/ miércoles 6 de mayo de 2020

Nuestros hijos y sus mundos irreales

Ahora que tenemos mucho tiempo para convivir con ellos -me refiero a los hijos y/o nietos, según sea el caso-, en una época en la que pasamos literalmente las 24 horas del día juntos, algunos amigos han comentado que esta cuarentena les está ayudando con algo que parecía ajeno a nosotros: la comunicación en casa.

Y salta una pregunta interesante: ¿cuánto quieres a tus hijos? No hay límites porque daríamos, en serio, hasta la propia vida si fuera necesario para salvar la de ellos. He escuchado a papás decir que son capaces de cualquier sacrificio por sus hijos y que no hay ninguna frontera que pueda detenerlos cuando de buscar su bienestar se trata; cierto: los papás adoramos a nuestros hijos y haríamos lo que sea con tal de no verlos sufrir. Pero…

Ese amor tan grande que les tenemos a veces nos ciega de lo que realmente los hará felices; los consentimos demasiado y con tal de que no “estén mal”, cumplimos sus más variados y excéntricos caprichos. Vivimos en una era de modernidad donde priva el poder del dinero, no la conciencia de la humildad.

Con el pretexto de que los amamos mucho, ellos saben que seremos capaces de todo con tal de que no estén tristes, molestos, malhumorados o desesperados por tener algo que los otros tienen; pero a veces lo que hacemos es construir mundos irreales, cuentos mágicos que se van a desmoronar cuando ellos crezcan y se topen con la realidad, no con la visión virtual que tienen en su laptop.

Cuando nuestros hijos se enfrenten con la verdad, verán que afuera, en el mundo real, hay trampas mortales, callejones sin salida, puertas falsas o ventanas selladas que no se modifican con el dinero que hoy tienen y con el que pueden derrotar a su adversario con sólo manipular el control remoto sin despegarse del monitor.

Estamos educando a nuestros hijos para que sean felices, pero no para que busquen la felicidad a partir de un sacrificio; debiéramos educarlos (Confucio) con un poco de hambre y un poco de frío para que comprendan que las cosas tienen un costo y que no pueden desprenderse de ellas para que se les compre de nuevo.

Los hijos de hoy, tus hijos y mis hijos, no conocieron la televisión en blanco y negro, pero tampoco el hambre porque lo que no les gusta lo tiran. Literal.

Nuestros hijos no saben qué es tener hambre, porque nacieron con el celular bajo el brazo con un software listo para remarcación automática, GPS e internet que manda y recibe fotos y videos de sus amigos; ellos no saben qué es el hambre, porque les abrimos latas de alimentos balanceados en vez triturar papillas con la cuchara, como tú y yo comimos; nos ven como cajeros automáticos con disposición en efectivo las 24 horas del día.

Nuestros amados (no es ironía) hijos creen que sentir frío o calor es un asunto relacionado con la calefacción o el aire acondicionado y que todo se arregla girando la perilla de un botón pegado a la pared; educamos a nuestros hijos antes y durante el dinero, para que a partir de ahí construyan sus propios mundos y para que a partir del dinero sueñen y encuentren cuentos que solamente en las pantallas del cine son posibles. No los educamos para ser nobles, altruistas, bondadosos; hoy nuestros niños y adolescentes son caprichosos, malcriados, berrinchudos y manipuladores, porque saben perfectamente que mientras haya dinero, hay poder.

Para los hijos y adolescentes de esta generación todo es molesto, nada les agrada y casi nunca están conformes, es más: por lo regular están cansados, permanentemente cansados. ¿Y sabes qué es para ellos estar cansados?: caminar unas cuadras para ir a la escuela, porque los educamos arriba del coche, sentados en la parte trasera con el cinturón de seguridad y su juego electrónico para que no den lata.

Nuestros hijos sienten que todo lo merecen y en vez de ganarse las cosas que desean, buscan el chantaje y la manipulación, porque saben que somos padres débiles que caemos en la primera provocación. Estamos en medio de una generación que busca la comodidad por sobre todas las cosas, porque no queremos educar a los muchachos a ser obedientes, sino osados y sin cuidado.

Esta apatía desmedida que les caracteriza hoy debe ser aprovechada por nosotros, justo ahora, cuando necesitamos estar en casa y cuando la comunicación es una de las partes más valiosas que tenemos para convencerlos de por qué es obligado sobrevivir en este mundo, que no es irreal. Sólo escribo cosas comunes.

Ahora que tenemos mucho tiempo para convivir con ellos -me refiero a los hijos y/o nietos, según sea el caso-, en una época en la que pasamos literalmente las 24 horas del día juntos, algunos amigos han comentado que esta cuarentena les está ayudando con algo que parecía ajeno a nosotros: la comunicación en casa.

Y salta una pregunta interesante: ¿cuánto quieres a tus hijos? No hay límites porque daríamos, en serio, hasta la propia vida si fuera necesario para salvar la de ellos. He escuchado a papás decir que son capaces de cualquier sacrificio por sus hijos y que no hay ninguna frontera que pueda detenerlos cuando de buscar su bienestar se trata; cierto: los papás adoramos a nuestros hijos y haríamos lo que sea con tal de no verlos sufrir. Pero…

Ese amor tan grande que les tenemos a veces nos ciega de lo que realmente los hará felices; los consentimos demasiado y con tal de que no “estén mal”, cumplimos sus más variados y excéntricos caprichos. Vivimos en una era de modernidad donde priva el poder del dinero, no la conciencia de la humildad.

Con el pretexto de que los amamos mucho, ellos saben que seremos capaces de todo con tal de que no estén tristes, molestos, malhumorados o desesperados por tener algo que los otros tienen; pero a veces lo que hacemos es construir mundos irreales, cuentos mágicos que se van a desmoronar cuando ellos crezcan y se topen con la realidad, no con la visión virtual que tienen en su laptop.

Cuando nuestros hijos se enfrenten con la verdad, verán que afuera, en el mundo real, hay trampas mortales, callejones sin salida, puertas falsas o ventanas selladas que no se modifican con el dinero que hoy tienen y con el que pueden derrotar a su adversario con sólo manipular el control remoto sin despegarse del monitor.

Estamos educando a nuestros hijos para que sean felices, pero no para que busquen la felicidad a partir de un sacrificio; debiéramos educarlos (Confucio) con un poco de hambre y un poco de frío para que comprendan que las cosas tienen un costo y que no pueden desprenderse de ellas para que se les compre de nuevo.

Los hijos de hoy, tus hijos y mis hijos, no conocieron la televisión en blanco y negro, pero tampoco el hambre porque lo que no les gusta lo tiran. Literal.

Nuestros hijos no saben qué es tener hambre, porque nacieron con el celular bajo el brazo con un software listo para remarcación automática, GPS e internet que manda y recibe fotos y videos de sus amigos; ellos no saben qué es el hambre, porque les abrimos latas de alimentos balanceados en vez triturar papillas con la cuchara, como tú y yo comimos; nos ven como cajeros automáticos con disposición en efectivo las 24 horas del día.

Nuestros amados (no es ironía) hijos creen que sentir frío o calor es un asunto relacionado con la calefacción o el aire acondicionado y que todo se arregla girando la perilla de un botón pegado a la pared; educamos a nuestros hijos antes y durante el dinero, para que a partir de ahí construyan sus propios mundos y para que a partir del dinero sueñen y encuentren cuentos que solamente en las pantallas del cine son posibles. No los educamos para ser nobles, altruistas, bondadosos; hoy nuestros niños y adolescentes son caprichosos, malcriados, berrinchudos y manipuladores, porque saben perfectamente que mientras haya dinero, hay poder.

Para los hijos y adolescentes de esta generación todo es molesto, nada les agrada y casi nunca están conformes, es más: por lo regular están cansados, permanentemente cansados. ¿Y sabes qué es para ellos estar cansados?: caminar unas cuadras para ir a la escuela, porque los educamos arriba del coche, sentados en la parte trasera con el cinturón de seguridad y su juego electrónico para que no den lata.

Nuestros hijos sienten que todo lo merecen y en vez de ganarse las cosas que desean, buscan el chantaje y la manipulación, porque saben que somos padres débiles que caemos en la primera provocación. Estamos en medio de una generación que busca la comodidad por sobre todas las cosas, porque no queremos educar a los muchachos a ser obedientes, sino osados y sin cuidado.

Esta apatía desmedida que les caracteriza hoy debe ser aprovechada por nosotros, justo ahora, cuando necesitamos estar en casa y cuando la comunicación es una de las partes más valiosas que tenemos para convencerlos de por qué es obligado sobrevivir en este mundo, que no es irreal. Sólo escribo cosas comunes.