/ viernes 22 de mayo de 2020

Pandemia, mentir o equivocarse

Nadie quiere ser víctima de embusteros, pero debemos considerar que no todo el que dice algo falso está mintiendo. Entre mentir y equivocarse hay una diferencia cualitativa de orden ético: mentir es sostener una proposición como verdadera sabiendo que no lo es, y errar (o equivocarse) es sostener una idea como verdadera sin saber que es falsa.

En la mentira, por lo tanto, hay una intención de engañar; así que quien afirma y promueve una idea como verdadera sabiendo que es falsa, es un farsante, un vil embustero, quien actúa con la mala voluntad de hacer creer en lo falso.

Si los mensajeros de un gobierno dan datos falsos a los gobernados, o está mintiendo o se está equivocando; o quizás ambos.

Sobre la pandemia en México, las cifras oficiales no cuentan con el crédito por parte de muchos ciudadanos, quienes -ya sea por el contraste de los datos de México con los de otros países, o las cambiantes declaraciones en las conferencias de prensa, o las contradicciones que dicen hallar entre los informantes- consideran que el gobierno ha manipulado los datos con el fin de salir “bien parado” en cuanto al manejo que ha hecho de la contingencia.

Es decir, gran parte de la ciudadanía, instruida o no en temas estadísticos, considera que la publicación de cifras oficiales sobre la pandemia es una estrategia de imagen política más que un compromiso de comunicación social con la información veraz, precisa y confiable. Para este bloque ciudadano no hay más: el Gobierno miente sobre las cifras del Covid-19 en México.

Una buena comunicación social de un gobierno genera, primeramente, confianza. Y para que haya confianza en los receptores de la información, ésta tiene que ser consistente; es decir, no se puede tener confianza en un discurso incoherente. Me refiero a la coherencia interna del mensaje, pero también a la coherencia con otras manifestaciones del emisor, tales como sus gestos, su conducta y su actitud.

El mensaje enviado a la ciudadanía debe estar apoyado en un valor fundamental para la confianza ciudadana: la honestidad. Un discurso valioso –y más en algo tan delicado como el tema de la salud y la vida de los ciudadanos- proyecta necesariamente honestidad. El gran discurso, el que vale, el que todos queremos, es el discurso respetuoso de la verdad.

Si se equivoca quien comunica, nada más valioso que proceda a corregir, porque ello será evidencia de que su intención no era la del engaño. Si quien informa dice falsedades sabiendo que lo son, es conveniente señalar su deshonra, en razón directa de su mala fe. La cuestión de fondo, como se ve, es ética.

Quien comunica buscando transmitir la verdad, se pueden equivocar, y es una falla tolerable. Lo malo es engañar, y ningún embustero es bien visto. La confianza se rescata del error, pero no de la mentira.

Nadie quiere ser víctima de embusteros, pero debemos considerar que no todo el que dice algo falso está mintiendo. Entre mentir y equivocarse hay una diferencia cualitativa de orden ético: mentir es sostener una proposición como verdadera sabiendo que no lo es, y errar (o equivocarse) es sostener una idea como verdadera sin saber que es falsa.

En la mentira, por lo tanto, hay una intención de engañar; así que quien afirma y promueve una idea como verdadera sabiendo que es falsa, es un farsante, un vil embustero, quien actúa con la mala voluntad de hacer creer en lo falso.

Si los mensajeros de un gobierno dan datos falsos a los gobernados, o está mintiendo o se está equivocando; o quizás ambos.

Sobre la pandemia en México, las cifras oficiales no cuentan con el crédito por parte de muchos ciudadanos, quienes -ya sea por el contraste de los datos de México con los de otros países, o las cambiantes declaraciones en las conferencias de prensa, o las contradicciones que dicen hallar entre los informantes- consideran que el gobierno ha manipulado los datos con el fin de salir “bien parado” en cuanto al manejo que ha hecho de la contingencia.

Es decir, gran parte de la ciudadanía, instruida o no en temas estadísticos, considera que la publicación de cifras oficiales sobre la pandemia es una estrategia de imagen política más que un compromiso de comunicación social con la información veraz, precisa y confiable. Para este bloque ciudadano no hay más: el Gobierno miente sobre las cifras del Covid-19 en México.

Una buena comunicación social de un gobierno genera, primeramente, confianza. Y para que haya confianza en los receptores de la información, ésta tiene que ser consistente; es decir, no se puede tener confianza en un discurso incoherente. Me refiero a la coherencia interna del mensaje, pero también a la coherencia con otras manifestaciones del emisor, tales como sus gestos, su conducta y su actitud.

El mensaje enviado a la ciudadanía debe estar apoyado en un valor fundamental para la confianza ciudadana: la honestidad. Un discurso valioso –y más en algo tan delicado como el tema de la salud y la vida de los ciudadanos- proyecta necesariamente honestidad. El gran discurso, el que vale, el que todos queremos, es el discurso respetuoso de la verdad.

Si se equivoca quien comunica, nada más valioso que proceda a corregir, porque ello será evidencia de que su intención no era la del engaño. Si quien informa dice falsedades sabiendo que lo son, es conveniente señalar su deshonra, en razón directa de su mala fe. La cuestión de fondo, como se ve, es ética.

Quien comunica buscando transmitir la verdad, se pueden equivocar, y es una falla tolerable. Lo malo es engañar, y ningún embustero es bien visto. La confianza se rescata del error, pero no de la mentira.