/ martes 12 de diciembre de 2017

Ser guadalupano es ser cristiano

Hace algún tiempo se expresaba que ser mexicano es ser guadalupano. Hoy que celebramos la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe podemos preguntarnos hasta dónde se vuelve realidad tal aseveración. Es verdad que en cada rincón de nuestra patria se organizan, los días previos, peregrinaciones a santuarios y templos dedicados a la Morenita del Tepeyac y son muchos quienes responden al llamado, y también lo es que son muchos miles quienes acuden en estos días a la Basílica en el centro del país para rendir culto de veneración, por medio de su imagen, a la verdadera Madre de Dios por quien se vive.

Y acuden para pedir favores, protección, auxilio en sus necesidades o a dar gracias por la superación de determinadas problemáticas tanto del ámbito familiar como del laboral o de otra índole. A escuchar y palpar el “¿no estoy yo aquí que soy tu madre?” y recargarse en su regazo para continuar con ánimo esforzado su vida cotidiana, sabiendo que María de Guadalupe no los dejará desamparados.

La Virgen de Guadalupe se nos presenta hoy en mitad del Adviento, en la espera de su hijo Jesús. De hecho la imagen guadalupana presenta a la Virgen embarazada en esa dichosa espera. Y al presentarse en la tilma del indígena Juan Diego ofrece al esperado como la luz de un nuevo mundo, que pronto generará una nueva patria. “No ha hecho cosa igual con ninguna otra nación”, diría Benedicto XIV refiriéndose a María al aplicarle las palabras del Salmo 147. Al origen de nuestra mexicanidad se encuentra, sin lugar a dudas así existan detractores al respecto, nuestra Madre del Cielo.

Hoy, cerca ya de los quinientos años de las apariciones, debemos cuestionarnos no tanto si el pueblo mexicano es guadalupano, sino si es cristiano. Porque Nuestra Señora ha venido a presentarnos a su hijo Jesús para que lo conozcamos y sigamos sus enseñanzas. De poco nos sirve el fervor manifestado en las peregrinaciones o en la veneración ofrecida a nuestra Madre si caminamos lejos del Señor, si solamente acudimos a ella cuando existe alguna situación difícil en nuestra existencia y mientras tanto Dios está como ausente en nuestra vida.

Seguir a María del Tepeyac es seguir a Cristo. No se puede ser guadalupano sin ser cristiano. Por desgracia en nuestro México el seguimiento de Jesucristo está ausente en muchos ambientes. De ahí que existan familias destrozadas o desunidas, que haya violencia de todos los calibres, que los Derechos Humanos no sean respetados en muchas partes, que la deshonestidad, la intolerancia, la prepotencia, la inseguridad, la corrupción y la impunidad se hagan presentes en la vida de cada día, o que la búsqueda del placer, del tener, del poder pese más en nuestros pensamientos que el dar o el servir a otros sin interés.

El folclore manifestado en estas fechas no debe prevalecer sobre la determinación de un cambio profundo y verdadero que nos lleve al encuentro con Cristo, quien nos ha afirmado: Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia. Que esta Navidad sea un motivo para emprender ese cambio en nuestra existencia. ¿Lo ven?  

 

 

Hace algún tiempo se expresaba que ser mexicano es ser guadalupano. Hoy que celebramos la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe podemos preguntarnos hasta dónde se vuelve realidad tal aseveración. Es verdad que en cada rincón de nuestra patria se organizan, los días previos, peregrinaciones a santuarios y templos dedicados a la Morenita del Tepeyac y son muchos quienes responden al llamado, y también lo es que son muchos miles quienes acuden en estos días a la Basílica en el centro del país para rendir culto de veneración, por medio de su imagen, a la verdadera Madre de Dios por quien se vive.

Y acuden para pedir favores, protección, auxilio en sus necesidades o a dar gracias por la superación de determinadas problemáticas tanto del ámbito familiar como del laboral o de otra índole. A escuchar y palpar el “¿no estoy yo aquí que soy tu madre?” y recargarse en su regazo para continuar con ánimo esforzado su vida cotidiana, sabiendo que María de Guadalupe no los dejará desamparados.

La Virgen de Guadalupe se nos presenta hoy en mitad del Adviento, en la espera de su hijo Jesús. De hecho la imagen guadalupana presenta a la Virgen embarazada en esa dichosa espera. Y al presentarse en la tilma del indígena Juan Diego ofrece al esperado como la luz de un nuevo mundo, que pronto generará una nueva patria. “No ha hecho cosa igual con ninguna otra nación”, diría Benedicto XIV refiriéndose a María al aplicarle las palabras del Salmo 147. Al origen de nuestra mexicanidad se encuentra, sin lugar a dudas así existan detractores al respecto, nuestra Madre del Cielo.

Hoy, cerca ya de los quinientos años de las apariciones, debemos cuestionarnos no tanto si el pueblo mexicano es guadalupano, sino si es cristiano. Porque Nuestra Señora ha venido a presentarnos a su hijo Jesús para que lo conozcamos y sigamos sus enseñanzas. De poco nos sirve el fervor manifestado en las peregrinaciones o en la veneración ofrecida a nuestra Madre si caminamos lejos del Señor, si solamente acudimos a ella cuando existe alguna situación difícil en nuestra existencia y mientras tanto Dios está como ausente en nuestra vida.

Seguir a María del Tepeyac es seguir a Cristo. No se puede ser guadalupano sin ser cristiano. Por desgracia en nuestro México el seguimiento de Jesucristo está ausente en muchos ambientes. De ahí que existan familias destrozadas o desunidas, que haya violencia de todos los calibres, que los Derechos Humanos no sean respetados en muchas partes, que la deshonestidad, la intolerancia, la prepotencia, la inseguridad, la corrupción y la impunidad se hagan presentes en la vida de cada día, o que la búsqueda del placer, del tener, del poder pese más en nuestros pensamientos que el dar o el servir a otros sin interés.

El folclore manifestado en estas fechas no debe prevalecer sobre la determinación de un cambio profundo y verdadero que nos lleve al encuentro con Cristo, quien nos ha afirmado: Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia. Que esta Navidad sea un motivo para emprender ese cambio en nuestra existencia. ¿Lo ven?