/ viernes 13 de abril de 2018

¿Qué te pasa?

En mi labor sacerdotal es frecuente escuchar en las confesiones una serie de faltas que permiten suponer que los penitentes están pasando por situaciones complejas y que los pecados que están confesando tienen cierta relación unos con otros. Algunas confesiones son muy extensas y detalladas; esto se puede deber, en algunos casos, a conciencias escrupulosas.

Lógicamente no se trata de pasarse mucho tiempo enunciando listas interminables de esos errores que todos cometemos, pero sí de tratar de tener una conciencia delicada que permita reconocer con sinceridad y arrepentimiento todo aquello con lo que hemos ofendido a Dios.

Con cierta frecuencia, al escuchar a la gente que, con vergüenza y dolor, se acusan de faltas de paciencia, juicios negativos hacia los demás, ofensas a sus cónyuges, hijos, compañeros…, críticas, irresponsabilidad, irritabilidad, etc., suelo hacerles esta pregunta: “¿Qué te pasa?” Hay quienes no entienden y responden, “¿Qué me pasa de qué?” Y les aclaro: “¿Por qué te estás portando así?” Algunos me dicen con sencillez: “No lo sé”. Y entonces comenzamos un proceso de discernimiento para tratar de averiguar cuál es el origen e hilo conductor que provoca ese tipo de reacciones, pues no se trata sólo de darle trámite burocrático a esos pecados diciendo las palabras de la absolución sacramental: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, sino de intentar descubrir las causas de esos problemas como lo debe hacer un buen médico al diagnosticar el origen de la enfermedad.

Todos corremos el peligro de usar nuestra inteligencia —que tiene como objetivo conocer la verdad y lo bueno— para manipular hechos y suposiciones inventando excusas, tratando de tranquilizar nuestras conciencias, convirtiendo lo malo en bueno, en vez de guiar a la voluntad por un camino cierto.

Qué importante resulta en estos temas ser muy sinceros con nosotros mismos y aceptar con humildad nuestras faltas. Lo peor que puede hacer un ser humano es deformar su conciencia, pues así corremos el peligro de perder la noción del bien y del mal, tratando de justificar todo lo que hacemos.

www.padrealejandro.com


En mi labor sacerdotal es frecuente escuchar en las confesiones una serie de faltas que permiten suponer que los penitentes están pasando por situaciones complejas y que los pecados que están confesando tienen cierta relación unos con otros. Algunas confesiones son muy extensas y detalladas; esto se puede deber, en algunos casos, a conciencias escrupulosas.

Lógicamente no se trata de pasarse mucho tiempo enunciando listas interminables de esos errores que todos cometemos, pero sí de tratar de tener una conciencia delicada que permita reconocer con sinceridad y arrepentimiento todo aquello con lo que hemos ofendido a Dios.

Con cierta frecuencia, al escuchar a la gente que, con vergüenza y dolor, se acusan de faltas de paciencia, juicios negativos hacia los demás, ofensas a sus cónyuges, hijos, compañeros…, críticas, irresponsabilidad, irritabilidad, etc., suelo hacerles esta pregunta: “¿Qué te pasa?” Hay quienes no entienden y responden, “¿Qué me pasa de qué?” Y les aclaro: “¿Por qué te estás portando así?” Algunos me dicen con sencillez: “No lo sé”. Y entonces comenzamos un proceso de discernimiento para tratar de averiguar cuál es el origen e hilo conductor que provoca ese tipo de reacciones, pues no se trata sólo de darle trámite burocrático a esos pecados diciendo las palabras de la absolución sacramental: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, sino de intentar descubrir las causas de esos problemas como lo debe hacer un buen médico al diagnosticar el origen de la enfermedad.

Todos corremos el peligro de usar nuestra inteligencia —que tiene como objetivo conocer la verdad y lo bueno— para manipular hechos y suposiciones inventando excusas, tratando de tranquilizar nuestras conciencias, convirtiendo lo malo en bueno, en vez de guiar a la voluntad por un camino cierto.

Qué importante resulta en estos temas ser muy sinceros con nosotros mismos y aceptar con humildad nuestras faltas. Lo peor que puede hacer un ser humano es deformar su conciencia, pues así corremos el peligro de perder la noción del bien y del mal, tratando de justificar todo lo que hacemos.

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