/ lunes 26 de octubre de 2020

Nuevas oportunidades para los comerciantes fronterizos

En distintos momentos de la historia de las ciudades fronterizas, estudiosos, empresarios y representantes de los gobiernos han apreciado un flanco vulnerable en la estructura de las economías de la frontera norte.

Se trata de un intercambio comercial de carácter local desventajoso, en el que compiten dos aparatos comerciales muy asimétricos: el de los establecimientos comerciales y servicios más desarrollados del mundo, radicado en las comunidades norteamericanas, caracterizado por la presencia dominante de las franquicias con un gran renombre internacional y con un manejo insuperable del arte de la mercadotecnia; se enfrenta comercialmente a una estructura comercial mexicana muy heterogénea, muy afectada por la escasez de capital, en el que coexisten empresas modernas con pequeños negocios familiares y donde abunda el comercio informal.

Esta visión de la gran disparidad entre las comunidades fronterizas viene de lejos. A fines del siglo XIX, cuando las comunidades de la frontera norte vivían sus primeros años, los líderes de comerciantes observaron que la mayor debilidad de las economías de estos poblados mexicanos estaba justo en la disparidad de oportunidades: los comerciantes del lado norteamericano gozaban de un ambiente muy favorable, regulaciones flexibles, mejores precios, abasto oportuno, suficiente capital y sobre todo experiencia acumulada; mientras que en el lado mexicano, en todos estos aspectos los comerciantes estaban en franca desventaja. Para ellos esta desigualdad era el origen del atraso del atraso manifiesto de las jóvenes ciudades mexicanas y la causa esencial de su estancamiento permanente.

Tal situación generó un gran debate en el que los comerciantes proponían mayor libertad comercial y en particular el establecimiento de zonas de libre comercio, mientras que los representantes del gobierno federal, apoyados por los representantes de las industrias nacionales, mantenían la convicción de que la verdadera amenaza era el contrabando y las regulaciones que favorecían el libre comercio.

Se trataba de un falso debate que la verdadera experiencia histórica del intercambio comercial ha empezado a olvidar, pues en realidad a lo largo de un siglo y medio, tanto la apertura comercial, como la protección han sido útiles para propiciar la expansión comercial de la frontera.

En el periodo de 1940 a 1960, durante y después de la II Guerra, mientras el mercado norteamericano se abría a la mano de obra y a una gran variedad de mercancías y servicios mexicanos, la política comercial de México incrementaba las barreras comerciales, para frenar el ingreso de mercancías extranjeras, teniendo como resultado un auge comercial en las ciudades fronterizas sin precedente tan importante que provocó una concentración poblacional en la frontera norte que de no haber ocurrido, la expansión económica de los últimos cincuenta años, centrada en la industria manufacturera de exportación, no hubiera sido posible.

En el ámbito local, desde 1971 a la fecha, en la frontera norte hemos vivido bajo un régimen de regulaciones exactamente opuesto, inaugurado con la implantación del llamado “Artículo Gancho”, diseñado para fortalecer a los medianos y grandes comerciantes, facilitando trámites, rebajando aranceles y flexibilizando los permisos de importación de mercancías norteamericanas. Este programa fue muy exitoso porque efectivamente contribuyó a retener al consumidor fronterizo y a modernizar la infraestructura comercial de las ciudades fronterizas, generando con ello una época de expansión comercial de muy larga duración, cuyos efectos aún son visibles, sobre todo en el vigor que muestran el gran comercio establecido y, en particular, los establecimientos asociados a franquicias nacionales o extranjeras.

Sin embargo, a pesar del notable éxito, este impacto de retener al consumidor fronterizo sólo tuvo efecto en algunos giros comerciales relacionados con los rubros de alimentos, bebidas, muebles, materiales de construcción y desde luego toda la gama de servicios personales en los que el costo de la mano de obra representa el insumo principal.

Aunque recientemente la proveeduría mexicana también ha ampliado su mercado en el abasto local de telefonía celular y más limitadamente en la venta de automóviles nuevos, no ha ocurrido lo mismo en los giros comerciales con gran dinamismo y peso específico, como en la industria del vestido, la del calzado y la gran diversidad de artículos electrónicos, asociadas las nuevas tecnologías de información y comunicación; de modo que en el presente estos segmentos siguen dominados por los negocios establecidos en la frontera norteamericana, limitando con ello el desarrollo comercial de la infraestructura comercial, situada en las ciudades mexicanas.

En un análisis de largo plazo, es evidente que la debilidad de la estructura comercial, radicada en las ciudades de la frontera norte mexicana, proviene de esta limitación. A propósito, hasta hace poco tiempo parecía imposible superarla; pero como en otros momentos de la historia, en la frontera desde años atrás se está generando un nuevo modelo de movilidad transfronteriza vecinal, caracterizado por los crecientes obstáculos que el gobierno norteamericano ha estado imponiendo al cruce de los mexicanos que residen en la frontera; y de pronto ocurre en este año que la pandemia ha limitado, al mínimo, los viajes originados en las comunidades mexicanas, creando un régimen de movilidad vecinal, muy limitado, que desde una perspectiva comercial puede modificar la añeja estructura del comercio transfronterizo.

Ello puede ocurrir si se tiene a la vista que uno de los efectos inesperados del cierre de las fronteras provocado por la pandemia está generando una reestructuración muy rápida de las transacciones fronterizas, causada porque los consumidores mexicanos de una gran variedad de productos norteamericanos, ya no pueden desplazarse hacia las ciudades “del otro lado”, lo cual representa una oportunidad de abasto que el comercio mexicano puede aprovechar para continuar su expansión; sobre todo porque todo indica que este patrón de movilidad vecinal limitado ya suma una larga historia y que la pandemia tendrá efectos muy duraderos en la política de contención a la movilidad que el gobierno norteamericano ha practicado de manera sistemática y progresiva desde 1993.

Para concluir, sólo adelanto algunas cifras sobre las limitaciones que ha experimentado la movilidad de los consumidores fronterizos y la severa caída de las importaciones fronterizas, asociadas a este fenómeno.

Según cifras preliminares que tienen como fuente los registros de las 21 aduanas ubicadas en la frontera norte, comparando el monto de lo recaudado por concepto de autodeclaraciones de las importaciones que exceden de la franquicia, ocurridas de enero a agosto de 2019, con el periodo semejante de 2020, se tuvo una caída en números redondos, de 781 mdp a sólo 580 millones de pesos, representando este descenso, en 2020, una pérdida recaudatoria equivalente a -28.1%. En la Aduana de Ciudad Juárez esa pérdida cayó de 96 mdp a sólo 69 millones de pesos, sumando un descenso relativo de 30%.

Se trata de un indicador que nos proporciona una imagen muy real, de cómo el cierre de la frontera está reduciendo drásticamente las importaciones cotidianas que realizan los residentes y visitantes de las ciudades fronterizas y ello, sin duda, tiene aspectos negativos, pero también nos muestra la magnitud de una oportunidad para cambiar en beneficio del comercio “de este lado” el régimen de intercambio. Debemos explorar los alcances de esta oportunidad y prepararnos para impulsar la transformación de la vida económica de nuestra frontera norte.


En distintos momentos de la historia de las ciudades fronterizas, estudiosos, empresarios y representantes de los gobiernos han apreciado un flanco vulnerable en la estructura de las economías de la frontera norte.

Se trata de un intercambio comercial de carácter local desventajoso, en el que compiten dos aparatos comerciales muy asimétricos: el de los establecimientos comerciales y servicios más desarrollados del mundo, radicado en las comunidades norteamericanas, caracterizado por la presencia dominante de las franquicias con un gran renombre internacional y con un manejo insuperable del arte de la mercadotecnia; se enfrenta comercialmente a una estructura comercial mexicana muy heterogénea, muy afectada por la escasez de capital, en el que coexisten empresas modernas con pequeños negocios familiares y donde abunda el comercio informal.

Esta visión de la gran disparidad entre las comunidades fronterizas viene de lejos. A fines del siglo XIX, cuando las comunidades de la frontera norte vivían sus primeros años, los líderes de comerciantes observaron que la mayor debilidad de las economías de estos poblados mexicanos estaba justo en la disparidad de oportunidades: los comerciantes del lado norteamericano gozaban de un ambiente muy favorable, regulaciones flexibles, mejores precios, abasto oportuno, suficiente capital y sobre todo experiencia acumulada; mientras que en el lado mexicano, en todos estos aspectos los comerciantes estaban en franca desventaja. Para ellos esta desigualdad era el origen del atraso del atraso manifiesto de las jóvenes ciudades mexicanas y la causa esencial de su estancamiento permanente.

Tal situación generó un gran debate en el que los comerciantes proponían mayor libertad comercial y en particular el establecimiento de zonas de libre comercio, mientras que los representantes del gobierno federal, apoyados por los representantes de las industrias nacionales, mantenían la convicción de que la verdadera amenaza era el contrabando y las regulaciones que favorecían el libre comercio.

Se trataba de un falso debate que la verdadera experiencia histórica del intercambio comercial ha empezado a olvidar, pues en realidad a lo largo de un siglo y medio, tanto la apertura comercial, como la protección han sido útiles para propiciar la expansión comercial de la frontera.

En el periodo de 1940 a 1960, durante y después de la II Guerra, mientras el mercado norteamericano se abría a la mano de obra y a una gran variedad de mercancías y servicios mexicanos, la política comercial de México incrementaba las barreras comerciales, para frenar el ingreso de mercancías extranjeras, teniendo como resultado un auge comercial en las ciudades fronterizas sin precedente tan importante que provocó una concentración poblacional en la frontera norte que de no haber ocurrido, la expansión económica de los últimos cincuenta años, centrada en la industria manufacturera de exportación, no hubiera sido posible.

En el ámbito local, desde 1971 a la fecha, en la frontera norte hemos vivido bajo un régimen de regulaciones exactamente opuesto, inaugurado con la implantación del llamado “Artículo Gancho”, diseñado para fortalecer a los medianos y grandes comerciantes, facilitando trámites, rebajando aranceles y flexibilizando los permisos de importación de mercancías norteamericanas. Este programa fue muy exitoso porque efectivamente contribuyó a retener al consumidor fronterizo y a modernizar la infraestructura comercial de las ciudades fronterizas, generando con ello una época de expansión comercial de muy larga duración, cuyos efectos aún son visibles, sobre todo en el vigor que muestran el gran comercio establecido y, en particular, los establecimientos asociados a franquicias nacionales o extranjeras.

Sin embargo, a pesar del notable éxito, este impacto de retener al consumidor fronterizo sólo tuvo efecto en algunos giros comerciales relacionados con los rubros de alimentos, bebidas, muebles, materiales de construcción y desde luego toda la gama de servicios personales en los que el costo de la mano de obra representa el insumo principal.

Aunque recientemente la proveeduría mexicana también ha ampliado su mercado en el abasto local de telefonía celular y más limitadamente en la venta de automóviles nuevos, no ha ocurrido lo mismo en los giros comerciales con gran dinamismo y peso específico, como en la industria del vestido, la del calzado y la gran diversidad de artículos electrónicos, asociadas las nuevas tecnologías de información y comunicación; de modo que en el presente estos segmentos siguen dominados por los negocios establecidos en la frontera norteamericana, limitando con ello el desarrollo comercial de la infraestructura comercial, situada en las ciudades mexicanas.

En un análisis de largo plazo, es evidente que la debilidad de la estructura comercial, radicada en las ciudades de la frontera norte mexicana, proviene de esta limitación. A propósito, hasta hace poco tiempo parecía imposible superarla; pero como en otros momentos de la historia, en la frontera desde años atrás se está generando un nuevo modelo de movilidad transfronteriza vecinal, caracterizado por los crecientes obstáculos que el gobierno norteamericano ha estado imponiendo al cruce de los mexicanos que residen en la frontera; y de pronto ocurre en este año que la pandemia ha limitado, al mínimo, los viajes originados en las comunidades mexicanas, creando un régimen de movilidad vecinal, muy limitado, que desde una perspectiva comercial puede modificar la añeja estructura del comercio transfronterizo.

Ello puede ocurrir si se tiene a la vista que uno de los efectos inesperados del cierre de las fronteras provocado por la pandemia está generando una reestructuración muy rápida de las transacciones fronterizas, causada porque los consumidores mexicanos de una gran variedad de productos norteamericanos, ya no pueden desplazarse hacia las ciudades “del otro lado”, lo cual representa una oportunidad de abasto que el comercio mexicano puede aprovechar para continuar su expansión; sobre todo porque todo indica que este patrón de movilidad vecinal limitado ya suma una larga historia y que la pandemia tendrá efectos muy duraderos en la política de contención a la movilidad que el gobierno norteamericano ha practicado de manera sistemática y progresiva desde 1993.

Para concluir, sólo adelanto algunas cifras sobre las limitaciones que ha experimentado la movilidad de los consumidores fronterizos y la severa caída de las importaciones fronterizas, asociadas a este fenómeno.

Según cifras preliminares que tienen como fuente los registros de las 21 aduanas ubicadas en la frontera norte, comparando el monto de lo recaudado por concepto de autodeclaraciones de las importaciones que exceden de la franquicia, ocurridas de enero a agosto de 2019, con el periodo semejante de 2020, se tuvo una caída en números redondos, de 781 mdp a sólo 580 millones de pesos, representando este descenso, en 2020, una pérdida recaudatoria equivalente a -28.1%. En la Aduana de Ciudad Juárez esa pérdida cayó de 96 mdp a sólo 69 millones de pesos, sumando un descenso relativo de 30%.

Se trata de un indicador que nos proporciona una imagen muy real, de cómo el cierre de la frontera está reduciendo drásticamente las importaciones cotidianas que realizan los residentes y visitantes de las ciudades fronterizas y ello, sin duda, tiene aspectos negativos, pero también nos muestra la magnitud de una oportunidad para cambiar en beneficio del comercio “de este lado” el régimen de intercambio. Debemos explorar los alcances de esta oportunidad y prepararnos para impulsar la transformación de la vida económica de nuestra frontera norte.