/ miércoles 27 de enero de 2021

¿Qué aprendimos?: En memoria del Dr. Guillermo Hernández Guerra

¿Qué aprendimos?, preguntaba mi primo, Guillermo Hernández Rodríguez, en un conmovedor, contundente e inspirador mensaje de despedida a un grande en toda la extensión de la expresión: el Dr. Guillermo Hernández Guerra.

Y tratándose de un cuestionamiento resultante de un largo periodo de incertidumbre, angustia, temor y sufrimiento que inició desde que Memo enfermó, la reflexión para encontrar las respuestas toma una especial relevancia.

Fue el pasado martes 19 cuando, ante la dolorosa y triste despedida de quien en vida fuera un ser humano ejemplar y excepcional, las respuestas a tal cuestionamiento comenzaron a fluir en lo individual y en lo colectivo. Y es que, como hijo, hermano, cuñado, tío, primo, esposo, padre, suegro, abuelo, amigo, compadre, colega, médico y demás roles que a lo largo de su vida desempeñó, Memo nos dio -y dejó- un sinfín de valiosas e inolvidables lecciones que, consciente o inconscientemente, aprendimos de una u otra forma.

Y es que bien lo expresó mi querido primo: su papá, don Guillermo Hernández Guerra, nos ha dejado un enorme legado que consiste en una serie de principios, valores y virtudes que debemos recordar, honrar y transmitir.

Sí, es cierto que duele inmensamente su ausencia física; sin embargo, la dicha, el ejemplo y la profunda huella que Memo ha dejado en todos y cada uno de los que tuvimos la fortuna de conocerlo y convivir con él, lo compensan de alguna manera. Entonces, en estos momentos de duelo, es justo y necesario agradecer por lo afortunados fuimos al poder tener en nuestras vidas a tan maravillosa persona y admirable maestro de vida.

¿De qué sirve la memoria de los hechos, sino para servir de ejemplo del bien o del mal?, cavilaba el poeta Alfred de Vigny. Y en el marco de esa reflexión es que no queda ninguna duda de que los hechos de Memo, Dr. Guillermo Hernández Guerra, son ejemplo del bien que permanecerá por siempre en nuestra memoria como permanente recordatorio de lo grande que fue y de lo que todos debemos aspirar a ser.

Y al final de tu vida, Memo, aún en esas terribles y difíciles circunstancias, no dejaste de enseñarnos grandes lecciones. Especialmente, a no desistir, a luchar hasta el último aliento y a sonreír aunque sea el último día de nuestras vidas. “Todavía en sus últimos momentos tuvo a bien el gesto de regalarnos una última sonrisa”, narró mi primo en su mensaje. Y así, Memo, con una sonrisa en tu rostro, es como te recuerdo y te recordaré.

Gracias por mantener a la familia unida, gracias por ser el tío que todos quisieran tener, gracias por ser un cuñado extraordinario, gracias por ser un magnífico hermano. Gracias por ser y estar, y gracias por tus valiosas y virtuosas enseñanzas. La familia Holguín Baeza agradecemos, valoramos y honramos tu existencia y tu memoria.

Finalizo citando lo dicho alguna vez por la artista australiana, Bindi Irwin: Cuando se pierde a un ser querido, llega esta encrucijada: tomar el camino que nos lleva por el pasillo de la tristeza o no dejar que su memoria muera.

Aída María Holguín Baeza
laecita@gmail.com


¿Qué aprendimos?, preguntaba mi primo, Guillermo Hernández Rodríguez, en un conmovedor, contundente e inspirador mensaje de despedida a un grande en toda la extensión de la expresión: el Dr. Guillermo Hernández Guerra.

Y tratándose de un cuestionamiento resultante de un largo periodo de incertidumbre, angustia, temor y sufrimiento que inició desde que Memo enfermó, la reflexión para encontrar las respuestas toma una especial relevancia.

Fue el pasado martes 19 cuando, ante la dolorosa y triste despedida de quien en vida fuera un ser humano ejemplar y excepcional, las respuestas a tal cuestionamiento comenzaron a fluir en lo individual y en lo colectivo. Y es que, como hijo, hermano, cuñado, tío, primo, esposo, padre, suegro, abuelo, amigo, compadre, colega, médico y demás roles que a lo largo de su vida desempeñó, Memo nos dio -y dejó- un sinfín de valiosas e inolvidables lecciones que, consciente o inconscientemente, aprendimos de una u otra forma.

Y es que bien lo expresó mi querido primo: su papá, don Guillermo Hernández Guerra, nos ha dejado un enorme legado que consiste en una serie de principios, valores y virtudes que debemos recordar, honrar y transmitir.

Sí, es cierto que duele inmensamente su ausencia física; sin embargo, la dicha, el ejemplo y la profunda huella que Memo ha dejado en todos y cada uno de los que tuvimos la fortuna de conocerlo y convivir con él, lo compensan de alguna manera. Entonces, en estos momentos de duelo, es justo y necesario agradecer por lo afortunados fuimos al poder tener en nuestras vidas a tan maravillosa persona y admirable maestro de vida.

¿De qué sirve la memoria de los hechos, sino para servir de ejemplo del bien o del mal?, cavilaba el poeta Alfred de Vigny. Y en el marco de esa reflexión es que no queda ninguna duda de que los hechos de Memo, Dr. Guillermo Hernández Guerra, son ejemplo del bien que permanecerá por siempre en nuestra memoria como permanente recordatorio de lo grande que fue y de lo que todos debemos aspirar a ser.

Y al final de tu vida, Memo, aún en esas terribles y difíciles circunstancias, no dejaste de enseñarnos grandes lecciones. Especialmente, a no desistir, a luchar hasta el último aliento y a sonreír aunque sea el último día de nuestras vidas. “Todavía en sus últimos momentos tuvo a bien el gesto de regalarnos una última sonrisa”, narró mi primo en su mensaje. Y así, Memo, con una sonrisa en tu rostro, es como te recuerdo y te recordaré.

Gracias por mantener a la familia unida, gracias por ser el tío que todos quisieran tener, gracias por ser un cuñado extraordinario, gracias por ser un magnífico hermano. Gracias por ser y estar, y gracias por tus valiosas y virtuosas enseñanzas. La familia Holguín Baeza agradecemos, valoramos y honramos tu existencia y tu memoria.

Finalizo citando lo dicho alguna vez por la artista australiana, Bindi Irwin: Cuando se pierde a un ser querido, llega esta encrucijada: tomar el camino que nos lleva por el pasillo de la tristeza o no dejar que su memoria muera.

Aída María Holguín Baeza
laecita@gmail.com