/ jueves 14 de diciembre de 2017

Por México al Frente o el parto de los montes

El Frente Ciudadano por México se registró como coalición electoral ante el INE con el nombre de Por México al Frente, con lo cual formaliza la alianza entre el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano (MC).

Las expectativas sobre una elección democrática de sus precandidatos, sobre todo para la Presidencia de la República, se desvanecieron con el acuerdo cupular de estos partidos de repartirse las candidaturas de acuerdo a su fuerza real electoral.

Este parto de los montes sólo confirmó las hipótesis de algunos columnistas de que la candidatura presidencial sería para Ricardo Anaya y la del jefe de Gobierno para Alejandra Barrales. Ambos dirigentes negaron esta versión inicial recalcando que el frente era una nueva alternativa ciudadana para cambiar al caduco régimen presidencialista por un gobierno de coalición.

El membrete de “ciudadano” lo dejaron a final de cuentas a un lado junto a quien se suponía era uno de sus representantes, Miguel Ángel Mancera. El jefe de Gobierno de la Ciudad de México maniobró tardíamente para presionar que se diera una contienda abierta de la candidatura presidencial, pero a final de cuentas fue relegado por los líderes partidistas.

El dirigente nacional de Movimiento Ciudadano fue el encargado de darle la estocada final a los sueños guajiros de Mancera de llegar a Los Pinos. Dante Delgado anunció unos días antes del registro electoral del frente que la candidatura presidencial sería para el PAN (léase Anaya) y la de la jefatura de la Ciudad de México para el PRD (léase Barrales).

De poco o nada sirvió el intento de Mancera de reunir a Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle para exigir una elección abierta en el frente y menos que a última hora los aspirantes perredistas declinaran en su favor.

La fría lógica de los números fue el argumento pragmático de Dante Delgado, pues es obvio que el PAN es el que tiene la mayor fuerza electoral al gobernar en ocho gubernaturas y en cuatro en coalición con el PRD, el cual sólo  cuenta con cuatro propias.

El frente excluyó así a su creador, Miguel Ángel Mancera, como lo reconoció el propio Anaya al darle las gracias por su iniciativa que ahora lo favoreció para ser el candidato presidencial. En un gesto de mínima dignidad Mancera rechazó el ofrecimiento de ser el coordinador de la campaña del panista y prefirió mejor continuar en su cargo actual.

El canto de las sirenas tentó a Mancera y sólo la real política lo volvió a la cordura pues desde el principio estaban repartidos los cargos por parte de la triada partidista. Tenemos así que en lugar de una fórmula democrática y ciudadana el frente optó por un triple “dedazo” que poco se diferencia del utilizado para la designación de los otros dos precandidatos presidenciales.

La anterior anómala situación en una democracia normal exhibe las grandes carencias que aún prevalecen en nuestro sistema político mexicano. Después de dos décadas de la Reforma Electoral que le quitó al gobierno el control electoral parece ser que la cultura autoritaria continúa siendo la dominante en los partidos políticos y los procesos electorales.

Si bien fue un avance de que se pasara de un sistema de partido hegemónico o casi único a un sistema de partidos, la realidad es que la falta de democracia en los mismos es evidente y da como resultado que ahora se registrarán tres precandidatos presidenciales sin contrincantes, convirtiéndose de hecho en candidatos de sus alianzas.

La disputa presidencial final será como se dibujaba desde antes entre Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade. Aunque parecidas en parte las propuestas son distintas y esperamos que así lo demuestren en sus campañas para que los electores puedan estar conscientes de las mismas y voten acorde a sus preferencias.

Las tres candidaturas representarían el continuismo (Meade), el regreso al pasado idílico (López Obrador) o el cambio futuro (Anaya). Serán a final de cuentas los electores los que decidirán cuál oferta electoral les convence más y lo demostrarán con su voto.

Las simpatías y aversiones personales que despiertan estos personajes deberían ser dejadas a un lado y comprender que se debe optar no sólo por la menos mala de las candidaturas, sino por el proyecto que planteen ellos y sus partidos.

Los problemas en México continúan agravándose no sólo por la corrupción y la ineficacia de su clase gobernante, sino también por la escasa o nula participación ciudadana, sobre todo de los jóvenes que deberían estar conscientes de que el futuro es el lugar que habitarán irremediablemente el día de mañana. 

 

El Frente Ciudadano por México se registró como coalición electoral ante el INE con el nombre de Por México al Frente, con lo cual formaliza la alianza entre el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano (MC).

Las expectativas sobre una elección democrática de sus precandidatos, sobre todo para la Presidencia de la República, se desvanecieron con el acuerdo cupular de estos partidos de repartirse las candidaturas de acuerdo a su fuerza real electoral.

Este parto de los montes sólo confirmó las hipótesis de algunos columnistas de que la candidatura presidencial sería para Ricardo Anaya y la del jefe de Gobierno para Alejandra Barrales. Ambos dirigentes negaron esta versión inicial recalcando que el frente era una nueva alternativa ciudadana para cambiar al caduco régimen presidencialista por un gobierno de coalición.

El membrete de “ciudadano” lo dejaron a final de cuentas a un lado junto a quien se suponía era uno de sus representantes, Miguel Ángel Mancera. El jefe de Gobierno de la Ciudad de México maniobró tardíamente para presionar que se diera una contienda abierta de la candidatura presidencial, pero a final de cuentas fue relegado por los líderes partidistas.

El dirigente nacional de Movimiento Ciudadano fue el encargado de darle la estocada final a los sueños guajiros de Mancera de llegar a Los Pinos. Dante Delgado anunció unos días antes del registro electoral del frente que la candidatura presidencial sería para el PAN (léase Anaya) y la de la jefatura de la Ciudad de México para el PRD (léase Barrales).

De poco o nada sirvió el intento de Mancera de reunir a Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle para exigir una elección abierta en el frente y menos que a última hora los aspirantes perredistas declinaran en su favor.

La fría lógica de los números fue el argumento pragmático de Dante Delgado, pues es obvio que el PAN es el que tiene la mayor fuerza electoral al gobernar en ocho gubernaturas y en cuatro en coalición con el PRD, el cual sólo  cuenta con cuatro propias.

El frente excluyó así a su creador, Miguel Ángel Mancera, como lo reconoció el propio Anaya al darle las gracias por su iniciativa que ahora lo favoreció para ser el candidato presidencial. En un gesto de mínima dignidad Mancera rechazó el ofrecimiento de ser el coordinador de la campaña del panista y prefirió mejor continuar en su cargo actual.

El canto de las sirenas tentó a Mancera y sólo la real política lo volvió a la cordura pues desde el principio estaban repartidos los cargos por parte de la triada partidista. Tenemos así que en lugar de una fórmula democrática y ciudadana el frente optó por un triple “dedazo” que poco se diferencia del utilizado para la designación de los otros dos precandidatos presidenciales.

La anterior anómala situación en una democracia normal exhibe las grandes carencias que aún prevalecen en nuestro sistema político mexicano. Después de dos décadas de la Reforma Electoral que le quitó al gobierno el control electoral parece ser que la cultura autoritaria continúa siendo la dominante en los partidos políticos y los procesos electorales.

Si bien fue un avance de que se pasara de un sistema de partido hegemónico o casi único a un sistema de partidos, la realidad es que la falta de democracia en los mismos es evidente y da como resultado que ahora se registrarán tres precandidatos presidenciales sin contrincantes, convirtiéndose de hecho en candidatos de sus alianzas.

La disputa presidencial final será como se dibujaba desde antes entre Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade. Aunque parecidas en parte las propuestas son distintas y esperamos que así lo demuestren en sus campañas para que los electores puedan estar conscientes de las mismas y voten acorde a sus preferencias.

Las tres candidaturas representarían el continuismo (Meade), el regreso al pasado idílico (López Obrador) o el cambio futuro (Anaya). Serán a final de cuentas los electores los que decidirán cuál oferta electoral les convence más y lo demostrarán con su voto.

Las simpatías y aversiones personales que despiertan estos personajes deberían ser dejadas a un lado y comprender que se debe optar no sólo por la menos mala de las candidaturas, sino por el proyecto que planteen ellos y sus partidos.

Los problemas en México continúan agravándose no sólo por la corrupción y la ineficacia de su clase gobernante, sino también por la escasa o nula participación ciudadana, sobre todo de los jóvenes que deberían estar conscientes de que el futuro es el lugar que habitarán irremediablemente el día de mañana.