/ viernes 8 de enero de 2021

¿Por qué?

En algún momento Jesús dijo: “El que no se haga como uno de estos niños pequeños no entrará en el reino de los cielos”. Por eso ahora, queriendo imitar a los niños, me planteo tratar de entender el por qué de algunos asuntos que tienen que ver con ese Dios que me creó.

¿Por qué hizo Dios tan grande el universo? Porque su poder es superior al tiempo y al espacio. No podemos entender el infinito ni la eternidad. ¿Por qué puso este pequeño planeta tan lejos y tan cerca del sol? Porque en esas distancias y, por consecuencia, en esas temperaturas, podría crear la vida de tantos seres como ahora nosotros podemos ver. ¿Por qué creó al ser humano con esa capacidad, llamada libertad, que nos hace capaces de desobedecer sus leyes? Porque sólo así podemos merecer el premio de vivir en el amor con que se identifica Dios. ¿Y no hubiera sido mejor que nos hubiera hecho incapaces de pecar? En ese caso estaríamos programados como las máquinas y nuestras buenas obras no tendrían mérito. ¿Por qué quiso tomar nuestra naturaleza humana con tantas limitaciones? Porque le hacía ilusión estar junto a nosotros sin infundirnos un miedo que nos paralizaría, y porque quería que lo viéramos como un amigo. ¿Por qué escogió nacer en un pesebre? Porque, ya estando en la tierra, le daba igual cualquier lugar, y porque así nosotros podemos estar seguros de que no nos va a despreciar a causa de nuestros defectos y miserias. Pero, en definitiva, ¿por qué nos quiere? Como dice el refrán popular, porque el amor es ciego.

Solemos definirnos como animales racionales, pero sin quitarle importancia a nuestra capacidad intelectual, lo más importante en la vida no es conocer, sino amar. Conocer es el principio, amar es el fin. ¿Valdría la pena vivir sin poder amar? Estoy seguro que no, y el primer mandamiento del decálogo nos manda amar. Alguien dijo: “No tengas miedo a que un buen amor te mate. Ten miedo a no vivirlo, y morir pensando en lo que hubiera sido”.

La vida de fe nos lleva a la ilusión de conocer a Dios para así, poderlo amar y a partir de él, aprender a querer a los demás. Un vaso de cristal limpio y hermoso puede estar vacío, así les sucede a quienes teniendo una capacidad intelectual muy elevada podrían no tener en sus corazones nada más que datos objetivos y fríos.

Si a la Navidad le quitamos a Santa Claus con su trineo y los renos, y quitamos también el arbolito lleno de esferas, y los muñecos de nieve, y las series de foquitos, y el pavo, los romeritos, el bacalao, los regalos envueltos en papeles de colores; pero nos quedamos con la Virgen María, San José y el Niño Jesús, quien nace en un muladar donde podemos ver también a los pastores y los Reyes Magos guiados por la estrella de Belén, nos daremos cuenta que con ellos basta y sobra, pues en el pesebre donde nació Jesús no había nada más, y encontraríamos allí el hecho más importante de la historia de la humanidad hasta ese momento.

Les deseo una muy santa, alegre, y feliz Navidad.

www.padrealejandro.org

En algún momento Jesús dijo: “El que no se haga como uno de estos niños pequeños no entrará en el reino de los cielos”. Por eso ahora, queriendo imitar a los niños, me planteo tratar de entender el por qué de algunos asuntos que tienen que ver con ese Dios que me creó.

¿Por qué hizo Dios tan grande el universo? Porque su poder es superior al tiempo y al espacio. No podemos entender el infinito ni la eternidad. ¿Por qué puso este pequeño planeta tan lejos y tan cerca del sol? Porque en esas distancias y, por consecuencia, en esas temperaturas, podría crear la vida de tantos seres como ahora nosotros podemos ver. ¿Por qué creó al ser humano con esa capacidad, llamada libertad, que nos hace capaces de desobedecer sus leyes? Porque sólo así podemos merecer el premio de vivir en el amor con que se identifica Dios. ¿Y no hubiera sido mejor que nos hubiera hecho incapaces de pecar? En ese caso estaríamos programados como las máquinas y nuestras buenas obras no tendrían mérito. ¿Por qué quiso tomar nuestra naturaleza humana con tantas limitaciones? Porque le hacía ilusión estar junto a nosotros sin infundirnos un miedo que nos paralizaría, y porque quería que lo viéramos como un amigo. ¿Por qué escogió nacer en un pesebre? Porque, ya estando en la tierra, le daba igual cualquier lugar, y porque así nosotros podemos estar seguros de que no nos va a despreciar a causa de nuestros defectos y miserias. Pero, en definitiva, ¿por qué nos quiere? Como dice el refrán popular, porque el amor es ciego.

Solemos definirnos como animales racionales, pero sin quitarle importancia a nuestra capacidad intelectual, lo más importante en la vida no es conocer, sino amar. Conocer es el principio, amar es el fin. ¿Valdría la pena vivir sin poder amar? Estoy seguro que no, y el primer mandamiento del decálogo nos manda amar. Alguien dijo: “No tengas miedo a que un buen amor te mate. Ten miedo a no vivirlo, y morir pensando en lo que hubiera sido”.

La vida de fe nos lleva a la ilusión de conocer a Dios para así, poderlo amar y a partir de él, aprender a querer a los demás. Un vaso de cristal limpio y hermoso puede estar vacío, así les sucede a quienes teniendo una capacidad intelectual muy elevada podrían no tener en sus corazones nada más que datos objetivos y fríos.

Si a la Navidad le quitamos a Santa Claus con su trineo y los renos, y quitamos también el arbolito lleno de esferas, y los muñecos de nieve, y las series de foquitos, y el pavo, los romeritos, el bacalao, los regalos envueltos en papeles de colores; pero nos quedamos con la Virgen María, San José y el Niño Jesús, quien nace en un muladar donde podemos ver también a los pastores y los Reyes Magos guiados por la estrella de Belén, nos daremos cuenta que con ellos basta y sobra, pues en el pesebre donde nació Jesús no había nada más, y encontraríamos allí el hecho más importante de la historia de la humanidad hasta ese momento.

Les deseo una muy santa, alegre, y feliz Navidad.

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