/ miércoles 5 de agosto de 2020

Prójimo… el platillo preferido

Hay muchas cosas ligeras en esta vida, muchas: desde refrescos hasta pasteles, pasando por aderezos, mermeladas y ahora resulta que también hay agua ligera, de ésa que no engorda. ¿Nos hemos puesto a pensar, alguna vez, que también hay lenguas ligeras? Y no hablo de las que no hacen daño, no… me refiero a la ligereza con la que son capaces de destrozar una vida humana.

Puedo asumir entonces que hay dos formas de “ligereza”: La que no engorda y, dos, la que destroza. Y como yo sólo escribo cosas comunes, entonces quisiera hoy hablar sobre una de las formas más crueles de la ligereza humana: comer prójimo. ¿Cómo definirlo? Es un deporte universal, una práctica común, un delicioso manjar, una indescriptible emoción, la forma más delicada de transmitir información de algo que no nos pasa a nosotros; comer prójimo es un exquisito ejercicio de la lengua, un hecho heredado de la cultura paleolítica al hombre neolítico y es, por fuerza, la sensación de poseer datos, falsos o ciertos, de alguien, que nadie más tiene.

Escuchar la expresión “mi pecho no es bodega” es escuchar un grito de guerra, una advertencia, un aviso inoportuno, una excitante y morbosa forma de que viene el inevitable chisme. Y tras la sentencia, empieza la comida del prójimo, yo diría, en muchos casos, que se trata de tal hartazón, que los comensales corren el riesgo de una congestión.

¿Por qué nos fascina comer prójimo? Ni modo que le saquemos la garra a la luna, o al aire. Imagínate hablando mal del sol, o del invierno. No. La convivencia humana es estrictamente problemática y los conflictos que se generan en la relación entre humanos, son inevitables.

El problema aquí es que casi nadie hablamos bien del otro. Tenemos fobia a reconocer en alguien virtudes y buenas obras. Al contrario: nos encanta encontrar en otros los defectos que el espejo no nos permite ver en nosotros. Y cuando tenemos elementos “importantes” que contar, los soltamos con aumentos por todos lados y le agregamos algo que ni existe ni parece.

¿Has escuchado alguna vez la famosa frase: “Te voy a decir algo, pero no se lo cuentes a nadie”? Esta es una de las expresiones más dramáticas, después de “te voy a contar un secreto”. Primero: si alguien te cuenta algo con la advertencia de que ya no se lo digas a nadie… ¡es que te está pidiendo a gritos que lo digas!

Segundo: Si alguien te cuenta un secreto, entonces ya no es secreto, ¿estamos de acuerdo? Estas simplonas posibilidades vienen al caso, porque en eso de “comer prójimo” las personas que en realidad tienen arraigado el vicio de hacerlo, son capaces de destrozar una vida sin importar las consecuencias colaterales, es decir, destruir además las vidas de los seres queridos de la víctima.

Pero lo más delicado es mentir sobre alguien, tratar de manchar la imagen de una persona cuando ni siquiera tenemos elementos de crítica. Sin embargo, comer prójimo es una práctica común que desgasta, molesta, fastidia y lastima. No podemos estar viviendo del chisme y el rumor como si se tratara de algo indispensable aunque, a decir verdad, hay gente que no puede vivir en paz si el día de hoy no habla mal de alguien.

¿Por qué no invertimos el proceso? Hablemos bien de la gente, de veras, hablemos bien de la gente y verás que te sientes diferente y las personas que te escuchan tendrán otro concepto de ti.

Las personas ven nuestros defectos, pero regularmente no nuestras virtudes. En lo personal, le he pedido a mis compañeros de trabajo y a mis amigos que hablemos bien de nosotros. Cuando las personas escuchan que alguien habla mal de su jefe, en ese momento se ha cerrado la puerta para conseguir un empleo mejor, porque si habla mal de su superior, lo hará siempre.

Cuando tu amigo habla mal de ti entonces no es tu amigo. Estoy de acuerdo en que la crítica es sana y con ello podemos corregirnos o corregir posibles errores de las personas que nos rodean; pero si hablas bien de las personas -te lo digo con conocimiento de causa-, tú estarás bien y harás sentir bien a las personas.

No se trata de defender a quien definitivamente está perdido en su relación personal con la gente, que los hay y muchos (o los habemos); se trata de encontrar virtudes de las personas para resaltarlos. Te invito a que, si alguien te ha hecho daño, déjalo incluso fuera de tu vida y de tus pensamientos y dedica tus expresiones en público, a destacar lo bueno de la gente que te rodea.

Los chismosos, intrigosos y los que comen prójimo siempre van a existir. Hay quien desayuna prójimo y se va a dormir comiendo prójimo. El pecho no es una bodega, cierto, coincido en ello, pero si tu pecho es una central de abastos, entonces ojo, estás cayendo en la clasificación de los que comen prójimo condimentado. Son sólo cosas comunes. Buen día.

Hay muchas cosas ligeras en esta vida, muchas: desde refrescos hasta pasteles, pasando por aderezos, mermeladas y ahora resulta que también hay agua ligera, de ésa que no engorda. ¿Nos hemos puesto a pensar, alguna vez, que también hay lenguas ligeras? Y no hablo de las que no hacen daño, no… me refiero a la ligereza con la que son capaces de destrozar una vida humana.

Puedo asumir entonces que hay dos formas de “ligereza”: La que no engorda y, dos, la que destroza. Y como yo sólo escribo cosas comunes, entonces quisiera hoy hablar sobre una de las formas más crueles de la ligereza humana: comer prójimo. ¿Cómo definirlo? Es un deporte universal, una práctica común, un delicioso manjar, una indescriptible emoción, la forma más delicada de transmitir información de algo que no nos pasa a nosotros; comer prójimo es un exquisito ejercicio de la lengua, un hecho heredado de la cultura paleolítica al hombre neolítico y es, por fuerza, la sensación de poseer datos, falsos o ciertos, de alguien, que nadie más tiene.

Escuchar la expresión “mi pecho no es bodega” es escuchar un grito de guerra, una advertencia, un aviso inoportuno, una excitante y morbosa forma de que viene el inevitable chisme. Y tras la sentencia, empieza la comida del prójimo, yo diría, en muchos casos, que se trata de tal hartazón, que los comensales corren el riesgo de una congestión.

¿Por qué nos fascina comer prójimo? Ni modo que le saquemos la garra a la luna, o al aire. Imagínate hablando mal del sol, o del invierno. No. La convivencia humana es estrictamente problemática y los conflictos que se generan en la relación entre humanos, son inevitables.

El problema aquí es que casi nadie hablamos bien del otro. Tenemos fobia a reconocer en alguien virtudes y buenas obras. Al contrario: nos encanta encontrar en otros los defectos que el espejo no nos permite ver en nosotros. Y cuando tenemos elementos “importantes” que contar, los soltamos con aumentos por todos lados y le agregamos algo que ni existe ni parece.

¿Has escuchado alguna vez la famosa frase: “Te voy a decir algo, pero no se lo cuentes a nadie”? Esta es una de las expresiones más dramáticas, después de “te voy a contar un secreto”. Primero: si alguien te cuenta algo con la advertencia de que ya no se lo digas a nadie… ¡es que te está pidiendo a gritos que lo digas!

Segundo: Si alguien te cuenta un secreto, entonces ya no es secreto, ¿estamos de acuerdo? Estas simplonas posibilidades vienen al caso, porque en eso de “comer prójimo” las personas que en realidad tienen arraigado el vicio de hacerlo, son capaces de destrozar una vida sin importar las consecuencias colaterales, es decir, destruir además las vidas de los seres queridos de la víctima.

Pero lo más delicado es mentir sobre alguien, tratar de manchar la imagen de una persona cuando ni siquiera tenemos elementos de crítica. Sin embargo, comer prójimo es una práctica común que desgasta, molesta, fastidia y lastima. No podemos estar viviendo del chisme y el rumor como si se tratara de algo indispensable aunque, a decir verdad, hay gente que no puede vivir en paz si el día de hoy no habla mal de alguien.

¿Por qué no invertimos el proceso? Hablemos bien de la gente, de veras, hablemos bien de la gente y verás que te sientes diferente y las personas que te escuchan tendrán otro concepto de ti.

Las personas ven nuestros defectos, pero regularmente no nuestras virtudes. En lo personal, le he pedido a mis compañeros de trabajo y a mis amigos que hablemos bien de nosotros. Cuando las personas escuchan que alguien habla mal de su jefe, en ese momento se ha cerrado la puerta para conseguir un empleo mejor, porque si habla mal de su superior, lo hará siempre.

Cuando tu amigo habla mal de ti entonces no es tu amigo. Estoy de acuerdo en que la crítica es sana y con ello podemos corregirnos o corregir posibles errores de las personas que nos rodean; pero si hablas bien de las personas -te lo digo con conocimiento de causa-, tú estarás bien y harás sentir bien a las personas.

No se trata de defender a quien definitivamente está perdido en su relación personal con la gente, que los hay y muchos (o los habemos); se trata de encontrar virtudes de las personas para resaltarlos. Te invito a que, si alguien te ha hecho daño, déjalo incluso fuera de tu vida y de tus pensamientos y dedica tus expresiones en público, a destacar lo bueno de la gente que te rodea.

Los chismosos, intrigosos y los que comen prójimo siempre van a existir. Hay quien desayuna prójimo y se va a dormir comiendo prójimo. El pecho no es una bodega, cierto, coincido en ello, pero si tu pecho es una central de abastos, entonces ojo, estás cayendo en la clasificación de los que comen prójimo condimentado. Son sólo cosas comunes. Buen día.

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