/ martes 30 de noviembre de 2021

Rythm o, México

¿Qué sucede con una nación que recibe ayuda de un gobierno benefactor a condición de aceptar pasivamente todo lo que la política oficial decida? La respuesta, tal vez, la tenga Marina Abramovic, una artista apenas conocida en 1974, que montó un espectáculo como experimento psicosocial llamado Rythm O, que básicamente consistía en quedarse quieta durante seis horas. En una mesa cercana había 72 objetos, desde flores y plumas hasta brownies de chocolate, cadenas, cuchillos, una bala y un arma, que podían usarse en ella por un grupo de personas voluntarias.

Se indicó que en ningún momento pararía el experimento, pasase, lo que pasase. Los visitantes tuvieron la oportunidad de elegir entre el bien y el mal. Al principio, el público fue muy amable y bien intencionado. Algunos le dieron rosas a la mujer, otros la alimentaron con pastel, y otros le acariciaron el pelo o le estrecharon la mano. Pero, al darse cuenta de que no reaccionaba, algunos espectadores se tornaron más agresivos buscando una respuesta: rozaron espinas en su vientre, cortaron su ropa con una navaja, le pintaron el cuerpo e hicieron que ella se apuntara con la pistola.

Algunas personas de la multitud se sentían perturbadas, pero no hacían nada. Mientras tanto, la mujer estaba llorando, pero la multitud insistió en evaluarla como un objeto. Entonces, una mujer de la multitud enjugó sus lágrimas y la abrazó. Cuando una dama hizo lo correcto, eso cambió a otros. Entonces la minoría perturbada finalmente intervino. Antes de que el experimento se tornara en algo mortal, se había acabado. Marina luego se paseó por la sala, mirando a cada una de las personas que interactuaron con ella a los ojos, ninguno podía verla a la cara.

La actuación de Abramovic mostró lo rápido que aumenta la violencia contra los demás cuando las circunstancias son favorables para quienes la ejercen. Esto aclara lo fácil que es deshumanizar a una persona que no lucha, que no se defiende. Muestra que, si se proporciona el escenario, la mayoría de las personas “normales”, al parecer, pueden llegar a ser verdaderamente violentas. Este experimento es igualmente válido para nuestro país, en el que un gobierno puede, con facilidad, exigir la pasividad de la población que depende de los beneficios que recibe sin esfuerzo.

Los grandes abusos de los regímenes totalitarios, específicamente de izquierda, de corte socialista, encuentran en este “performance” parte de su motivación y muestran el peligro que representan para el ciudadano las ideologías que prometen un paraíso en la Tierra. Esta pasividad puede revelar, fácilmente, el mal que hay dentro de quienes reparten esos beneficios con el aliento de nosotros, y también, aclara las consecuencias de elegir no demostrar solidaridad y valor contra la injusticia, o de actuar tarde en este sentido. agusperezr@hotmail.com


Administrador Financiero


¿Qué sucede con una nación que recibe ayuda de un gobierno benefactor a condición de aceptar pasivamente todo lo que la política oficial decida? La respuesta, tal vez, la tenga Marina Abramovic, una artista apenas conocida en 1974, que montó un espectáculo como experimento psicosocial llamado Rythm O, que básicamente consistía en quedarse quieta durante seis horas. En una mesa cercana había 72 objetos, desde flores y plumas hasta brownies de chocolate, cadenas, cuchillos, una bala y un arma, que podían usarse en ella por un grupo de personas voluntarias.

Se indicó que en ningún momento pararía el experimento, pasase, lo que pasase. Los visitantes tuvieron la oportunidad de elegir entre el bien y el mal. Al principio, el público fue muy amable y bien intencionado. Algunos le dieron rosas a la mujer, otros la alimentaron con pastel, y otros le acariciaron el pelo o le estrecharon la mano. Pero, al darse cuenta de que no reaccionaba, algunos espectadores se tornaron más agresivos buscando una respuesta: rozaron espinas en su vientre, cortaron su ropa con una navaja, le pintaron el cuerpo e hicieron que ella se apuntara con la pistola.

Algunas personas de la multitud se sentían perturbadas, pero no hacían nada. Mientras tanto, la mujer estaba llorando, pero la multitud insistió en evaluarla como un objeto. Entonces, una mujer de la multitud enjugó sus lágrimas y la abrazó. Cuando una dama hizo lo correcto, eso cambió a otros. Entonces la minoría perturbada finalmente intervino. Antes de que el experimento se tornara en algo mortal, se había acabado. Marina luego se paseó por la sala, mirando a cada una de las personas que interactuaron con ella a los ojos, ninguno podía verla a la cara.

La actuación de Abramovic mostró lo rápido que aumenta la violencia contra los demás cuando las circunstancias son favorables para quienes la ejercen. Esto aclara lo fácil que es deshumanizar a una persona que no lucha, que no se defiende. Muestra que, si se proporciona el escenario, la mayoría de las personas “normales”, al parecer, pueden llegar a ser verdaderamente violentas. Este experimento es igualmente válido para nuestro país, en el que un gobierno puede, con facilidad, exigir la pasividad de la población que depende de los beneficios que recibe sin esfuerzo.

Los grandes abusos de los regímenes totalitarios, específicamente de izquierda, de corte socialista, encuentran en este “performance” parte de su motivación y muestran el peligro que representan para el ciudadano las ideologías que prometen un paraíso en la Tierra. Esta pasividad puede revelar, fácilmente, el mal que hay dentro de quienes reparten esos beneficios con el aliento de nosotros, y también, aclara las consecuencias de elegir no demostrar solidaridad y valor contra la injusticia, o de actuar tarde en este sentido. agusperezr@hotmail.com


Administrador Financiero