/ viernes 29 de abril de 2022

Personalidad católica

Seguramente todos tenemos conocidos de esos que, cuando van a comprar cinco pares de calcetines pueden tardarse más de una hora seleccionando los colores para que combinen con sus pantalones. Es curioso que otros lleguen, incluso, a basar en temas como el color de los calcetines, la fragancia de una loción, o la marca de unos zapatos, la esencia de su personalidad.

Antes de seguir adelante con el tema de la personalidad, considero oportuno fijar la atención en algo que hoy por hoy a muchos les parece una aberración: Declararse católico en ambientes intelectuales, como si un católico, por el hecho de creer en Dios, tuviera que cerrarse a las realidades científicas y, por su “supuesto fanatismo”, no mereciera la atención y el respeto de un amante de la verdad.


Quizás no sea incorrecto hablar de una personalidad católica, al entender que católico significa “universal”, lo cual nos da un importante valor agregado.


A la sazón, me topé con un pensamiento que considero de primer nivel en la vida de quien —creyendo en Dios— pretende trabajar por un mundo mejor. En el punto 428 de Surco, aparece una visión de gran riqueza acerca de la personalidad, y que dice así:


“Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características:


–amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;


–afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...;


–una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos;


–y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida”.


No cabe duda que estas ideas exigen, también, autocontrol.


El autor de Surco —Josemaría Escrivá, declarado santo por Juan Pablo II— era un hombre profundamente convencido de su fe, sus principios y sus valores. Asunto que, dicho sea de paso, es una maravilla, pues no ha habido ningún líder que no esté convencido de sus ideales. Los mediocres, y los que dudan en estos temas, están condenados a sobrevivir, y nada más. Son ese tipo de personas que deberían usar camisetas con la leyenda: “No me sigan, yo también estoy perdido”.

Otro error común en relación con la aceptación de la fe es pensar que, para estar plenamente convencido de algo, he de ser yo quien lo haya investigado o descubierto, como si el hecho de recibir un conocimiento de otra persona —en este caso el Magisterio de la Iglesia— desvaloraría la verdad transmitida.


Una personalidad sólida, rica y segura requiere, entre otras cosas; confianza personal en la propia valía, en los principios morales, y en la existencia de un Dios justo que sabrá darnos, en la otra vida, lo que nos hayamos ganado durante nuestro paso por la Tierra; como también nos exige una buena dosis de autocontrol.


www.padrealejandro.org


Seguramente todos tenemos conocidos de esos que, cuando van a comprar cinco pares de calcetines pueden tardarse más de una hora seleccionando los colores para que combinen con sus pantalones. Es curioso que otros lleguen, incluso, a basar en temas como el color de los calcetines, la fragancia de una loción, o la marca de unos zapatos, la esencia de su personalidad.

Antes de seguir adelante con el tema de la personalidad, considero oportuno fijar la atención en algo que hoy por hoy a muchos les parece una aberración: Declararse católico en ambientes intelectuales, como si un católico, por el hecho de creer en Dios, tuviera que cerrarse a las realidades científicas y, por su “supuesto fanatismo”, no mereciera la atención y el respeto de un amante de la verdad.


Quizás no sea incorrecto hablar de una personalidad católica, al entender que católico significa “universal”, lo cual nos da un importante valor agregado.


A la sazón, me topé con un pensamiento que considero de primer nivel en la vida de quien —creyendo en Dios— pretende trabajar por un mundo mejor. En el punto 428 de Surco, aparece una visión de gran riqueza acerca de la personalidad, y que dice así:


“Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características:


–amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;


–afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...;


–una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos;


–y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida”.


No cabe duda que estas ideas exigen, también, autocontrol.


El autor de Surco —Josemaría Escrivá, declarado santo por Juan Pablo II— era un hombre profundamente convencido de su fe, sus principios y sus valores. Asunto que, dicho sea de paso, es una maravilla, pues no ha habido ningún líder que no esté convencido de sus ideales. Los mediocres, y los que dudan en estos temas, están condenados a sobrevivir, y nada más. Son ese tipo de personas que deberían usar camisetas con la leyenda: “No me sigan, yo también estoy perdido”.

Otro error común en relación con la aceptación de la fe es pensar que, para estar plenamente convencido de algo, he de ser yo quien lo haya investigado o descubierto, como si el hecho de recibir un conocimiento de otra persona —en este caso el Magisterio de la Iglesia— desvaloraría la verdad transmitida.


Una personalidad sólida, rica y segura requiere, entre otras cosas; confianza personal en la propia valía, en los principios morales, y en la existencia de un Dios justo que sabrá darnos, en la otra vida, lo que nos hayamos ganado durante nuestro paso por la Tierra; como también nos exige una buena dosis de autocontrol.


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