/ miércoles 20 de mayo de 2020

Recetas peligrosas… ¡zapatero a tus zapatos!

Decíamos la semana pasada que cuando aparecen crisis como la que hoy estamos padeciendo -y cuya información a veces es fatal por su origen dudoso-, surgen “especialistas” por todos lados que, con tal de sobresalir, pueden cometer un error de insospechadas consecuencias.

Lo digo porque ahora que debemos estar en casa por la obligada cuarentena y que de alguna manera nos impide visitar al médico con la normalidad que estábamos acostumbrados, resurgieron entre algunos conocidos y amigos esos famosos remedios caseros que datan de nuestros antepasados, practicados por abuelas y las mamás aún en estos tiempos.

Dice -y lo dice con la experiencia que tiene de muchos años- mi amiga la doctora Laura Ortiz, que al momento de recomendar formas de alivio para determinadas enfermedades, hay que tener mucho cuidado. ¡Nada más cierto!

Y vaya que soy en extremo respetuoso con los remedios caseros, tanto, que aún a esta edad sigo utilizando algunos de ellos, pero de ahí a que intente curar a alguien, hay una enorme distancia, así sea de un padecimiento parecido al mío. Puedo comentar que a mí me resultó, pero no recetarlo.

Y es que de pronto todos nos queremos convertir en doctores ¿a poco no? La automedicación es un problema muy serio en nuestro país, porque la mayor parte de las personas, con tal de evitar la cita con el médico, acude al botiquín de casa o, en el peor de los casos, busca remedios caseros o recetas de sus conocidos y familiares.

Es muy fácil, por ejemplo, controlar el dolor de cabeza: un par de aspirinas y listo. ¿Reflujo?: ranitidina (prohibida ya por el sector salud). ¿Dolores musculares?.. desinflamatorios. ¿Tienes diarrea?: Treda, lo tenemos en pastillas o suspensión, porque el pepto ya pasó de moda… bueno, eso dicen.

Fíjate: todos –y te lo digo en serio- todos tenemos remedios para otros, menos para nosotros. Nos encanta dar recetas a los que padecen dolores o enfermedades que uno cree haber curado con determinado medicamento. Cuidado: recetar es un gravísimo riesgo, porque, no es broma, puedes matar a alguien, sin quererlo, claro, pero de que lo puedes matar, ni quien lo dude.

Es tal nuestra desesperación por curarnos de algo, que no importa si al final tenemos que comer boñiga de conejo (blanco) hidratado con orina de doña Panchita la curandera, con tal de quitarnos el dolor de espalda.

Medicina convencional, alópata, homeópata y tradicional… todos de alguna manera hemos sido víctimas de algún padecimiento, menor o mayor, y acudimos siempre a lo que nos dio resultados. Pero, ¿qué sucede cuando ya ninguna de las alternativas funcionó? ¡Venga lo que sea con tal de curarme! Y es aquí donde todos somos doctores, todos. Quien no haya sufrido cuando menos un dolor muscular, de cabeza, de riñones o estomacal, puede considerarse de perdida primo hermano de Superman.

Escuché con mucha atención, hace unos años –no te miento- las más variadas, extraordinarias, inusitadas y hasta descabelladas recetas cuando un dolor en los riñones me mandó por primera vez al hospital, listo para intervención quirúrgica urgente. Unos días antes me recetaron lo que no tengas idea.

Me dijeron que me tomara un analgésico, tan fuerte que ya no tendría broncas; además de ello un desinflamatorio y luego un antibiótico, por aquello de las infecciones en vías urinarias.

Pero como no se controló el dolor, me recetaron una lista de hierbas mezcladas con otras, algunas hervidas, otras no tanto: cola de caballo con pelos de elote, palo azul, hierba del sapo, menta, todo junto. Lo digo en serio: me ayudó.

Y en la buena fe que profesamos para tratar de aliviar a otra persona, cometemos errores. Un dolor de cabeza que puede ser muy simple, es motivo para que cualquiera de nosotros recetemos desde aspirinas, hasta medicamentos con cafeína o paracetamol en cantidades muy altas. ¿Y si esa persona sufre de alta o baja presión? Cuidado.

Es impresionante la cantidad de remedios que te ofrecen. Para “el cansancio”: fósforo botical aderezado con espinacas y unas gotitas de tu propia orina. O también ampolletas de diversas marcas con vitaminas y cápsulas de la Divina Providencia, fibra menonita con granola y miel virgen.

Para el asma, la gente te receta desde polen con chinchulines crudos, hasta poner un perro chihuahueño en los pies del asmático; ¿resfriado? toma mucha agua, es lo primero que te dicen. Y afirman que “el resfrío se disfruta”. ¡Sí, como no!

¿Una infección en la garganta? ¿Tos? ¿Dolor de muela? Te pones mentol en los pies y te tapas lo más rápido posible con calcetines blancos, luego de acuestas y dejas de moverte. En 15 minutos se te quita. Eso dicen. Todo esto viene al caso porque, de pronto, están inventando, sobre todo farsantes de la medicina, remedios para el coronavirus. Tenga cuidado, esto es algo mucho más serio de lo que pensamos. No recetemos ocurrencias. Sólo escribo cosas comunes.

Decíamos la semana pasada que cuando aparecen crisis como la que hoy estamos padeciendo -y cuya información a veces es fatal por su origen dudoso-, surgen “especialistas” por todos lados que, con tal de sobresalir, pueden cometer un error de insospechadas consecuencias.

Lo digo porque ahora que debemos estar en casa por la obligada cuarentena y que de alguna manera nos impide visitar al médico con la normalidad que estábamos acostumbrados, resurgieron entre algunos conocidos y amigos esos famosos remedios caseros que datan de nuestros antepasados, practicados por abuelas y las mamás aún en estos tiempos.

Dice -y lo dice con la experiencia que tiene de muchos años- mi amiga la doctora Laura Ortiz, que al momento de recomendar formas de alivio para determinadas enfermedades, hay que tener mucho cuidado. ¡Nada más cierto!

Y vaya que soy en extremo respetuoso con los remedios caseros, tanto, que aún a esta edad sigo utilizando algunos de ellos, pero de ahí a que intente curar a alguien, hay una enorme distancia, así sea de un padecimiento parecido al mío. Puedo comentar que a mí me resultó, pero no recetarlo.

Y es que de pronto todos nos queremos convertir en doctores ¿a poco no? La automedicación es un problema muy serio en nuestro país, porque la mayor parte de las personas, con tal de evitar la cita con el médico, acude al botiquín de casa o, en el peor de los casos, busca remedios caseros o recetas de sus conocidos y familiares.

Es muy fácil, por ejemplo, controlar el dolor de cabeza: un par de aspirinas y listo. ¿Reflujo?: ranitidina (prohibida ya por el sector salud). ¿Dolores musculares?.. desinflamatorios. ¿Tienes diarrea?: Treda, lo tenemos en pastillas o suspensión, porque el pepto ya pasó de moda… bueno, eso dicen.

Fíjate: todos –y te lo digo en serio- todos tenemos remedios para otros, menos para nosotros. Nos encanta dar recetas a los que padecen dolores o enfermedades que uno cree haber curado con determinado medicamento. Cuidado: recetar es un gravísimo riesgo, porque, no es broma, puedes matar a alguien, sin quererlo, claro, pero de que lo puedes matar, ni quien lo dude.

Es tal nuestra desesperación por curarnos de algo, que no importa si al final tenemos que comer boñiga de conejo (blanco) hidratado con orina de doña Panchita la curandera, con tal de quitarnos el dolor de espalda.

Medicina convencional, alópata, homeópata y tradicional… todos de alguna manera hemos sido víctimas de algún padecimiento, menor o mayor, y acudimos siempre a lo que nos dio resultados. Pero, ¿qué sucede cuando ya ninguna de las alternativas funcionó? ¡Venga lo que sea con tal de curarme! Y es aquí donde todos somos doctores, todos. Quien no haya sufrido cuando menos un dolor muscular, de cabeza, de riñones o estomacal, puede considerarse de perdida primo hermano de Superman.

Escuché con mucha atención, hace unos años –no te miento- las más variadas, extraordinarias, inusitadas y hasta descabelladas recetas cuando un dolor en los riñones me mandó por primera vez al hospital, listo para intervención quirúrgica urgente. Unos días antes me recetaron lo que no tengas idea.

Me dijeron que me tomara un analgésico, tan fuerte que ya no tendría broncas; además de ello un desinflamatorio y luego un antibiótico, por aquello de las infecciones en vías urinarias.

Pero como no se controló el dolor, me recetaron una lista de hierbas mezcladas con otras, algunas hervidas, otras no tanto: cola de caballo con pelos de elote, palo azul, hierba del sapo, menta, todo junto. Lo digo en serio: me ayudó.

Y en la buena fe que profesamos para tratar de aliviar a otra persona, cometemos errores. Un dolor de cabeza que puede ser muy simple, es motivo para que cualquiera de nosotros recetemos desde aspirinas, hasta medicamentos con cafeína o paracetamol en cantidades muy altas. ¿Y si esa persona sufre de alta o baja presión? Cuidado.

Es impresionante la cantidad de remedios que te ofrecen. Para “el cansancio”: fósforo botical aderezado con espinacas y unas gotitas de tu propia orina. O también ampolletas de diversas marcas con vitaminas y cápsulas de la Divina Providencia, fibra menonita con granola y miel virgen.

Para el asma, la gente te receta desde polen con chinchulines crudos, hasta poner un perro chihuahueño en los pies del asmático; ¿resfriado? toma mucha agua, es lo primero que te dicen. Y afirman que “el resfrío se disfruta”. ¡Sí, como no!

¿Una infección en la garganta? ¿Tos? ¿Dolor de muela? Te pones mentol en los pies y te tapas lo más rápido posible con calcetines blancos, luego de acuestas y dejas de moverte. En 15 minutos se te quita. Eso dicen. Todo esto viene al caso porque, de pronto, están inventando, sobre todo farsantes de la medicina, remedios para el coronavirus. Tenga cuidado, esto es algo mucho más serio de lo que pensamos. No recetemos ocurrencias. Sólo escribo cosas comunes.