/ martes 21 de diciembre de 2021

Plena y pacífica Navidad

Este año se nos volvió a escurrir inadvertidamente entre las manos como el 2020, intentando contener en nuestras palmas, aquello que nos dio felicidad entre el caos. Ya hemos logrado adaptarnos a ese nuevo estilo de vida que instauró la pandemia, colocando la incertidumbre como baluarte en el centro de un barco a mar abierto sin rumbo, pero con oleajes más calmados y predecibles; vamos mejor. Unos días más y festejaremos con los nuestros, con los que siguen y con quienes hemos elegido compartir nuestras alegrías, Noche Buena. ¡Feliz Navidad! Escuchamos por donde quiera, pero quizá es momento de resignificar las palabras y cambiarlas por otras más adecuadas. Podemos ser felices, tenemos derecho a serlo y deberíamos conseguirlo, pero esta palabra está muy sobrevalorada. “La felicidad de ayer apenas se parece a la felicidad de hoy”, escribió McMahon. Es una aspiración generalizada que todos buscamos. En nuestros recuerdos volvemos a los momentos en que fuimos felices y con nostalgia, esperamos se repitan. La vida y las circunstancias nos han “tupido” tremendamente estos años y queremos un respiro de alivio. Las luces en las calles, los arbolitos de Navidad, las posadas y el ponche y las nuevas amistades nos hacen olvidar las cargas de los pasados meses; los villancicos nos roban sonrisas y las “Noche Buenas” acarician nuestra vista y espíritu. Vamos bien. Y en estas fechas, ¿para qué desear algo tan efímero y escurridizo como la felicidad? Celebremos la plenitud, hagamos las paces con nuestras circunstancias, buenas o malas, estemos satisfechos con el trabajo que tenemos, no con el que deseamos, agradezcamos estar vivos pesar de que la salud es tambaleante para todos, disfrutemos el instante con nuestros seres queridos, con los amados y con nuestras mascotas también. La felicidad se construye de instantes y la actitud que elijamos tener para enfrentar cualquier situación. Estas fechas comenzamos a celebrarlas de maneras que jamás imaginamos antes, con menos personas, espacios reducidos, sin abrazos y contacto físico y, sobre todo, con escenarios ambivalentes y cambiantes. Edifiquemos una Navidad más especial que las otras. Valoremos nuestras relaciones con los demás, con los amigos, la familia, pues como dijo Darwin, “están ligadas estrechamente a la felicidad”. Este año no les deseo felicidad, les deseo plenitud y paz. Estemos contentos y satisfechos con quienes somos y amemos y respetemos a los demás por quienes son, no por quienes esperamos que sean. Apaguemos los miedos y vivamos en equilibrio, busquemos nuestra autorrealización personal, en la forma que ésta sea, pero que nos haga estar en paz. No somos lo que hacemos, sino lo que llevamos por dentro. Rebosemos de amor incondicional y vivamos nuestras circunstancias un día a la vez. Es tiempo de paz, la merecemos y ese es un mejor estado que la felicidad.


Este año se nos volvió a escurrir inadvertidamente entre las manos como el 2020, intentando contener en nuestras palmas, aquello que nos dio felicidad entre el caos. Ya hemos logrado adaptarnos a ese nuevo estilo de vida que instauró la pandemia, colocando la incertidumbre como baluarte en el centro de un barco a mar abierto sin rumbo, pero con oleajes más calmados y predecibles; vamos mejor. Unos días más y festejaremos con los nuestros, con los que siguen y con quienes hemos elegido compartir nuestras alegrías, Noche Buena. ¡Feliz Navidad! Escuchamos por donde quiera, pero quizá es momento de resignificar las palabras y cambiarlas por otras más adecuadas. Podemos ser felices, tenemos derecho a serlo y deberíamos conseguirlo, pero esta palabra está muy sobrevalorada. “La felicidad de ayer apenas se parece a la felicidad de hoy”, escribió McMahon. Es una aspiración generalizada que todos buscamos. En nuestros recuerdos volvemos a los momentos en que fuimos felices y con nostalgia, esperamos se repitan. La vida y las circunstancias nos han “tupido” tremendamente estos años y queremos un respiro de alivio. Las luces en las calles, los arbolitos de Navidad, las posadas y el ponche y las nuevas amistades nos hacen olvidar las cargas de los pasados meses; los villancicos nos roban sonrisas y las “Noche Buenas” acarician nuestra vista y espíritu. Vamos bien. Y en estas fechas, ¿para qué desear algo tan efímero y escurridizo como la felicidad? Celebremos la plenitud, hagamos las paces con nuestras circunstancias, buenas o malas, estemos satisfechos con el trabajo que tenemos, no con el que deseamos, agradezcamos estar vivos pesar de que la salud es tambaleante para todos, disfrutemos el instante con nuestros seres queridos, con los amados y con nuestras mascotas también. La felicidad se construye de instantes y la actitud que elijamos tener para enfrentar cualquier situación. Estas fechas comenzamos a celebrarlas de maneras que jamás imaginamos antes, con menos personas, espacios reducidos, sin abrazos y contacto físico y, sobre todo, con escenarios ambivalentes y cambiantes. Edifiquemos una Navidad más especial que las otras. Valoremos nuestras relaciones con los demás, con los amigos, la familia, pues como dijo Darwin, “están ligadas estrechamente a la felicidad”. Este año no les deseo felicidad, les deseo plenitud y paz. Estemos contentos y satisfechos con quienes somos y amemos y respetemos a los demás por quienes son, no por quienes esperamos que sean. Apaguemos los miedos y vivamos en equilibrio, busquemos nuestra autorrealización personal, en la forma que ésta sea, pero que nos haga estar en paz. No somos lo que hacemos, sino lo que llevamos por dentro. Rebosemos de amor incondicional y vivamos nuestras circunstancias un día a la vez. Es tiempo de paz, la merecemos y ese es un mejor estado que la felicidad.