El árbol de la libertad sólo crece cuando se riega con la sangre del tirano”. Bertrand Barere
Los procesos históricos deben estudiarse por sus contradicciones económicas y sociales. En el siglo XVII el Imperio Colonial Español decayó sensiblemente, a pesar de los enormes territorios que tenían férreamente dominados, merced al sistema feudal que vivía en esa época. Dentro de la monarquía absoluta existía otro Estado: la Iglesia Católica y ambos sostenían sus lujosas y onerosas cortes, con los pesados impuestos y con la cruel explotación de masas trabajadoras de peones laboríos, barreteros de las minas, artesanos, rancheros y comerciantes. Al arribar los Borbones al trono y dejarlo los Habsburgo, iniciaron acciones estrictas para exprimir aún más, a las colonias, con nuevos impuestos y gabelas. Tanto la metrópoli, como las colonias sintieron el apremio económico a que los sometieron los monarcas españoles.
Los propietarios criollos sintieron la transformación borbónica, y el rey Carlos III expulsó de su imperio a los jesuitas, que poseían buenas tierras y empresas productivas que no pagaban impuestos. Esta era la situación económica del Imperio Español. A principios del siglo XIX, brotaron en las colonias y, en la España misma, conspiraciones y grupos sediciosos contra el régimen. Ya se mencionaba el concepto “independencia” y se organizaban grupos encabezados por la masonería. La invasión napoleónica de la Península Íbérica en 1808, detonó que el rey Carlos IV, exigiera a las colonias impuestos extraordinarios, para la guerra. El descontento se generalizó en las capas de criollos, militares y religiosos de bajo rango, pero la Real Audiencia y el ejército de línea, mantenían un poder fuerte, frente a los descontentos.
El Ayuntamiento de la Ciudad de México, con Francisco Primo de Verdad y Ramos y Juan Francisco Azcárate, enfrentó a la poderosa Audiencia dirigida por el opulento Gabriel de Yermo. La petición de nombrar una Junta Gubernativa, mientras recuperaba el trono el depuesto Carlos IV y de su hijo Fernando VII, fue enérgicamente rechazada por el Real Acuerdo. Los síndicos: Verdad y Ramos y Azcárate fueron aprehendidos, siendo asesinado el primero. Entre los enemigos de la Independencia, estuvo el canónigo Matías Monteagudo, que expresó: “Mientras en España quede una mula tuerta, ésa debe gobernar a los mexicanos”. Ya estamos en 1809.