/ miércoles 6 de julio de 2022

Seguridad

Fernando Sandoval Salinas

Los sucesos de Cerocahui orientan a algunos sectores de la población a considerar que la primera justificación del Estado, su primera responsabilidad, es asegurar en la medida de lo posible la seguridad de la nación y de sus miembros. ¿Y la libertad, la prosperidad, la paz, la justicia en qué lugar quedan? Esto viene después, dicen ¿Qué libertad hay en la muerte y el terror? ¿Qué prosperidad? ¿Qué paz, cuando no sabemos defendernos? Sostienen.

El argumento a primera vista parece irrebatible, pero para un pueblo que ha sufrido por siglos una versión de seguridad estatal en contra de la libertad y de los derechos humanos no tendría por qué estar de acuerdo con la visión de que la seguridad es lo más importante y la condición para todo lo demás.

Un Estado ideal, no necesariamente utópico, pero casi perfecto, implica dudas ¿Tal Estado tendría en la seguridad la función principal de toda sociedad e incluso la justicia no podría reemplazarla? ¿La ausencia de seguridad es suficiente para impedir la libertad?

Responder a estos y otros cuestionamientos implicaría consultar a miles y miles de mexicanos lo que piensan de la seguridad estatal ejercida durante muchos años. Preguntarles, si vivieran, a los que arrojaron al mar los represores durante la guerra sucia. Recoger la opinión de los familiares de los desaparecidos en aras de la seguridad. Consultar a todos las afectadas y afectados que han sufrido en carne propia la decisión de ejercer la aplicación “del Estado de derecho” y en beneficio de quién, y poner en claro como ha ido a quienes viven en el reverso de la medalla: la inseguridad. Porque luego se dice que la seguridad es el mayor lujo, la inseguridad la mayor injusticia.

Ojalá los reprobables asesinatos de los jesuitas y del guía de turistas conduzca a reflexionar y actuar sobre una seguridad viable en lo posible libre del debate centrado en la sucesión presidencial del 2024, porque finalmente la seguridad no se divide: son los mismos individuos los que están amenazados, el mismo pueblo, y esto fundamenta la unidad del concepto y debiera agrupar esfuerzos libres de egoísmo.

Cierto, el Estado tiene la obligación, y es una de sus mayores funciones el asegurar esta seguridad contra cualquier enemigo, tanto interior como exterior, que lo amenace, y por lo tanto la seguridad de cada uno va a cargo del Estado, pero la seguridad del Estado, en una República va a cargo de todos.

Sabemos que nada proporciona una felicidad permanente y que la seguridad es un bien coadyuvante para la tranquilidad, así como la inseguridad es sinónimo de desgracia, pero también sabemos que esta inseguridad tiene causas ¿Y qué hacemos para combatirlas?

Es lo que la historia, de tarde en tarde, se encarga de recordarnos.


Fernando Sandoval Salinas

Los sucesos de Cerocahui orientan a algunos sectores de la población a considerar que la primera justificación del Estado, su primera responsabilidad, es asegurar en la medida de lo posible la seguridad de la nación y de sus miembros. ¿Y la libertad, la prosperidad, la paz, la justicia en qué lugar quedan? Esto viene después, dicen ¿Qué libertad hay en la muerte y el terror? ¿Qué prosperidad? ¿Qué paz, cuando no sabemos defendernos? Sostienen.

El argumento a primera vista parece irrebatible, pero para un pueblo que ha sufrido por siglos una versión de seguridad estatal en contra de la libertad y de los derechos humanos no tendría por qué estar de acuerdo con la visión de que la seguridad es lo más importante y la condición para todo lo demás.

Un Estado ideal, no necesariamente utópico, pero casi perfecto, implica dudas ¿Tal Estado tendría en la seguridad la función principal de toda sociedad e incluso la justicia no podría reemplazarla? ¿La ausencia de seguridad es suficiente para impedir la libertad?

Responder a estos y otros cuestionamientos implicaría consultar a miles y miles de mexicanos lo que piensan de la seguridad estatal ejercida durante muchos años. Preguntarles, si vivieran, a los que arrojaron al mar los represores durante la guerra sucia. Recoger la opinión de los familiares de los desaparecidos en aras de la seguridad. Consultar a todos las afectadas y afectados que han sufrido en carne propia la decisión de ejercer la aplicación “del Estado de derecho” y en beneficio de quién, y poner en claro como ha ido a quienes viven en el reverso de la medalla: la inseguridad. Porque luego se dice que la seguridad es el mayor lujo, la inseguridad la mayor injusticia.

Ojalá los reprobables asesinatos de los jesuitas y del guía de turistas conduzca a reflexionar y actuar sobre una seguridad viable en lo posible libre del debate centrado en la sucesión presidencial del 2024, porque finalmente la seguridad no se divide: son los mismos individuos los que están amenazados, el mismo pueblo, y esto fundamenta la unidad del concepto y debiera agrupar esfuerzos libres de egoísmo.

Cierto, el Estado tiene la obligación, y es una de sus mayores funciones el asegurar esta seguridad contra cualquier enemigo, tanto interior como exterior, que lo amenace, y por lo tanto la seguridad de cada uno va a cargo del Estado, pero la seguridad del Estado, en una República va a cargo de todos.

Sabemos que nada proporciona una felicidad permanente y que la seguridad es un bien coadyuvante para la tranquilidad, así como la inseguridad es sinónimo de desgracia, pero también sabemos que esta inseguridad tiene causas ¿Y qué hacemos para combatirlas?

Es lo que la historia, de tarde en tarde, se encarga de recordarnos.


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