/ viernes 21 de febrero de 2020

Recuerda que eres polvo

Me parece que tarde o temprano, todos los seres humanos, han de llegar a ser polvo. Ya sea que sean colocados en una sepultura, o sean incinerados. Pero polvo todo los seres humanos llegarán a ser polvo.

La muerte es una verdad que nadie puede negar. Morirán: en niñez, en ancianidad; morirán hombres o mujeres; morirán los ricos o los pobres, todos. La muerte es el final necesario de toda vida humana. Todos los que viven quieren ir al cielo, pero no quieren morir. Hay un temor necesario a morir. La muerte desconcierta, da miedo, a muchos los aterra. Una maestra mayor decía: “No me quiero morir, no me quiero morir”. Pero se murió. Muchos saben que pronto morirán, y lo aceptan. Un enfermo decía sus amigos: “Pero no vayan a faltar a mi entierro”. En un accidente de choque de trenes, una mujer quedó prensada por el vagón del tren. Era imposible salvarla. Comentaba al que se acercaba: “¿Sabes que se siente morir? No tengo miedo. Me muero tranquila. Le doy a Dios por haber vivido”.

La muerte es un hecho ineludible que no se puede ignorar o minusvalorar. A muchos les aterra ese momento que inexorablemente llegará. En la liturgia anterior al Concilio Vaticano II, la Iglesia iniciaba un período de reflexión sobre la muerte, sobre la muerte de Cristo, y sobre la propia muerte. La cuaresma se iniciaba con el miércoles de ceniza. Muchos católicos que no gustaban de vivir el culto de la Iglesia, no faltaban a tomar ceniza. Las palabras que recitaba el sacerdote eran: “Memento homo, quia pulvis es” Acuérdate hombre, que eres polvo. Hubo dos libros que ayudaban a la reflexión: “La Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis, y “La Preparación para la Muerte” de Alfonso María de Ligorio. Son libros que no pasarán de moda. No hay otra petición que la que recitamos en el Ave María; “Ruega por nosotros en la hora de l muerte” “A la hora de salir de la vida, no hay otra recomendación que acepta el hecho, y morir en paz y en tranquilidad.

El Papa Juan XXIII, enfermo de un mal terminal, había solicitado a su médico de cabecera: - “Avíseme por favor cundo sea el final. Acepto mi muerte por la paz del la Iglesia y del mundo”. Había comentado en sus momentos de dolores agudos: “- Soy obispo, y tengo que dar ejemplo en mi modo de morir”.

En la soledad de la muerte, conviene meditar en la palabra de Dios: En tus manos me encomiendo (Lc 23,46), Perdóname como yo he perdonado a mis ofensores.

Bueno será pensar: Cristo es la resurrección y la vida (Jn 11,25).

Una cosa es cierta. La muerte es personal. Nadie se llevará los bienes acumulados en la vida. Muchos tienen la fe de que tras la muerte hay una vida nueva. Lo único que el ser humano se llevará serán sus buenas obras. Dios otorgó la vida. Espera que haya sido una vida productiva. Recuera que eres polvo, vive mientras existas en el mundo.

Me parece que tarde o temprano, todos los seres humanos, han de llegar a ser polvo. Ya sea que sean colocados en una sepultura, o sean incinerados. Pero polvo todo los seres humanos llegarán a ser polvo.

La muerte es una verdad que nadie puede negar. Morirán: en niñez, en ancianidad; morirán hombres o mujeres; morirán los ricos o los pobres, todos. La muerte es el final necesario de toda vida humana. Todos los que viven quieren ir al cielo, pero no quieren morir. Hay un temor necesario a morir. La muerte desconcierta, da miedo, a muchos los aterra. Una maestra mayor decía: “No me quiero morir, no me quiero morir”. Pero se murió. Muchos saben que pronto morirán, y lo aceptan. Un enfermo decía sus amigos: “Pero no vayan a faltar a mi entierro”. En un accidente de choque de trenes, una mujer quedó prensada por el vagón del tren. Era imposible salvarla. Comentaba al que se acercaba: “¿Sabes que se siente morir? No tengo miedo. Me muero tranquila. Le doy a Dios por haber vivido”.

La muerte es un hecho ineludible que no se puede ignorar o minusvalorar. A muchos les aterra ese momento que inexorablemente llegará. En la liturgia anterior al Concilio Vaticano II, la Iglesia iniciaba un período de reflexión sobre la muerte, sobre la muerte de Cristo, y sobre la propia muerte. La cuaresma se iniciaba con el miércoles de ceniza. Muchos católicos que no gustaban de vivir el culto de la Iglesia, no faltaban a tomar ceniza. Las palabras que recitaba el sacerdote eran: “Memento homo, quia pulvis es” Acuérdate hombre, que eres polvo. Hubo dos libros que ayudaban a la reflexión: “La Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis, y “La Preparación para la Muerte” de Alfonso María de Ligorio. Son libros que no pasarán de moda. No hay otra petición que la que recitamos en el Ave María; “Ruega por nosotros en la hora de l muerte” “A la hora de salir de la vida, no hay otra recomendación que acepta el hecho, y morir en paz y en tranquilidad.

El Papa Juan XXIII, enfermo de un mal terminal, había solicitado a su médico de cabecera: - “Avíseme por favor cundo sea el final. Acepto mi muerte por la paz del la Iglesia y del mundo”. Había comentado en sus momentos de dolores agudos: “- Soy obispo, y tengo que dar ejemplo en mi modo de morir”.

En la soledad de la muerte, conviene meditar en la palabra de Dios: En tus manos me encomiendo (Lc 23,46), Perdóname como yo he perdonado a mis ofensores.

Bueno será pensar: Cristo es la resurrección y la vida (Jn 11,25).

Una cosa es cierta. La muerte es personal. Nadie se llevará los bienes acumulados en la vida. Muchos tienen la fe de que tras la muerte hay una vida nueva. Lo único que el ser humano se llevará serán sus buenas obras. Dios otorgó la vida. Espera que haya sido una vida productiva. Recuera que eres polvo, vive mientras existas en el mundo.