/ sábado 16 de julio de 2022

Paul Auster: Escritor del azar y de la contingencia

Por: Mario Saavedra

En el universo literario de Paul Auster pareciera que el destino siempre está a prueba, tobogán abierto a todas las posibilidades. Constructor de lo inesperado pero probable, persigue en lo cotidiano las bifurcaciones surgidas de acontecimientos en apariencia anodinos, como en La música del azar y Leviatán. Su aparente estilo sencillo esconde una elaborada arquitectura de digresiones, de múltiples historias dentro de la gran historia, de espejismos dentro de la anécdota que es reflejo descompuesto de la vida, como se define el género moderno por antonomasia.

Crítico indenciario del mundo de hoy, del propio imperio norteamericano, del american way of life, se trata de un humanista profundamente comprometido con los temas del complejo tiempo que le ha tocado vivir, entre otros, una misteriosa pero de igual modo inobjetable sensación de pérdida, de desposesión, y como contraparte, un obsesivo apego al dinero y a lo material, o la condición de vagabundeo que define a muchos de sus personajes neurálgicos. También se cuestiona siempre el problema de la identidad, en un angustioso juegos de espejos donde se entretejen la ficción y la realidad, el mundo del sueño con el de la vigilia, como acontece en su medular Trilogía de Nueva York.

Heredero indirecto de escritores como Kafka y Beckett, y a contracorriente de una tradición literaria norteamericana más apegada a un realismo casi documental, su ascendente del autor de Esperando a Godot resulta notable ––coincidente–– tanto en el inicial descubrimiento de su vocación en lengua inglesa como en su más tardía y definitiva etapa de arraigo en París. Conocedor de las vanguardias dentro y fuera de su país, sus varios textos sobre personajes como George Oppen y otros objetivistas norteamericanos son no menos reveladores, y de igual modo ha aportado ideas y juicios revolucionarios sobre otras figuras cardianles como el gran poeta alemán de la posguerra Paul Celan.

Quizá resulte baladí establecer un verdadero juicio de su obra a partir del grado de presencia que en ella puedan tener, como documento biográfico, su vida y su propia personalidad, si bien debiera desprenderse más bien, como en todo creador, del valor intrínseco de su corpus literario. Y es que dicho juego de espejos funciona únicamente como eso, conforme su novelística termina siendo un universo autónomo que se independiza de su dios-creador. Por supuesto que al leer su obra resulte fácil perderse entre la ficción y lo anecdótico, entre lo que es inventiva y su entremezclado cedazo vivencial, sobre todo en un escritor que ha construido un inteligente andamiaje de experiencias equidistantes y ficciones introyectadas.

Hábil instrumentador, suele ofrecernos varios finales posibles, falsos epílogos, múltiples trances o saltos de una a otra anécdota o historia menores, porque el poder de la digresión es desde Cervantes, pasando por Sterne y Diderot, esa varita mágica que usa el narrador para ir de un asunto a otro sin tener por qué darnos explicaciones. En el camino, la reflexión, el debate, la crítica, el conflicto, la duda, las elucubraciones, los aciertos y fracasos, en fin, el ir sin rumbo fijo pero seguro, porque en la novela no importa la solución programática sino, como bien ha escrito Kundera, la búsqueda interrogativa y nunca conclusiva del ser.


Por: Mario Saavedra

En el universo literario de Paul Auster pareciera que el destino siempre está a prueba, tobogán abierto a todas las posibilidades. Constructor de lo inesperado pero probable, persigue en lo cotidiano las bifurcaciones surgidas de acontecimientos en apariencia anodinos, como en La música del azar y Leviatán. Su aparente estilo sencillo esconde una elaborada arquitectura de digresiones, de múltiples historias dentro de la gran historia, de espejismos dentro de la anécdota que es reflejo descompuesto de la vida, como se define el género moderno por antonomasia.

Crítico indenciario del mundo de hoy, del propio imperio norteamericano, del american way of life, se trata de un humanista profundamente comprometido con los temas del complejo tiempo que le ha tocado vivir, entre otros, una misteriosa pero de igual modo inobjetable sensación de pérdida, de desposesión, y como contraparte, un obsesivo apego al dinero y a lo material, o la condición de vagabundeo que define a muchos de sus personajes neurálgicos. También se cuestiona siempre el problema de la identidad, en un angustioso juegos de espejos donde se entretejen la ficción y la realidad, el mundo del sueño con el de la vigilia, como acontece en su medular Trilogía de Nueva York.

Heredero indirecto de escritores como Kafka y Beckett, y a contracorriente de una tradición literaria norteamericana más apegada a un realismo casi documental, su ascendente del autor de Esperando a Godot resulta notable ––coincidente–– tanto en el inicial descubrimiento de su vocación en lengua inglesa como en su más tardía y definitiva etapa de arraigo en París. Conocedor de las vanguardias dentro y fuera de su país, sus varios textos sobre personajes como George Oppen y otros objetivistas norteamericanos son no menos reveladores, y de igual modo ha aportado ideas y juicios revolucionarios sobre otras figuras cardianles como el gran poeta alemán de la posguerra Paul Celan.

Quizá resulte baladí establecer un verdadero juicio de su obra a partir del grado de presencia que en ella puedan tener, como documento biográfico, su vida y su propia personalidad, si bien debiera desprenderse más bien, como en todo creador, del valor intrínseco de su corpus literario. Y es que dicho juego de espejos funciona únicamente como eso, conforme su novelística termina siendo un universo autónomo que se independiza de su dios-creador. Por supuesto que al leer su obra resulte fácil perderse entre la ficción y lo anecdótico, entre lo que es inventiva y su entremezclado cedazo vivencial, sobre todo en un escritor que ha construido un inteligente andamiaje de experiencias equidistantes y ficciones introyectadas.

Hábil instrumentador, suele ofrecernos varios finales posibles, falsos epílogos, múltiples trances o saltos de una a otra anécdota o historia menores, porque el poder de la digresión es desde Cervantes, pasando por Sterne y Diderot, esa varita mágica que usa el narrador para ir de un asunto a otro sin tener por qué darnos explicaciones. En el camino, la reflexión, el debate, la crítica, el conflicto, la duda, las elucubraciones, los aciertos y fracasos, en fin, el ir sin rumbo fijo pero seguro, porque en la novela no importa la solución programática sino, como bien ha escrito Kundera, la búsqueda interrogativa y nunca conclusiva del ser.