/ sábado 13 de marzo de 2021

Ramón Andrés, el poeta, el pensador, el musicólogo

Conocí la obra del notable músico, poeta y musicólogo navarro Ramón Andrés gracias a mi entrañable amigo y estupendo periodista Armando G. Tejeda. Con sede en Barcelona por muchos años, las más de sus valiosas aportaciones apuntan hacia el amplio espectro de la historia del pensamiento desde la perspectiva del lenguaje musical. Como pensador conspicuo, ensayos suyos de gran calado como Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente o Pensar o no caer tienden sólidas amarras con otros pensadores de la fragilidad humana como Schopenhauer o Nietzsche.

Su más reciente libro lleva por título Filosofía y consuelo de la música, hermosa y perspicaz gran disertación en torno a dos mundos más cercanos de lo que suponemos, conforme hay una filosofía de la música. Ambas han implicado un bálsamo en el transitar sinuoso de la humanidad, como la propia poesía que es también pensamiento y por supuesto música, rescatándonos cotidianamente del mundanal ruido que atestigua fray Luis de León.

Con un borgiano amor por el conocimiento, algunos libros suyos tienen la virtud además de la novedad, como sus diccionarios De instrumentos musicales o De música, mitología, magia y religión, o sus acercamientos a Monteverdi, Johann Sebastian Bach y Mozart, o sus no menos inspiradores El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura, o El luthier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza, u Oculta filosofía. Razones de la música en el hombre y la naturaleza, que sorprenden por la sabiduría enciclopédica, el rigor analítico y hasta los desplantes líricos del autor.

A medio caballo entre la música y la poesía, No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio quizá sea en el que mejor se condensa su poética, donde recoge autores y obras esenciales de la poesía ascética española de los siglos XVI y XVII que más le apasionan.

Como poeta más espaciado, acabo de leer de igual modo su desgarradoramente bello poemario Los árboles que nos quedan, que completa un círculo lírico abierto con sus anteriores La línea de las cosas, Amplitud del límite y Poesía reunida y aforismos. Expresión acrisolada de un poeta maduro que tras un perpetuo ejercicio de pensamiento confiesa su desazón frente a un mundo que nuestra miopía ha conducido a un estado de letargo de muerte lenta, la tristeza ante la hecatombe inminente resulta ser aquí el sentimiento predominante, recordándonos a otros líricos amargamente visionarios como Rilke. Resultado de la desgarradora experiencia de un escéptico que sólo tras el conocimiento de la historia de la cultura viene a corroborar de qué estamos hechos como condición frágil y depredadora, en este desdoblarse lírico de la memoria se evocan voces poéticas del pasado clásico que contrastan con la liviandad del lenguaje prosaico y exiguo de hoy. Una vez más el poeta y el filósofo no pueden desprenderse de su esencia siamésica, porque tanto el uno como el otro dicen verdades categóricas de la savia de la existencia, recorriendo las venas de quien descubre y define, anuncia y renombra, recuerda y presagia, condena y exime.

Conocí la obra del notable músico, poeta y musicólogo navarro Ramón Andrés gracias a mi entrañable amigo y estupendo periodista Armando G. Tejeda. Con sede en Barcelona por muchos años, las más de sus valiosas aportaciones apuntan hacia el amplio espectro de la historia del pensamiento desde la perspectiva del lenguaje musical. Como pensador conspicuo, ensayos suyos de gran calado como Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente o Pensar o no caer tienden sólidas amarras con otros pensadores de la fragilidad humana como Schopenhauer o Nietzsche.

Su más reciente libro lleva por título Filosofía y consuelo de la música, hermosa y perspicaz gran disertación en torno a dos mundos más cercanos de lo que suponemos, conforme hay una filosofía de la música. Ambas han implicado un bálsamo en el transitar sinuoso de la humanidad, como la propia poesía que es también pensamiento y por supuesto música, rescatándonos cotidianamente del mundanal ruido que atestigua fray Luis de León.

Con un borgiano amor por el conocimiento, algunos libros suyos tienen la virtud además de la novedad, como sus diccionarios De instrumentos musicales o De música, mitología, magia y religión, o sus acercamientos a Monteverdi, Johann Sebastian Bach y Mozart, o sus no menos inspiradores El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura, o El luthier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza, u Oculta filosofía. Razones de la música en el hombre y la naturaleza, que sorprenden por la sabiduría enciclopédica, el rigor analítico y hasta los desplantes líricos del autor.

A medio caballo entre la música y la poesía, No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio quizá sea en el que mejor se condensa su poética, donde recoge autores y obras esenciales de la poesía ascética española de los siglos XVI y XVII que más le apasionan.

Como poeta más espaciado, acabo de leer de igual modo su desgarradoramente bello poemario Los árboles que nos quedan, que completa un círculo lírico abierto con sus anteriores La línea de las cosas, Amplitud del límite y Poesía reunida y aforismos. Expresión acrisolada de un poeta maduro que tras un perpetuo ejercicio de pensamiento confiesa su desazón frente a un mundo que nuestra miopía ha conducido a un estado de letargo de muerte lenta, la tristeza ante la hecatombe inminente resulta ser aquí el sentimiento predominante, recordándonos a otros líricos amargamente visionarios como Rilke. Resultado de la desgarradora experiencia de un escéptico que sólo tras el conocimiento de la historia de la cultura viene a corroborar de qué estamos hechos como condición frágil y depredadora, en este desdoblarse lírico de la memoria se evocan voces poéticas del pasado clásico que contrastan con la liviandad del lenguaje prosaico y exiguo de hoy. Una vez más el poeta y el filósofo no pueden desprenderse de su esencia siamésica, porque tanto el uno como el otro dicen verdades categóricas de la savia de la existencia, recorriendo las venas de quien descubre y define, anuncia y renombra, recuerda y presagia, condena y exime.