/ jueves 23 de junio de 2022

“Sea; el plazo es corto”

De José A. Hernández

Desde hace un par de días que llueve torrencialmente por la madrugada, han sido noches que inspiran catarsis. A media noche del Martes, una vieja lectura me robaba el pensamiento y dejaba abierta un par de incógnitas; ¿representamos lo que somos tal cual somos, o lo que parece tal como parecemos?, ¿somos una realidad o apariencia?

Hace unos meses que leía La República de Platón en el patio de la casa de mi hermano. Una muy interesante lectura que parece darle mil vueltas a las mismas preguntas para terminar aún más confundido. La anterior pregunta la había leído en alguno de los párrafos de la lectura y mi respuesta ha variado con el paso del tiempo, con el acontecer de un par de anécdotas cotidianas.

  • ¿Qué es bueno, y qué es malo?

¿La justicia depende entonces de las circunstancias?

Si alguien dice que la justicia consiste en dar a cada uno lo que se le debe, y si por eso entiende que el hombre justo solo debe el mal a sus enemigos, así como bien debe a sus amigos, semejante lenguaje no es digno de un sabio, ya que no es conforme a la verdad, pues estoy seguro que nunca es justo hacer daño a alguien. La obra maestra de la injusticia es parecer justo, sin serlo. ¿Hay que aferrarnos a la idea de serlo en verdad o de simplemente parecerlo?

¿No se trata de decidir que regla de conducta ha de seguir cada uno de nosotros, a fin de gozar de la mayor de las felicidades? Vivir es una de las funciones de nuestra alma. Caminar por ahí, conociéndote a ti mismo, rompiéndote capa por capa, consiste en una de las tareas principales de nuestro espíritu.

Y partiendo ya del punto de vista especifico que usted desee; ¿qué es bueno y qué es malo? Nuestras opiniones son un punto medio entre la ciencia y la ignorancia. Sostener nuestras miradas al ejemplar eterno de la verdad; fijar, por medio de leyes, lo que es honesto, justo y bueno en las acciones humanas. Da a luz a tu propio conocimiento y evita discutir con los necios; acude a la ironía cuando los encuentres.

Algo bueno que estás obligado a hacer es que alcances el premio destinado a tus propias virtudes, sigue el camino que lleva a lo alto y dedícate con todas tus fuerzas a la práctica de la justicia y sabiduría. Acostumbra al alma a que aplique pronto el remedio para las heridas, levanta lo que se ha caído, no te distraigas con llantos inútiles. Quizás esta es la parte más complicada, pues la vida diaria nos acostumbra a un sube y baja de emociones, pero resulta hermoso permanecer firme en las adversidades y no dejarse llevar por la desesperación. Mantener firme el alma; que grandes trabajos ha conllevado y sufrido. Sea; el plazo es corto.

Vas caminando por la calle y levantas la cabeza hacia el cielo. Despejado o nublado; ¿cuántos Dioses eres capaz de contar?, ¿son justos?, ¿son buenos o son malos?


  • Nos necesitamos tanto el uno al otro

Lo que da origen a la sociedad, ¿no es la impotencia de cada hombre de bastarse a sí mismo, y la necesidad de muchas cosas que experimenta?, ¿eres tú, necesariamente tú, lo único indispensable para continuar viviendo?, ¿podrías estar viviendo mejor en soledad que en comunidad?

Hace algunos años que me gustaba recostarme en el techo de mi casa para ver el cielo. En aquel entonces, una pregunta me llevó a otra y terminé conociendo el “Dilema del Erizo”, una concepción de un filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, acerca de las relaciones humanas.

Como integrantes de una comunidad, nos necesitamos tanto los unos a los otros, que queremos estar tan cerca que terminamos por dañarnos. Cuanto más cercana se vuelve la relación entre dos personas, más sencillo resulta lastimarse. Cuanto más lejana sea su relación, es más probable que se sienta la angustia y el dolor de la soledad.

En un día muy frío, los erizos deciden buscar la compañía de sus semejantes para mediante el contacto corporal, entrar en calor. Lo intentan y, aunque en primera instancia consiguen reducir esa sensación de frío, según se van acercando, comienzan a sentir las púas de sus compañeros.

Estas púas les hieren, y para poder satisfacer esas necesidades de contacto o cercanía, necesitan encontrar la distancia adecuada en la que pueden sentirse arropados sin hacerse daño.

Hay personas que son como erizos, que quieren y necesitan estar con los demás, pero les ocurre que cuando se acercan demasiado esto les hace daño y entran en pánico.

Entonces, si el hombre y la mujer somos de diferente naturaleza, pero la comunidad nos necesita unidos (quizás tanto que lleguemos a lastimarnos o a sobreprotegernos, como expone Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad) ¿por qué nos encontramos tan lejanos?, ¿qué arte o empleo hay en la sociedad para el cual las mujeres no hayan recibido los mismos dones de la naturaleza y las mismas disposiciones que los hombres? No hay, en ningún estado, alguna profesión que afecte exclusivamente al hombre o a la mujer por razón única de su sexo. Entonces, si estamos tan cerca el uno del otro, ¿por qué no nos entendemos?, ¿qué hace falta para comprender la gravedad de nuestra cotidianeidad? La falta de empatía con los malestares que enferman a nuestra comunidad es un síntoma grave y alarmante.

http://instagram.com/joseherdez_

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De José A. Hernández

Desde hace un par de días que llueve torrencialmente por la madrugada, han sido noches que inspiran catarsis. A media noche del Martes, una vieja lectura me robaba el pensamiento y dejaba abierta un par de incógnitas; ¿representamos lo que somos tal cual somos, o lo que parece tal como parecemos?, ¿somos una realidad o apariencia?

Hace unos meses que leía La República de Platón en el patio de la casa de mi hermano. Una muy interesante lectura que parece darle mil vueltas a las mismas preguntas para terminar aún más confundido. La anterior pregunta la había leído en alguno de los párrafos de la lectura y mi respuesta ha variado con el paso del tiempo, con el acontecer de un par de anécdotas cotidianas.

  • ¿Qué es bueno, y qué es malo?

¿La justicia depende entonces de las circunstancias?

Si alguien dice que la justicia consiste en dar a cada uno lo que se le debe, y si por eso entiende que el hombre justo solo debe el mal a sus enemigos, así como bien debe a sus amigos, semejante lenguaje no es digno de un sabio, ya que no es conforme a la verdad, pues estoy seguro que nunca es justo hacer daño a alguien. La obra maestra de la injusticia es parecer justo, sin serlo. ¿Hay que aferrarnos a la idea de serlo en verdad o de simplemente parecerlo?

¿No se trata de decidir que regla de conducta ha de seguir cada uno de nosotros, a fin de gozar de la mayor de las felicidades? Vivir es una de las funciones de nuestra alma. Caminar por ahí, conociéndote a ti mismo, rompiéndote capa por capa, consiste en una de las tareas principales de nuestro espíritu.

Y partiendo ya del punto de vista especifico que usted desee; ¿qué es bueno y qué es malo? Nuestras opiniones son un punto medio entre la ciencia y la ignorancia. Sostener nuestras miradas al ejemplar eterno de la verdad; fijar, por medio de leyes, lo que es honesto, justo y bueno en las acciones humanas. Da a luz a tu propio conocimiento y evita discutir con los necios; acude a la ironía cuando los encuentres.

Algo bueno que estás obligado a hacer es que alcances el premio destinado a tus propias virtudes, sigue el camino que lleva a lo alto y dedícate con todas tus fuerzas a la práctica de la justicia y sabiduría. Acostumbra al alma a que aplique pronto el remedio para las heridas, levanta lo que se ha caído, no te distraigas con llantos inútiles. Quizás esta es la parte más complicada, pues la vida diaria nos acostumbra a un sube y baja de emociones, pero resulta hermoso permanecer firme en las adversidades y no dejarse llevar por la desesperación. Mantener firme el alma; que grandes trabajos ha conllevado y sufrido. Sea; el plazo es corto.

Vas caminando por la calle y levantas la cabeza hacia el cielo. Despejado o nublado; ¿cuántos Dioses eres capaz de contar?, ¿son justos?, ¿son buenos o son malos?


  • Nos necesitamos tanto el uno al otro

Lo que da origen a la sociedad, ¿no es la impotencia de cada hombre de bastarse a sí mismo, y la necesidad de muchas cosas que experimenta?, ¿eres tú, necesariamente tú, lo único indispensable para continuar viviendo?, ¿podrías estar viviendo mejor en soledad que en comunidad?

Hace algunos años que me gustaba recostarme en el techo de mi casa para ver el cielo. En aquel entonces, una pregunta me llevó a otra y terminé conociendo el “Dilema del Erizo”, una concepción de un filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, acerca de las relaciones humanas.

Como integrantes de una comunidad, nos necesitamos tanto los unos a los otros, que queremos estar tan cerca que terminamos por dañarnos. Cuanto más cercana se vuelve la relación entre dos personas, más sencillo resulta lastimarse. Cuanto más lejana sea su relación, es más probable que se sienta la angustia y el dolor de la soledad.

En un día muy frío, los erizos deciden buscar la compañía de sus semejantes para mediante el contacto corporal, entrar en calor. Lo intentan y, aunque en primera instancia consiguen reducir esa sensación de frío, según se van acercando, comienzan a sentir las púas de sus compañeros.

Estas púas les hieren, y para poder satisfacer esas necesidades de contacto o cercanía, necesitan encontrar la distancia adecuada en la que pueden sentirse arropados sin hacerse daño.

Hay personas que son como erizos, que quieren y necesitan estar con los demás, pero les ocurre que cuando se acercan demasiado esto les hace daño y entran en pánico.

Entonces, si el hombre y la mujer somos de diferente naturaleza, pero la comunidad nos necesita unidos (quizás tanto que lleguemos a lastimarnos o a sobreprotegernos, como expone Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad) ¿por qué nos encontramos tan lejanos?, ¿qué arte o empleo hay en la sociedad para el cual las mujeres no hayan recibido los mismos dones de la naturaleza y las mismas disposiciones que los hombres? No hay, en ningún estado, alguna profesión que afecte exclusivamente al hombre o a la mujer por razón única de su sexo. Entonces, si estamos tan cerca el uno del otro, ¿por qué no nos entendemos?, ¿qué hace falta para comprender la gravedad de nuestra cotidianeidad? La falta de empatía con los malestares que enferman a nuestra comunidad es un síntoma grave y alarmante.

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