/ martes 20 de noviembre de 2018

Revolución y reforma (II)

“La reforma debe venir de adentro y no de afuera. No se puede legislar sólo por virtud”.

James Cardinal Gibbons


En nuestra patria hemos vivido fuertes movimientos de liberación nacional, siempre encabezados por hombres con firmes convicciones de teoría revolucionaria. Las grandes masas de trabajadores apoyaron con sus vidas los movimientos. La revolución de Independencia es un ejemplo muy diáfano: los líderes pronto se dividieron, por el temor a las acciones radicales del pueblo explotado y oprimido por siglos. Hidalgo, radical, pronto se enfrentó a los asustados reformistas, como Allende, Aldama y otros. Morelos, radical, se enfrentó a López Rayón y otros. Muchos insurgentes se amnistiaron y se enchufaron a los realistas españoles, antes de encabezar la furia radical de las masas populares.

En la Reforma Liberal de 1857-1861, los moderados, que eran mayoría, se dieron golpe de Estado a sí mismos –Ignacio Comonfort-, por ejemplo, apoyó a los conservadores. Los radicales, encabezados por Benito Juárez, lucharon con los enemigos naturales de la Reforma: los conservadores y sus aliados, las tropas francesas de Napoleón III. La reforma no trajo los grandes cambios que exigía el pueblo mexicano, pero sentó las bases jurídicas del Estado mexicano. Aún hoy tienen vigencia sus principios. Juárez fue reformista.

La antítesis de la Reforma Liberal se dio en el régimen porfirista, que generó una serie de contradicciones que anunciaban la explosión revolucionaria. El régimen feudal, heredado de la Colonia, perduraba en el 90% de los peones mexicanos. Éstos luchaban por cambios y reivindicaciones, que eran la exigencia popular. Las represiones de la dictadura porfiriana no cesaban. El cambio socioeconómico recibía al siglo XX: Pinos Altos y Tomochi, Las Vacas y Acayucan, pero los pródromos de Cananea y Río Blanco mostraron a la nación entera la crudeza del necesario cambio.

Los ricos potentados desplazados del poder dictatorial, encabezados por el reformista Francisco Ignacio Madero, pretendieron encender la Revolución, que muy pronto los asustó, por la recia exigencia del pueblo mexicano y, se enchufaron con los porfirianos, volteándose contra él. “Ya soy presidente, se me desarman y a seguir trabajando en las haciendas”, frase de Madero a Emiliano Zapata. Éste le dijo: “Queremos las tierras que los terratenientes nos arrebataron”, ese era un cambio revolucionario.


“La reforma debe venir de adentro y no de afuera. No se puede legislar sólo por virtud”.

James Cardinal Gibbons


En nuestra patria hemos vivido fuertes movimientos de liberación nacional, siempre encabezados por hombres con firmes convicciones de teoría revolucionaria. Las grandes masas de trabajadores apoyaron con sus vidas los movimientos. La revolución de Independencia es un ejemplo muy diáfano: los líderes pronto se dividieron, por el temor a las acciones radicales del pueblo explotado y oprimido por siglos. Hidalgo, radical, pronto se enfrentó a los asustados reformistas, como Allende, Aldama y otros. Morelos, radical, se enfrentó a López Rayón y otros. Muchos insurgentes se amnistiaron y se enchufaron a los realistas españoles, antes de encabezar la furia radical de las masas populares.

En la Reforma Liberal de 1857-1861, los moderados, que eran mayoría, se dieron golpe de Estado a sí mismos –Ignacio Comonfort-, por ejemplo, apoyó a los conservadores. Los radicales, encabezados por Benito Juárez, lucharon con los enemigos naturales de la Reforma: los conservadores y sus aliados, las tropas francesas de Napoleón III. La reforma no trajo los grandes cambios que exigía el pueblo mexicano, pero sentó las bases jurídicas del Estado mexicano. Aún hoy tienen vigencia sus principios. Juárez fue reformista.

La antítesis de la Reforma Liberal se dio en el régimen porfirista, que generó una serie de contradicciones que anunciaban la explosión revolucionaria. El régimen feudal, heredado de la Colonia, perduraba en el 90% de los peones mexicanos. Éstos luchaban por cambios y reivindicaciones, que eran la exigencia popular. Las represiones de la dictadura porfiriana no cesaban. El cambio socioeconómico recibía al siglo XX: Pinos Altos y Tomochi, Las Vacas y Acayucan, pero los pródromos de Cananea y Río Blanco mostraron a la nación entera la crudeza del necesario cambio.

Los ricos potentados desplazados del poder dictatorial, encabezados por el reformista Francisco Ignacio Madero, pretendieron encender la Revolución, que muy pronto los asustó, por la recia exigencia del pueblo mexicano y, se enchufaron con los porfirianos, volteándose contra él. “Ya soy presidente, se me desarman y a seguir trabajando en las haciendas”, frase de Madero a Emiliano Zapata. Éste le dijo: “Queremos las tierras que los terratenientes nos arrebataron”, ese era un cambio revolucionario.