/ martes 2 de julio de 2019

Nombres (y apellidos)

Muchos enamorados hacen suyas melodías que refieren el nombre la persona amada: Qué lindo nombre es tu nombre, para decirlo muy quedo…; grabé en la penca de un maguey tu nombre…; tu nombre me sabe a hierba…

El nombre –hoy seguido de apellidos- identifica a las personas. Hay nombres a través de la historia que no requieren de apellidos para conocer a quién aluden: Sócrates, Napoleón, Miguel Ángel, Jesús, Carlota, Cuauhtémoc (aunque en este caso puede confundirse con el deportista o el político)… Otros son reconocidos por sus apellidos: Mussolini, Perón, Kennedy, Buñuel…

A veces cuando no conocemos a determinada persona buscamos el modo de acercarnos a ella por su título, su apelativo, su oficio…, o le decimos señor, joven, señora, señorita (o seño para no errarle). Sin embargo si comenzamos a entrar en trato con alguien lo primero que buscamos conocer es su nombre, pues con él le damos su lugar, lo reconocemos, entablamos un diálogo.

Al efectuar una presentación ante otros de un acompañante o acompañantes, su nombre suele perderse ante el “mucho gusto” o el buscar retener en la mente tal nombre y apellidos.

Un craso error que se comete en las presentaciones –desde luego si conocemos a quien presentamos- es el expresar: es el hijo(a), el esposo(a), el hermano(a) de…, o quien labora con o en tal o cual parte, o tiene el apodo de…, lo que demerita la personalidad propia del presentado. Ello puede especificarse luego de decir el nombre y quede claro éste a la persona a quien se le está presentando.

La importancia del nombre es tal que, desde nuestro bautismo, Dios nos llama por nuestro nombre, y nos conoce a cada uno por nuestro nombre, nuestro ser. Somos únicos e irrepetibles.

Al inscribirnos en el registro civil nuestros nombres quedan grabados con nuestros apellidos para identificarnos, y manifestar que somos tal o cual persona distinta de cualquiera otra, ello a pesar de que a veces, por circunstancias fortuitas, existen homónimos con nombres y apellidos iguales. Por eso, lo hemos comentado en alguna ocasión, el uso de ambos apellidos es necesario, sobre todo si existen nombres y apellidos comunes.

Una costumbre que se pierde poco a poco es la celebración del día del santo de nuestro nombre. La mayoría celebra el día de su cumpleaños. Sin embargo el conocer a aquellas personas que por su seguimiento de Cristo alcanzaron la santidad y llevan nuestro nombre, nos sirve no sólo para buscar imitarlos sino para tomar conciencia de lo valioso de nuestro nombre. ¿Lo ven?





Muchos enamorados hacen suyas melodías que refieren el nombre la persona amada: Qué lindo nombre es tu nombre, para decirlo muy quedo…; grabé en la penca de un maguey tu nombre…; tu nombre me sabe a hierba…

El nombre –hoy seguido de apellidos- identifica a las personas. Hay nombres a través de la historia que no requieren de apellidos para conocer a quién aluden: Sócrates, Napoleón, Miguel Ángel, Jesús, Carlota, Cuauhtémoc (aunque en este caso puede confundirse con el deportista o el político)… Otros son reconocidos por sus apellidos: Mussolini, Perón, Kennedy, Buñuel…

A veces cuando no conocemos a determinada persona buscamos el modo de acercarnos a ella por su título, su apelativo, su oficio…, o le decimos señor, joven, señora, señorita (o seño para no errarle). Sin embargo si comenzamos a entrar en trato con alguien lo primero que buscamos conocer es su nombre, pues con él le damos su lugar, lo reconocemos, entablamos un diálogo.

Al efectuar una presentación ante otros de un acompañante o acompañantes, su nombre suele perderse ante el “mucho gusto” o el buscar retener en la mente tal nombre y apellidos.

Un craso error que se comete en las presentaciones –desde luego si conocemos a quien presentamos- es el expresar: es el hijo(a), el esposo(a), el hermano(a) de…, o quien labora con o en tal o cual parte, o tiene el apodo de…, lo que demerita la personalidad propia del presentado. Ello puede especificarse luego de decir el nombre y quede claro éste a la persona a quien se le está presentando.

La importancia del nombre es tal que, desde nuestro bautismo, Dios nos llama por nuestro nombre, y nos conoce a cada uno por nuestro nombre, nuestro ser. Somos únicos e irrepetibles.

Al inscribirnos en el registro civil nuestros nombres quedan grabados con nuestros apellidos para identificarnos, y manifestar que somos tal o cual persona distinta de cualquiera otra, ello a pesar de que a veces, por circunstancias fortuitas, existen homónimos con nombres y apellidos iguales. Por eso, lo hemos comentado en alguna ocasión, el uso de ambos apellidos es necesario, sobre todo si existen nombres y apellidos comunes.

Una costumbre que se pierde poco a poco es la celebración del día del santo de nuestro nombre. La mayoría celebra el día de su cumpleaños. Sin embargo el conocer a aquellas personas que por su seguimiento de Cristo alcanzaron la santidad y llevan nuestro nombre, nos sirve no sólo para buscar imitarlos sino para tomar conciencia de lo valioso de nuestro nombre. ¿Lo ven?