Muchas veces ante cualquier acción que efectuamos, ante cualquier decisión que tomamos, ante cualquier opinión que externamos, ante cualquier pensamiento que nos asalta o ante cualquier omisión que nos venza, podemos rectificar.
Cambiar de opinión o rectificar es de sabios, sobre todo cuando se descubre que tal acción realizada no fue la adecuada o lastimó a alguno, que aquella decisión no fue la mejor, que ciertas opiniones o posturas carecen de suficientes bases, que ese pensamiento puede conducirnos por caminos torcidos, que al omitir determinado acto o permitir que otros ofendan o causen violencia a los demás puede convertirnos en cómplices…
En fin, rectificar puede resultar sano cuando nos hemos dejado llevar por el enojo, el egoísmo, la ambición, la ira, el mal humor o nuestro carácter, cuando nuestras palabras han llegado a la ofensa, la mentira o la difamación, cuando nos damos cuenta que nuestras actitudes son infantiles o se fundamentan en rumores o falsedades… Esas rectificaciones pueden ser liberadoras y son muchas veces comprensibles.
Hoy, sin embargo, a unos días de depositar nuestro voto en las urnas para elegir a quienes dirigirán los destinos de nuestra nación y de nuestro municipio o nos representarán ante el congreso federal o el estatal, hay que pensar y razonar muy bien sobre nuestro sufragio, ya que una vez emitido no habrá vuelta atrás, no habrá rectificación.
Por ello, estos últimos días antes de la elección las campañas tocan a su fin, y se da tiempo a los ciudadanos para que, lejos ya de la propaganda, de indicaciones externas, de cualquier presión, de la vocinglería, pongan en orden su pensamiento y puedan tomar con más libertad la decisión de favorecer con su voto a tales o cuales candidatos, partidos o coaliciones. Ello no sólo frente a sus preferencias o lo visto o escuchado durante las campañas sobre tales o cuales candidatos, sino principalmente frente a su conciencia, sabiendo que el futuro de la nación depende de ello, y que por encima de todo la patria es primero. ¿Lo ven?