/ martes 20 de agosto de 2019

Odio racial II


“La ignorancia es la madre del miedo”: Kames


La teatralidad nos lleva a la ficción. Nos muestran cosas que no existen en la realidad y nosotros admitimos dicha situación porque sabemos que no es verdad lo que se nos cuenta. En la historia de la humanidad, los grupos dominantes buscaron los medios de producir miedo en los dominados. El gran invento de las clases dominantes fue el diablo, ser maligno y chivo expiatorio universal de los males de la humanidad. Murieron miles de hombres y mujeres en la hoguera tras los más crueles tormentos, por herejías, apostasías y brujerías, estimulados (según ellos) por el demonio. Todos los reinos invasores de las rutas oceánicas tuvieron a la mano dos armas: su poder militar y la amenaza del demonio en sus religiones. El odio racial provocó genocidio y superstición en pueblos de América, África y Asia. En la misma Europa, en el año 1209, el legado papal Arnaldo Amalric sitió a los albigenses, acusados de herejía y después de agresiones virulentas, dejaron más de 70,000 asesinados por no someterse a los mandatos papales. Inocencio III papa ordenó tal matanza de odio y de superstición.

Las monarquías invasoras de las rutas oceánicas: Portugal, España, Inglaterra, Holanda, emprendieron “viajes de descubrimientos”, que en realidad fueron invasiones que provocaron el más cruel genocidio de la historia. Colón, en su segundo viaje, asesinó, incluso con perros, a miles de nativos de Cuba y Santo Domingo. Los portugueses acabaron con pueblos enteros de la cuenca del río Amazonas. Y qué decir de los ingleses “puritanos” en las costas de Norteamérica, al asesinar a miles de moradores de esas tierras. No contentos con sus matanzas de odio racial, iniciaron la caza de negros de África, para traerlos al continente americano, para esclavizarlos. Acto execrable y de marcado odio racial. Tanto españoles, como portugueses e ingleses se arroparon en las confesiones religiosas, en el sentido de que Dios los empoderó para dominar al mundo. Por un lado “la evangelización”, por otro “el destino manifiesto”, pero en ningún caso el amor al prójimo. El problema mayor surgió de la socioeconomía mundial.


“La ignorancia es la madre del miedo”: Kames


La teatralidad nos lleva a la ficción. Nos muestran cosas que no existen en la realidad y nosotros admitimos dicha situación porque sabemos que no es verdad lo que se nos cuenta. En la historia de la humanidad, los grupos dominantes buscaron los medios de producir miedo en los dominados. El gran invento de las clases dominantes fue el diablo, ser maligno y chivo expiatorio universal de los males de la humanidad. Murieron miles de hombres y mujeres en la hoguera tras los más crueles tormentos, por herejías, apostasías y brujerías, estimulados (según ellos) por el demonio. Todos los reinos invasores de las rutas oceánicas tuvieron a la mano dos armas: su poder militar y la amenaza del demonio en sus religiones. El odio racial provocó genocidio y superstición en pueblos de América, África y Asia. En la misma Europa, en el año 1209, el legado papal Arnaldo Amalric sitió a los albigenses, acusados de herejía y después de agresiones virulentas, dejaron más de 70,000 asesinados por no someterse a los mandatos papales. Inocencio III papa ordenó tal matanza de odio y de superstición.

Las monarquías invasoras de las rutas oceánicas: Portugal, España, Inglaterra, Holanda, emprendieron “viajes de descubrimientos”, que en realidad fueron invasiones que provocaron el más cruel genocidio de la historia. Colón, en su segundo viaje, asesinó, incluso con perros, a miles de nativos de Cuba y Santo Domingo. Los portugueses acabaron con pueblos enteros de la cuenca del río Amazonas. Y qué decir de los ingleses “puritanos” en las costas de Norteamérica, al asesinar a miles de moradores de esas tierras. No contentos con sus matanzas de odio racial, iniciaron la caza de negros de África, para traerlos al continente americano, para esclavizarlos. Acto execrable y de marcado odio racial. Tanto españoles, como portugueses e ingleses se arroparon en las confesiones religiosas, en el sentido de que Dios los empoderó para dominar al mundo. Por un lado “la evangelización”, por otro “el destino manifiesto”, pero en ningún caso el amor al prójimo. El problema mayor surgió de la socioeconomía mundial.