protegiendo al más débil del más fuerte.

No podemos, por coherencia, colaborar con partidos políticos que no respeten y defiendan de forma inequívoca estos principios. ¿Lo ven?

En su exhortación postsinodal “Sacramentum caritatis” de febrero del 2007, Benedicto XVI expresó: “El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe” (no. 83)

En base a lo anterior el papa enumeró cuatro principios o valores a los que llamó “no negociables”, los que “obviamente valen para todos los bautizados, pero tienen una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales”.

Esos principios “son las pautas que nunca se podrán derogar ni dejar a merced de consensos partidistas en la configuración cristiana de la sociedad”.

- El primero de esos principios refiere al respeto y defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural.

Por desgracia vemos que en nuestro mundo, cada vez más, se promueven o se toleran, bajo eufemismos, el aborto, la eutanasia, las desapariciones forzadas, los asesinatos en nombre de la ley, la tortura, la pena de muerte, las condiciones infrahumanas de vida, los trabajos forzados y un sinfín de acciones que atentan contra la vida humana en cualquiera de sus etapas y condiciones. Y se busca su legalización desde varios foros con el afán, en no pocos casos, de disminuir su peso moral y la sacralidad de la vida.

- El segundo principio alude a la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer. Sin embargo hoy se llama “matrimonio” a la unión de dos personas del mismo sexo, y hay acometidas de distintas clases contra la familia.

La familia –hay que insistir en ello- nace del compromiso conyugal. El matrimonio es un voto, en el que un hombre y una mujer hacen donación de sí mismos y se comprometen a la procreación y el cuidado de los hijos.

Hoy, para algunos, el compromiso parece no importar. Las uniones libres, las relaciones casuales, el adulterio, las separaciones, el divorcio, son pauta a seguir para no pocos.

- El tercero de esos principios manifiesta la libertad de educación de los hijos. Los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos. Son ellos -no el Estado, ni los empresarios educativos, ni los profesores- los titulares de ese derecho.

Hoy se expone que las materias educativas en las escuelas deben ceñirse a ciertos cánones con independencia del sentir de los padres.

- El cuarto principio se dirige a la promoción del bien común en todas sus formas.

Quienes están en un puesto público no deben en forma alguna –como sucede en muchos casos- buscar su propio interés o de grupo

El Estado está al servicio de la sociedad y no al revés. El papel de la autoridad es ordenar la comunidad política no según la voluntad del partido mayoritario sino atendiendo a los fines de la misma, buscando la perfección de cada persona, aplicando el principio de subsidiariedad y protegiendo al más débil del más fuerte.

No podemos, por coherencia, colaborar con partidos políticos que no respeten y defiendan de forma inequívoca estos principios. ¿Lo ven?