/ jueves 4 de agosto de 2022

Punto y aparte: 50 años

Alejandro Rueda Moreno

“La edad es cuestión de sentimientos, no de años”, Washington Irving

En tiempos anteriores las mujeres, por alguna extraña razón que sigo sin comprender, se quitaban años al momento de tener que decir su edad, unas hacían lo posible o lo imposible a través del maquillaje, del ejercicio y de una que otra cirugía estética para que la gente pensara que eran más jóvenes, aunque a la hora de tener que mostrar el acta de nacimiento o de decir su Registro Federal de Contribuyentes (RFC) para algún trámite la verdad salía a relucir, al mismo tiempo que el color rojo de sus mejillas. Hoy en día eso ya casi no se presenta, ahora las damas gritan a todo pulmón su verdadera edad y con un orgullo reforzado por su vasta experiencia derivada de las vicisitudes que la vida les ha dado, mismas que cada año les permite tener más en claro lo que desean para el futuro, la experiencia brinda menos incertidumbre y con ello calma en su ser.

Llegar al quinto piso (cumplir 50) nada tiene que ver en estos tiempos con iniciar la etapa de la vejez, sino que representa el mejor momento para enfocar los esfuerzos al bienestar personal y para implantar permanentemente la calidad de vida tan deseada siempre. Antes de los cincuenta se aprende y comprende, después de ellos se empieza a disfrutar.

Cuando se llega a los cincuenta años el equipaje pesa un poco más, por consiguiente, lo que viene después tiene que darnos tranquilidad en el vivir, sino no valdrá la pena el viaje. Desde luego que tras las cinco décadas nos damos cuenta que muchas cosas las hubiéramos hecho de otra manera (siempre nos pasa)

Los “hubiera” empiezan a ser parte de los pensamientos de nosotros los cincuentones. Hubiera estudiado mejor contabilidad, hubiera aceptado ese trabajo que dejé ir, le hubiera hecho caso a mi madre en esto, hubiera platicado más con mi abuela, le hubiera ayudado a mi papá cuando se le descomponía el carro, hubiera, hubiera y más hubieras. Para algunos no es tarde para borrar esos hubiera, pero para otros la oportunidad se esfumó, no por ello hicimos mal lo que nos correspondió. Un “hubiera” bien sentido habla bien de quien lo expresa.

Mientras el apreciado lee las presentes líneas, la maestra Claudia, mi cara mitad, llega al quinto piso abrazando con más ganas a la vida, queriendo más que nunca a sus alumnos universitarios de las materias de administración y de recursos humanos, apoyando a sus padres en todo lo que se puede, siendo fiel amiga, cómplice de su hermano que radica en tierras canadienses, acudiendo a sus tempranas clases de zumba, recordando con nostalgia a sus abuelos, cuidando con amor cada paso que dan los dos chamacos que tienen la dicha de ser sus hijos y que ya cursan la secundaria y siendo la razón y el motor de todo lo que este escribidor realiza. Cincuenta años bien vividos y los que le faltan, cincuenta años y yo la veo más guapa que hace treinta, cuando la conocí.

Para ella estas palabras de Saramago:

“¿Qué cuántos años tengo? ¡Qué importa eso!, Tengo la edad que quiero y siento, la edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso, hacer lo que deseo sin miedo al fracaso o lo desconocido, pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos”.

aruedam@hotmail.com

Alejandro Rueda Moreno

“La edad es cuestión de sentimientos, no de años”, Washington Irving

En tiempos anteriores las mujeres, por alguna extraña razón que sigo sin comprender, se quitaban años al momento de tener que decir su edad, unas hacían lo posible o lo imposible a través del maquillaje, del ejercicio y de una que otra cirugía estética para que la gente pensara que eran más jóvenes, aunque a la hora de tener que mostrar el acta de nacimiento o de decir su Registro Federal de Contribuyentes (RFC) para algún trámite la verdad salía a relucir, al mismo tiempo que el color rojo de sus mejillas. Hoy en día eso ya casi no se presenta, ahora las damas gritan a todo pulmón su verdadera edad y con un orgullo reforzado por su vasta experiencia derivada de las vicisitudes que la vida les ha dado, mismas que cada año les permite tener más en claro lo que desean para el futuro, la experiencia brinda menos incertidumbre y con ello calma en su ser.

Llegar al quinto piso (cumplir 50) nada tiene que ver en estos tiempos con iniciar la etapa de la vejez, sino que representa el mejor momento para enfocar los esfuerzos al bienestar personal y para implantar permanentemente la calidad de vida tan deseada siempre. Antes de los cincuenta se aprende y comprende, después de ellos se empieza a disfrutar.

Cuando se llega a los cincuenta años el equipaje pesa un poco más, por consiguiente, lo que viene después tiene que darnos tranquilidad en el vivir, sino no valdrá la pena el viaje. Desde luego que tras las cinco décadas nos damos cuenta que muchas cosas las hubiéramos hecho de otra manera (siempre nos pasa)

Los “hubiera” empiezan a ser parte de los pensamientos de nosotros los cincuentones. Hubiera estudiado mejor contabilidad, hubiera aceptado ese trabajo que dejé ir, le hubiera hecho caso a mi madre en esto, hubiera platicado más con mi abuela, le hubiera ayudado a mi papá cuando se le descomponía el carro, hubiera, hubiera y más hubieras. Para algunos no es tarde para borrar esos hubiera, pero para otros la oportunidad se esfumó, no por ello hicimos mal lo que nos correspondió. Un “hubiera” bien sentido habla bien de quien lo expresa.

Mientras el apreciado lee las presentes líneas, la maestra Claudia, mi cara mitad, llega al quinto piso abrazando con más ganas a la vida, queriendo más que nunca a sus alumnos universitarios de las materias de administración y de recursos humanos, apoyando a sus padres en todo lo que se puede, siendo fiel amiga, cómplice de su hermano que radica en tierras canadienses, acudiendo a sus tempranas clases de zumba, recordando con nostalgia a sus abuelos, cuidando con amor cada paso que dan los dos chamacos que tienen la dicha de ser sus hijos y que ya cursan la secundaria y siendo la razón y el motor de todo lo que este escribidor realiza. Cincuenta años bien vividos y los que le faltan, cincuenta años y yo la veo más guapa que hace treinta, cuando la conocí.

Para ella estas palabras de Saramago:

“¿Qué cuántos años tengo? ¡Qué importa eso!, Tengo la edad que quiero y siento, la edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso, hacer lo que deseo sin miedo al fracaso o lo desconocido, pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos”.

aruedam@hotmail.com