/ martes 17 de diciembre de 2019

Peticiones


Una situación que frecuentemente se presenta es la de pedir a Dios o a la vida cosas que, se piensa, pueden dar la felicidad, u otras que pueden dársenos sin esfuerzo de nuestra parte o con una varita de virtud con sólo abrir la boca.

No son pocos quienes por estas fechas, al final o al principio de un año, piden la salud, el encontrar un amor limpio y seguro, el lograr un empleo cuya remuneración les resulte satisfactoria, el sacarse la lotería o un premio mayor de algún sorteo, el bajar de peso sin modificar los hábitos alimenticios ni hacer ejercicio, el tener un hijo aun sin casarse, el pasar algún examen a pesar de poco estudio, el que los hijos cambien su vida o modo de pensar sin diálogo o esfuerzo de los padres o, peor, el acceder a determinados vicios o placeres, a obtener dinero sin esfuerzo, a llegar a un puesto público donde puedan encajar la uña.

En fin son muchas y variadas las peticiones que se hacen, unas buenas y otras malas, y que en la mayoría de los casos denotan un mínimo o poco esfuerzo por lograr su objetivo. Piensan algunos que con sólo exponer su pensamiento las cosas se darán mágicamente.

Analizar qué es lo que pedimos, si realmente ello nos sirve para un propósito sano, si nos conducirá a ser mejores personas, a que nuestras relaciones con quienes nos rodean sean satisfactorias; si esas peticiones no nacen del egoísmo, la envidia o el afán de sobrepasar o perjudicar a otros, si tenemos conciencia de que pueden lograrse con nuestra dedicación y no únicamente con el apoyo del Señor, si no nos mueven a la pereza, al desgano o al pensar que Dios no nos quiere o no nos hace caso, o si no se oponen a la vida o a la voluntad de Dios, todo ello es necesario para que tales peticiones tengan frutos.

El pedir cosas que ofendan al prójimo, que puedan servir para que nuestra vida se aleje del camino del bien, que promuevan nuestra vanidad, que nos lleven a enfrentamientos en la familia o en el trabajo, que nos procuren amores o amoríos ilícitos, que nos induzcan a la corrupción…, es algo que debemos evitar si estamos conscientes de los males que pueden acarrearnos.

Cuando, por ejemplo –y hay muchos casos-, alguien, generalmente mujer, pide tener un hijo a toda costa fuera del matrimonio, y sabe que eso va en contra de la voluntad de Dios, lo más probable es que caiga en situaciones difíciles y no alcance una plena satisfacción; o quien pide por sus hijos que van por un mal camino pero aprueba o fomenta –o cuando menos no sanciona- lo malo que ellos efectúan en ese sendero, lo probable es que puedan hundirse más.

Muchas de nuestras peticiones son sanas y las ponemos en manos de Dios que nos pide constancia, empeño y dedicación. A veces lo que pedimos puede hacernos más daño que bien y parece que Dios no nos escucha o se niega a determinada petición, sin embargo nos hace ver, la mayor parte de los casos por otros, que aquello no es conveniente.

Pensemos pues qué es lo conveniente según nuestras circunstancias y pidamos con fe, si es para nuestro bien.


Una situación que frecuentemente se presenta es la de pedir a Dios o a la vida cosas que, se piensa, pueden dar la felicidad, u otras que pueden dársenos sin esfuerzo de nuestra parte o con una varita de virtud con sólo abrir la boca.

No son pocos quienes por estas fechas, al final o al principio de un año, piden la salud, el encontrar un amor limpio y seguro, el lograr un empleo cuya remuneración les resulte satisfactoria, el sacarse la lotería o un premio mayor de algún sorteo, el bajar de peso sin modificar los hábitos alimenticios ni hacer ejercicio, el tener un hijo aun sin casarse, el pasar algún examen a pesar de poco estudio, el que los hijos cambien su vida o modo de pensar sin diálogo o esfuerzo de los padres o, peor, el acceder a determinados vicios o placeres, a obtener dinero sin esfuerzo, a llegar a un puesto público donde puedan encajar la uña.

En fin son muchas y variadas las peticiones que se hacen, unas buenas y otras malas, y que en la mayoría de los casos denotan un mínimo o poco esfuerzo por lograr su objetivo. Piensan algunos que con sólo exponer su pensamiento las cosas se darán mágicamente.

Analizar qué es lo que pedimos, si realmente ello nos sirve para un propósito sano, si nos conducirá a ser mejores personas, a que nuestras relaciones con quienes nos rodean sean satisfactorias; si esas peticiones no nacen del egoísmo, la envidia o el afán de sobrepasar o perjudicar a otros, si tenemos conciencia de que pueden lograrse con nuestra dedicación y no únicamente con el apoyo del Señor, si no nos mueven a la pereza, al desgano o al pensar que Dios no nos quiere o no nos hace caso, o si no se oponen a la vida o a la voluntad de Dios, todo ello es necesario para que tales peticiones tengan frutos.

El pedir cosas que ofendan al prójimo, que puedan servir para que nuestra vida se aleje del camino del bien, que promuevan nuestra vanidad, que nos lleven a enfrentamientos en la familia o en el trabajo, que nos procuren amores o amoríos ilícitos, que nos induzcan a la corrupción…, es algo que debemos evitar si estamos conscientes de los males que pueden acarrearnos.

Cuando, por ejemplo –y hay muchos casos-, alguien, generalmente mujer, pide tener un hijo a toda costa fuera del matrimonio, y sabe que eso va en contra de la voluntad de Dios, lo más probable es que caiga en situaciones difíciles y no alcance una plena satisfacción; o quien pide por sus hijos que van por un mal camino pero aprueba o fomenta –o cuando menos no sanciona- lo malo que ellos efectúan en ese sendero, lo probable es que puedan hundirse más.

Muchas de nuestras peticiones son sanas y las ponemos en manos de Dios que nos pide constancia, empeño y dedicación. A veces lo que pedimos puede hacernos más daño que bien y parece que Dios no nos escucha o se niega a determinada petición, sin embargo nos hace ver, la mayor parte de los casos por otros, que aquello no es conveniente.

Pensemos pues qué es lo conveniente según nuestras circunstancias y pidamos con fe, si es para nuestro bien.