“Todo el mundo conviene hijo mío, en que no hay nada menos honorable que desdecirse de lo que se había anticipado”. Luis XIV
Solemos despreciar a la política, a pesar de que es parte sustantiva del territorio de la ética. La imprudencia tiene por resultado el arrepentimiento y la mala fe, y todo hombre que se compromete de modo poco razonable en poco tiempo es capaz de retractarse sin vergüenza. En efecto, políticos hay que ofrecen, prometen y con marcado cinismo se desmarcan del contenido demagógico de sus discursos. Por otro lado, los ciudadanos reclaman y exigen al presidente oligarca el cumplimiento cabal de su retórica, que al avanzar su gestión se retuerce como serpiente enfurecida.
Somos ciudadanos adultos para succionarnos el dedo con el dicho: “Todo lo malo lo hicieron los que me antecedieron”. “Me comprometo que en seis meses acabaré con la violencia en México”. (Otra más). Mientras no se conozcan las causas reales y no supuestas de los fenómenos sociales, será difícil poder comprenderlos y resolverlos. El mago Merlín es una leyenda, Superman un cómic y, así seguiríamos mencionando superhéroes, empero la cruel realidad es que la violencia del crimen organizado crece y se burla de las instituciones nacionales.
La era de los caudillos de nuestra nación perduró casi todo el siglo XIX, y principios del XX. Guerras civiles, asonadas, golpes de Estado, inestabilidad social y económica, tuvo un fuerte golpe en el restaurante “La Bombilla”, donde fue asesinado el caudillo Álvaro Obregón. La Revolución trajo una era de paz social que permitió el desarrollo social y económico. El dictador no reporta resultado de su tarea y sin vergüenza se retracta de sus dichos, apoyado en sus pandillas de oportunistas, dejando a los ciudadanos de sorpresa en sorpresa.
Con trenecitos y aeropuertos sin planificación previa, quiere justificar sus constantes violaciones a la ley. Sus futuros votos los está extrayendo de los emigrantes extranjeros, a costa del erario que integramos los ciudadanos cumplidos. Por cierto, con las becas, ¿sabe usted amable lector, cuándo acabará la pobreza? Nunca.