/ viernes 13 de agosto de 2021

Retos con los jóvenes

Por: Alejandro Cortés González-Báez

Resulta frecuente que cuando los adultos de la tercera edad hablan de los jóvenes lo hacen en tonos de molestia, y no pocas veces de decepción, y cuando se dirigen a uno de ellos lo hacen con reclamos y denostando sus gustos en su forma de vestir, de hablar; criticando sus maneras de divertirse y la música que escuchan, etc. Todo ello es muy comprensible, pues estamos ante culturas y formas sociales y educativas muy distintas. Según muchos relatos de épocas pasadas este hecho se ha repetido innumerables veces a lo largo de los siglos.

La verdad es que a los mayores nos cuesta mucho abandonar los criterios con los que fuimos educados y hemos vivido varias decenas de años, y este asunto también es muy lógico.

Nos encontramos pues frente a un fenómeno de convivencia familiar y social que requiere de una actitud de respeto y comprensión por las dos partes para poder superar los abismos generacionales que desafortunadamente muchas veces terminan mal. Al fin y al cabo, jóvenes y viejos somos seres humanos con problemas de soberbia, falta de paciencia, tentaciones de venganzas, etc.

Dado que los mayores tenemos más experiencia, deberíamos tratar de comprender a quienes vienen detrás de nosotros con deseos de enfrentarse directamente con la vida, de forma similar a como nosotros lo hicimos cuando pasamos por esas edades.

Tanto la literatura como el cine y el teatro nos ofrecen una buena cantidad de historias en las que se reflejan los típicos desacuerdos motivados por en encuentro de culturas diferentes que han llevado —como la historia también no lo demuestra— a enfrentamientos bélicos llenos de injusticias y sufrimientos tanto de culpables como de inocentes. Estamos, pues, ante una realidad que se sigue repitiendo y de la que deberíamos aprender para no caer en los mismos errores.

La principal función de los adultos es la de tratar de formar en los menores hábitos positivos (virtudes), que los ayuden a conocerse y aceptarse mientras conocen el mundo y sus formas de pensar, como resultado de la experiencia acumulada a lo largo de los siglos para que ellos —usando bien su libertad— puedan ambicionar los bienes superiores.

Es decir, dado que los jóvenes pretenden pasárselo bien y de forma inmediata buscando en ello la felicidad, necesitan ejemplos de vida que les permitan descubrir que esa felicidad tan ansiada está presente en la vida de algunos mayores que se distinguen por ser personas con una clara y bien formada jerarquía de valores, y una serie de virtudes que les permitieron alcanzar el éxito en diversos campos de la vida. Sí, personas exitosas y satisfechas por haber conseguido el respeto, la admiración y el cariño de mucha gente. Asuntos que pueden ser compatibles con los logros profesionales y económicos.

Definitivamente no es con reclamos amargos la mejor forma de educar. Siempre se gana más y se sufre menos con una cucharada de miel que con un barril de vinagre.


www.padrealejandro.org

Por: Alejandro Cortés González-Báez

Resulta frecuente que cuando los adultos de la tercera edad hablan de los jóvenes lo hacen en tonos de molestia, y no pocas veces de decepción, y cuando se dirigen a uno de ellos lo hacen con reclamos y denostando sus gustos en su forma de vestir, de hablar; criticando sus maneras de divertirse y la música que escuchan, etc. Todo ello es muy comprensible, pues estamos ante culturas y formas sociales y educativas muy distintas. Según muchos relatos de épocas pasadas este hecho se ha repetido innumerables veces a lo largo de los siglos.

La verdad es que a los mayores nos cuesta mucho abandonar los criterios con los que fuimos educados y hemos vivido varias decenas de años, y este asunto también es muy lógico.

Nos encontramos pues frente a un fenómeno de convivencia familiar y social que requiere de una actitud de respeto y comprensión por las dos partes para poder superar los abismos generacionales que desafortunadamente muchas veces terminan mal. Al fin y al cabo, jóvenes y viejos somos seres humanos con problemas de soberbia, falta de paciencia, tentaciones de venganzas, etc.

Dado que los mayores tenemos más experiencia, deberíamos tratar de comprender a quienes vienen detrás de nosotros con deseos de enfrentarse directamente con la vida, de forma similar a como nosotros lo hicimos cuando pasamos por esas edades.

Tanto la literatura como el cine y el teatro nos ofrecen una buena cantidad de historias en las que se reflejan los típicos desacuerdos motivados por en encuentro de culturas diferentes que han llevado —como la historia también no lo demuestra— a enfrentamientos bélicos llenos de injusticias y sufrimientos tanto de culpables como de inocentes. Estamos, pues, ante una realidad que se sigue repitiendo y de la que deberíamos aprender para no caer en los mismos errores.

La principal función de los adultos es la de tratar de formar en los menores hábitos positivos (virtudes), que los ayuden a conocerse y aceptarse mientras conocen el mundo y sus formas de pensar, como resultado de la experiencia acumulada a lo largo de los siglos para que ellos —usando bien su libertad— puedan ambicionar los bienes superiores.

Es decir, dado que los jóvenes pretenden pasárselo bien y de forma inmediata buscando en ello la felicidad, necesitan ejemplos de vida que les permitan descubrir que esa felicidad tan ansiada está presente en la vida de algunos mayores que se distinguen por ser personas con una clara y bien formada jerarquía de valores, y una serie de virtudes que les permitieron alcanzar el éxito en diversos campos de la vida. Sí, personas exitosas y satisfechas por haber conseguido el respeto, la admiración y el cariño de mucha gente. Asuntos que pueden ser compatibles con los logros profesionales y económicos.

Definitivamente no es con reclamos amargos la mejor forma de educar. Siempre se gana más y se sufre menos con una cucharada de miel que con un barril de vinagre.


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