/ martes 26 de abril de 2022

Ser humano es lo más importante 

Sostener la imagen de perfección y capacidad de los gobiernos y políticos pasó ya factura; la sociedad cada día detesta más a la política y a los políticos. Ya no son los políticos de antaño a los que un ideal o una revolución llevaban al poder, ahora son las formas, el discurso y las alianzas lo que se ha convertido en la escalera de ascenso de muchos.

Hemos perdido el lado humano en el deseo de ser eso que la sociedad espera de mí como político: la perfección, la capacidad e inteligencia excesiva, poderlo todo, sacrificando el lado humano, ese que a veces no sabe qué hacer, ese que duda y que muchas veces sabe que hay cosas que no puede hacer.

Esa necesidad de ser lo que la sociedad quiere, en lugar de ir creando políticos cada vez más perfectos y capaces, tiene un efecto contrario, pues aunque la sociedad exige que una sola persona lo resuelva todo, sabe que es imposible, y no escatimará recursos para castigarlo por su osadía, ¿alguien puede nombrar a algún político odiado?

Hoy la política ruega por ciudadanos que elijan con humanidad a candidatos que tengan la capacidad de reconocer que no todo se podrá resolver de inmediato, porque eso es honestidad, porque para reconocer las limitaciones, se necesita ser humilde.

Urge regresar a las políticas y gobiernos donde el principal aliciente de lucha era el bienestar de la gente, donde lo más preocupante era la seguridad de las familias, de los niños, las madres, los abuelos, donde el ser humano era tratado como único.

Mucha estadística y análisis, pocos resultados; algo no está bien, los números no cuadran, hay problemas que nos acechan desde dentro de los hogares, bien documentados y cuantificados, pero poco atendidos. Caso especial para mí, el abuso sexual en niños, que cobra víctimas todos los días, silencioso, macabro y corrosivo, porque deja una huella imborrable en el niño, en la familia, en todos.

Tan sólo en Namiquipa de 16 casos denunciados los últimos tres años, sólo dos llegaron a sentencia, los otros 14 no fueron atendidos ni resueltos, pero sí hicieron mucho más traumático el suceso para quienes lo sufrieron.

La justicia como definición ulpiana de darle a cada quien lo que le corresponde, sería el inicio de una muy importante interrogante, ¿qué tan grave es la simulación en el caso del abuso como en muchos otros delitos?, el encarcelamiento del perpetrador, no elimina en ningún caso ni en ningún grado el daño a la víctima. La reparación del daño no la puede hacer por obvias razones el abusador; deberían los instrumentos legales y las instituciones que los administran ser vigilantes y responsables de que la víctima reciba la atención adecuada. Mucho se habla de los derechos de los niños, poco se hace para defenderlos.

No olvidemos que la impecabilidad significa congruencia, si los que desde el servicio nos jactamos de defender y cuidar lo que no es nuestro, sino de todos, empecemos por lo más importante: los niños.


Sostener la imagen de perfección y capacidad de los gobiernos y políticos pasó ya factura; la sociedad cada día detesta más a la política y a los políticos. Ya no son los políticos de antaño a los que un ideal o una revolución llevaban al poder, ahora son las formas, el discurso y las alianzas lo que se ha convertido en la escalera de ascenso de muchos.

Hemos perdido el lado humano en el deseo de ser eso que la sociedad espera de mí como político: la perfección, la capacidad e inteligencia excesiva, poderlo todo, sacrificando el lado humano, ese que a veces no sabe qué hacer, ese que duda y que muchas veces sabe que hay cosas que no puede hacer.

Esa necesidad de ser lo que la sociedad quiere, en lugar de ir creando políticos cada vez más perfectos y capaces, tiene un efecto contrario, pues aunque la sociedad exige que una sola persona lo resuelva todo, sabe que es imposible, y no escatimará recursos para castigarlo por su osadía, ¿alguien puede nombrar a algún político odiado?

Hoy la política ruega por ciudadanos que elijan con humanidad a candidatos que tengan la capacidad de reconocer que no todo se podrá resolver de inmediato, porque eso es honestidad, porque para reconocer las limitaciones, se necesita ser humilde.

Urge regresar a las políticas y gobiernos donde el principal aliciente de lucha era el bienestar de la gente, donde lo más preocupante era la seguridad de las familias, de los niños, las madres, los abuelos, donde el ser humano era tratado como único.

Mucha estadística y análisis, pocos resultados; algo no está bien, los números no cuadran, hay problemas que nos acechan desde dentro de los hogares, bien documentados y cuantificados, pero poco atendidos. Caso especial para mí, el abuso sexual en niños, que cobra víctimas todos los días, silencioso, macabro y corrosivo, porque deja una huella imborrable en el niño, en la familia, en todos.

Tan sólo en Namiquipa de 16 casos denunciados los últimos tres años, sólo dos llegaron a sentencia, los otros 14 no fueron atendidos ni resueltos, pero sí hicieron mucho más traumático el suceso para quienes lo sufrieron.

La justicia como definición ulpiana de darle a cada quien lo que le corresponde, sería el inicio de una muy importante interrogante, ¿qué tan grave es la simulación en el caso del abuso como en muchos otros delitos?, el encarcelamiento del perpetrador, no elimina en ningún caso ni en ningún grado el daño a la víctima. La reparación del daño no la puede hacer por obvias razones el abusador; deberían los instrumentos legales y las instituciones que los administran ser vigilantes y responsables de que la víctima reciba la atención adecuada. Mucho se habla de los derechos de los niños, poco se hace para defenderlos.

No olvidemos que la impecabilidad significa congruencia, si los que desde el servicio nos jactamos de defender y cuidar lo que no es nuestro, sino de todos, empecemos por lo más importante: los niños.