/ martes 28 de agosto de 2018

Nuestra historia de vida


Por varios años, me he dedicado al estudio en materias como la resolución de conflictos, paz y Derechos Humanos, lo que me ha permitido ubicarme en diversas regiones del mundo para realizar investigación de campo, aprender y desarrollarme laboralmente. Me considero una persona partidaria al conocimiento, pero más que las clases en el aula o los libros en una biblioteca, de lo que más he aprendido es de las vivencias y experiencias que he tenido en esos lugares, que me han enriquecido para formar mi historia de vida, que indefectiblemente me ha marcado. Las historias personales atraen y nos permiten conectarnos mejor con los demás, ayudando al entendimiento e intercambio cultural.


Uno de esos lugares es el país oceánico de Fiji, donde tuve la oportunidad de colaborar facilitando diálogos democráticos, para crear entendimiento y confianza entre diversos actores de la comunidad, y ayudar a la reconciliación nacional. Uno de ellos se realizó en la isla norteña de Savusavu, por lo que nos tuvimos que trasladar en ferri, que dada la lejanía, partía una vez por semana. Yo lo llamé el “ferri del terror”, pues fue una experiencia fantasmal estar dentro de él. Estando ahí me informaron que yo sería la que daría el discurso de clausura, pues la persona que venía desde Sudáfrica para hacerlo no había podido subirse al “ferri del terror”. Ya estando de regreso en la isla principal, uno de los participantes (bien parecido y agradable) me localizó (y desconozco cómo se trasladó ahí y cómo le hizo para ubicarme), pero al verme me dijo que se había enamorado de mí, que ya le había pedido permiso a su familia para casarse conmigo y que me ofrecía una isla como regalo para quedarme en Fiji. Impactada e incrédula, sonreí, agradecí y dije que no. Algunas personas me dijeron no era “descabellada” la propuesta, pues ya había ocurrido con otras extranjeras algo parecido. Tardé en asimilar lo ocurrido y así la historia se volvió leyenda de cómo a una mujer mexicana le ofrecieron una isla y sonriendo dijo “no, gracias”.

Ello me permitió conocer un contexto cultural distinto, que difícilmente sucedería en esa parte del mundo, y la experiencia de que para trabajar en el tema de la resolución de conflictos es un prerrequisito esencial conocer la cultura para mejor abordar las diversas situaciones que pudieran presentarse. Lo había leído, pero no lo entendí a cabalidad hasta que me sucedió. A la fecha, mis amistades siguen reprochando mi respuesta, alentándome (en broma), que ahora sea yo la que regrese a Savusavu y acepte su oferta. Así, hay historias pequeñas que valen la pena ser contadas, para ofrecer variedad y enriquecer la experiencia, dotando de humor al contenido académico.

Yanez_flor@hotmail.com






Por varios años, me he dedicado al estudio en materias como la resolución de conflictos, paz y Derechos Humanos, lo que me ha permitido ubicarme en diversas regiones del mundo para realizar investigación de campo, aprender y desarrollarme laboralmente. Me considero una persona partidaria al conocimiento, pero más que las clases en el aula o los libros en una biblioteca, de lo que más he aprendido es de las vivencias y experiencias que he tenido en esos lugares, que me han enriquecido para formar mi historia de vida, que indefectiblemente me ha marcado. Las historias personales atraen y nos permiten conectarnos mejor con los demás, ayudando al entendimiento e intercambio cultural.


Uno de esos lugares es el país oceánico de Fiji, donde tuve la oportunidad de colaborar facilitando diálogos democráticos, para crear entendimiento y confianza entre diversos actores de la comunidad, y ayudar a la reconciliación nacional. Uno de ellos se realizó en la isla norteña de Savusavu, por lo que nos tuvimos que trasladar en ferri, que dada la lejanía, partía una vez por semana. Yo lo llamé el “ferri del terror”, pues fue una experiencia fantasmal estar dentro de él. Estando ahí me informaron que yo sería la que daría el discurso de clausura, pues la persona que venía desde Sudáfrica para hacerlo no había podido subirse al “ferri del terror”. Ya estando de regreso en la isla principal, uno de los participantes (bien parecido y agradable) me localizó (y desconozco cómo se trasladó ahí y cómo le hizo para ubicarme), pero al verme me dijo que se había enamorado de mí, que ya le había pedido permiso a su familia para casarse conmigo y que me ofrecía una isla como regalo para quedarme en Fiji. Impactada e incrédula, sonreí, agradecí y dije que no. Algunas personas me dijeron no era “descabellada” la propuesta, pues ya había ocurrido con otras extranjeras algo parecido. Tardé en asimilar lo ocurrido y así la historia se volvió leyenda de cómo a una mujer mexicana le ofrecieron una isla y sonriendo dijo “no, gracias”.

Ello me permitió conocer un contexto cultural distinto, que difícilmente sucedería en esa parte del mundo, y la experiencia de que para trabajar en el tema de la resolución de conflictos es un prerrequisito esencial conocer la cultura para mejor abordar las diversas situaciones que pudieran presentarse. Lo había leído, pero no lo entendí a cabalidad hasta que me sucedió. A la fecha, mis amistades siguen reprochando mi respuesta, alentándome (en broma), que ahora sea yo la que regrese a Savusavu y acepte su oferta. Así, hay historias pequeñas que valen la pena ser contadas, para ofrecer variedad y enriquecer la experiencia, dotando de humor al contenido académico.

Yanez_flor@hotmail.com