/ martes 21 de enero de 2020

Para siempre

“Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir “para siempre”… No como dicen algunos: mientras dure el amor. No: ¡para siempre! Si no, es mejor que no te cases. O para siempre o nada” (Papa Francisco).

Vivimos en un tiempo en que el “para siempre” en la vida matrimonial parece cosa del pasado, recuerdo de aquellos cuentos clásicos que terminaban con un beso entre los enamorados y un “y vivieron felices para siempre”, ello a pesar de las vicisitudes transcurridas durante la trama de los relatos.

Hoy son muchas las parejas de hombres y mujeres que buscan casarse, sea por lo civil o por lo religioso, que lo hacen por diversos motivos donde el “para siempre” queda volando consciente o inconscientemente, a pesar del amor que se profesan o dicen profesarse.

Y hoy también son muchas las personas que giran alrededor de la pareja, sean familiares, amistades de uno u otro cónyuge, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, conocidos e incluso personas que apenas o poco los tratan, que ante cualquier situación que hace entrever que el matrimonio tiene problemas o pasa por una crisis, lo primero que manifiestan, opinan o piensan como solución a esas desavenencias es la separación o el divorcio. Y pontifican y señalan a uno u otro de los casados como culpables, con razón o sin ella.

Son pocos –ojalá fueran muchos- quienes, de entrada, permanecen al margen de lo que acontece en quienes están casados y únicamente dan su opinión de forma mesurada si se les pide. Y hay quienes están convencidos de que los desentendidos entre esposos deben resolverse entre ellos en primer lugar, sin intervenciones extrañas o próximas, y además que todo puede tener solución, y el amor primero volver a florecer, aunque el proceso no resulte fácil.

El matrimonio –continúa expresando el Papa- es un trabajo de todos los días, se puede decir que artesanal, un trabajo de orfebrería porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a la esposa y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre al marido.

Pero además, un matrimonio no tiene éxito sólo si dura, es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos.

En este sentido el sucesor de Pedro apunta que quienes aman de verdad y apuestan por el “para siempre” saben que necesitan de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos para poder vivir esa vida matrimonial juntos, porque por desgracia suele suceder que el alejamiento de Dios se da en no pocas parejas y la gracia sacramental se opaca, así no desaparezca.

Todos sabemos –dice Francisco- que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. No digamos la suegra perfecta... Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón.

Quienes estamos de frente o nos enteramos de un conflicto matrimonial no seamos de aquellos que incitan a la separación y echan más leña al fuego, sino promotores de la unión. ¿Lo ven?




“Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir “para siempre”… No como dicen algunos: mientras dure el amor. No: ¡para siempre! Si no, es mejor que no te cases. O para siempre o nada” (Papa Francisco).

Vivimos en un tiempo en que el “para siempre” en la vida matrimonial parece cosa del pasado, recuerdo de aquellos cuentos clásicos que terminaban con un beso entre los enamorados y un “y vivieron felices para siempre”, ello a pesar de las vicisitudes transcurridas durante la trama de los relatos.

Hoy son muchas las parejas de hombres y mujeres que buscan casarse, sea por lo civil o por lo religioso, que lo hacen por diversos motivos donde el “para siempre” queda volando consciente o inconscientemente, a pesar del amor que se profesan o dicen profesarse.

Y hoy también son muchas las personas que giran alrededor de la pareja, sean familiares, amistades de uno u otro cónyuge, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, conocidos e incluso personas que apenas o poco los tratan, que ante cualquier situación que hace entrever que el matrimonio tiene problemas o pasa por una crisis, lo primero que manifiestan, opinan o piensan como solución a esas desavenencias es la separación o el divorcio. Y pontifican y señalan a uno u otro de los casados como culpables, con razón o sin ella.

Son pocos –ojalá fueran muchos- quienes, de entrada, permanecen al margen de lo que acontece en quienes están casados y únicamente dan su opinión de forma mesurada si se les pide. Y hay quienes están convencidos de que los desentendidos entre esposos deben resolverse entre ellos en primer lugar, sin intervenciones extrañas o próximas, y además que todo puede tener solución, y el amor primero volver a florecer, aunque el proceso no resulte fácil.

El matrimonio –continúa expresando el Papa- es un trabajo de todos los días, se puede decir que artesanal, un trabajo de orfebrería porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a la esposa y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre al marido.

Pero además, un matrimonio no tiene éxito sólo si dura, es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos.

En este sentido el sucesor de Pedro apunta que quienes aman de verdad y apuestan por el “para siempre” saben que necesitan de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos para poder vivir esa vida matrimonial juntos, porque por desgracia suele suceder que el alejamiento de Dios se da en no pocas parejas y la gracia sacramental se opaca, así no desaparezca.

Todos sabemos –dice Francisco- que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. No digamos la suegra perfecta... Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón.

Quienes estamos de frente o nos enteramos de un conflicto matrimonial no seamos de aquellos que incitan a la separación y echan más leña al fuego, sino promotores de la unión. ¿Lo ven?