/ miércoles 9 de diciembre de 2020

¿Por qué participar?

Comenzamos a descubrir el mundo y a hacernos preguntas desde pequeños. Preguntas simples, inocentes, sobre cosas más disímbolas y curiosas, para descifrar lo que nos rodea. En la adolescencia, nos hacemos cuestionamientos más profundos, que permiten configurar nuestra personalidad y dar un sentido profundo a nuestra vida y la relación con los demás.

En mi caso, la preparatoria la cursé en una escuela jesuita, con un innovador modelo pedagógico, basado en una visión de educación socialmente productiva. Eran los años setenta, la teología de la liberación, la educación como práctica de la libertad, la construcción del hombre nuevo, la nueva canción latinoamericana, los movimientos de protesta para cambiar al mundo.

Ese abrir los ojos a la realidad social que te exige una definición, un compromiso social con el otro. Nada de lo que le suceda a otro, me es ajeno. Me ayudó a desarrollar una sensibilidad social y un compromiso para construir soluciones colectivas. Tuve la suerte de ser joven en los momentos en que la humanidad despertaba reclamando un cambio; en la lucha estudiantil del 68, la primavera de Praga, la Unidad Popular de Allende en Chile, etc.

Desde los inicios de esta incursión a la realidad social de nuestro querido México he tenido siempre cerca, la amorosa y discreta compañía de una mujer extraordinaria y formar una hermosa familia.

En la universidad, participé como líder estudiantil para cambiar el plan de estudios, organizar festivales de la canción latinoamericana, trabajar en las colonias populares Guadalajara con el Instituto Mexicano de Desarrollo Comunitario. Recién egresado, participé en una nueva Dirección de la SEP para la Educación de Adultos; diez millones de adultos que no habían podido tener acceso a la alfabetización ni a su educación básica. Tuve la oportunidad de conocer el campo mexicano los años que trabajé en el programa INCA-FAO para la capacitación y organización campesina en todo el país.

Cuando regresé a Chihuahua, me tocó vivir el verano caliente del 86. El despertar ciudadano que utilizó al PAN como su instrumento para combatir el fraude electoral, el corporativismo y la corrupción, y me volví panista.

Con el triunfo de Fox pensé que ya habíamos logrado el objetivo, pero debo reconocer que le quedamos a deber a los mexicanos en la tarea de desmantelar un régimen y construir uno más justo, más democrático e incluyente.

Como presidente del PAN impulsé reformas estructurales que estaban en la plataforma y en la doctrina de Acción Nacional a través de los 95 Compromisos del Pacto por México que representaban una estrategia para resolver de fondo los problemas históricos de nuestro país, pero que la frivolidad y la corrupción del gobierno de Peña Nieto acabaron por pervertir. En ese tiempo se consolidó el gobierno corruptor de César Duarte, y Javier Corral decidió competir por la gubernatura con el compromiso de desmantelar su red de corrupción, llevarlo a la cárcel y recuperar para los chihuahuenses lo robado.

Han costado mucho los logros alcanzados y el riesgo de un resurgimiento de esa red está latente.

Hoy, debemos todos participar y comprometernos: para cuidar este legado de combate a la corrupción y que no nos vuelva a suceder; para cerrar las brechas de desigualdad; para generar un crecimiento económico dinámico e incluyente, para consolidar el Estado de derecho, la participación ciudadana; para tener un mejor futuro.

Juntos, nada nos detiene.

Comenzamos a descubrir el mundo y a hacernos preguntas desde pequeños. Preguntas simples, inocentes, sobre cosas más disímbolas y curiosas, para descifrar lo que nos rodea. En la adolescencia, nos hacemos cuestionamientos más profundos, que permiten configurar nuestra personalidad y dar un sentido profundo a nuestra vida y la relación con los demás.

En mi caso, la preparatoria la cursé en una escuela jesuita, con un innovador modelo pedagógico, basado en una visión de educación socialmente productiva. Eran los años setenta, la teología de la liberación, la educación como práctica de la libertad, la construcción del hombre nuevo, la nueva canción latinoamericana, los movimientos de protesta para cambiar al mundo.

Ese abrir los ojos a la realidad social que te exige una definición, un compromiso social con el otro. Nada de lo que le suceda a otro, me es ajeno. Me ayudó a desarrollar una sensibilidad social y un compromiso para construir soluciones colectivas. Tuve la suerte de ser joven en los momentos en que la humanidad despertaba reclamando un cambio; en la lucha estudiantil del 68, la primavera de Praga, la Unidad Popular de Allende en Chile, etc.

Desde los inicios de esta incursión a la realidad social de nuestro querido México he tenido siempre cerca, la amorosa y discreta compañía de una mujer extraordinaria y formar una hermosa familia.

En la universidad, participé como líder estudiantil para cambiar el plan de estudios, organizar festivales de la canción latinoamericana, trabajar en las colonias populares Guadalajara con el Instituto Mexicano de Desarrollo Comunitario. Recién egresado, participé en una nueva Dirección de la SEP para la Educación de Adultos; diez millones de adultos que no habían podido tener acceso a la alfabetización ni a su educación básica. Tuve la oportunidad de conocer el campo mexicano los años que trabajé en el programa INCA-FAO para la capacitación y organización campesina en todo el país.

Cuando regresé a Chihuahua, me tocó vivir el verano caliente del 86. El despertar ciudadano que utilizó al PAN como su instrumento para combatir el fraude electoral, el corporativismo y la corrupción, y me volví panista.

Con el triunfo de Fox pensé que ya habíamos logrado el objetivo, pero debo reconocer que le quedamos a deber a los mexicanos en la tarea de desmantelar un régimen y construir uno más justo, más democrático e incluyente.

Como presidente del PAN impulsé reformas estructurales que estaban en la plataforma y en la doctrina de Acción Nacional a través de los 95 Compromisos del Pacto por México que representaban una estrategia para resolver de fondo los problemas históricos de nuestro país, pero que la frivolidad y la corrupción del gobierno de Peña Nieto acabaron por pervertir. En ese tiempo se consolidó el gobierno corruptor de César Duarte, y Javier Corral decidió competir por la gubernatura con el compromiso de desmantelar su red de corrupción, llevarlo a la cárcel y recuperar para los chihuahuenses lo robado.

Han costado mucho los logros alcanzados y el riesgo de un resurgimiento de esa red está latente.

Hoy, debemos todos participar y comprometernos: para cuidar este legado de combate a la corrupción y que no nos vuelva a suceder; para cerrar las brechas de desigualdad; para generar un crecimiento económico dinámico e incluyente, para consolidar el Estado de derecho, la participación ciudadana; para tener un mejor futuro.

Juntos, nada nos detiene.