/ jueves 3 de septiembre de 2020

Si mi abuela gobernara

Seguramente, una de las razones por las que nuestro país sufre de tantos problemas sociales y económicos es que las ideologías políticas han ignorado la tradicional sabiduría familiar de antaño, en pos de resultados inmediatos y que no exigen ningún esfuerzo. Muchos estaremos de acuerdo con el bloguero Sebastián Puig, que si nuestra abuela gobernara el país, no partiría de prometer soluciones mágicas en materia financiera, sino del principio de que la seguridad económica, salvo contadas excepciones, se consigue a largo plazo, nunca en dos días o proclamando decretos.

Se requieren decisiones y renuncias difíciles, y nunca pensaría en endeudarse más allá de los recursos que se tienen, siempre teniendo en mente que se pierde la capacidad de elegir y prosperar en el futuro. Y si mi abuela estuviera en la necesidad de hacerlo, especialmente por lo que el Covid-19 ha provocado, honraría sus deudas pagándolas en tiempo y forma, porque eso hace una persona de bien. Y antes de obsequiar dinero, mi abuela promovería políticas sociales con base en el trabajo duro, porque aunque la suerte es bienvenida, no suele llevar el pan a la mesa.

La constancia, la responsabilidad y la lealtad serían los valores que promovería como parte de su política del esfuerzo. No importa qué tan estrecho fuera el presupuesto de la austeridad, sería generosa en los programas sociales solidarios, en la misma medida en que todo logro material, por pequeño que sea, es hijo del esfuerzo en cualquier ocupación llevada con dignidad y dedicación. Sin importar el nivel económico de los ciudadanos, mi abuela nunca pensaría en discriminar a unos grupos en favor de otros; menos, etiquetarlos con apodos. Ella diría que todos merecen el saludo.

Un político tendrá por regla “prometer no empobrece”, pero mi abuela promovería en materia de justicia social y económica que, en principio, cualquier trabajo es digno si empleador y empleado se comportaban honestamente, incluso sin contrato de por medio. Basta un apretón de manos. La fuerza vital de mi abuela, si fuera presidente, sería: la irrenunciable responsabilidad personal sobre las acciones, la creencia de que nadie hará las cosas por nosotros y de que el buen o mal proceder, por modesto que sea, está en nuestras manos, incluso en medio de las mayores dificultades.

Si mi abuela fuera presidente, sería fiel encarnación de la tradicional cultura mexicana: Ser serios, austeros, confiables, previsores y, por encima de todo, respetuosos de sí mismos, tanto como de los demás. Nada que ver con la idea de regalar dinero para ganar la próxima elección, de no alentar el esfuerzo y los logros personales, de hipotecar el futuro con recetas fallidas del pasado, de no respetar el patrimonio de las personas. Todo lo contrario. La Nación sería dirigida como un pequeño hogar, con el fin último de que hijos y nietos sean el orgullo de la familia. Así gobernaría mi abuela. agusperezr@hotmail.com



Seguramente, una de las razones por las que nuestro país sufre de tantos problemas sociales y económicos es que las ideologías políticas han ignorado la tradicional sabiduría familiar de antaño, en pos de resultados inmediatos y que no exigen ningún esfuerzo. Muchos estaremos de acuerdo con el bloguero Sebastián Puig, que si nuestra abuela gobernara el país, no partiría de prometer soluciones mágicas en materia financiera, sino del principio de que la seguridad económica, salvo contadas excepciones, se consigue a largo plazo, nunca en dos días o proclamando decretos.

Se requieren decisiones y renuncias difíciles, y nunca pensaría en endeudarse más allá de los recursos que se tienen, siempre teniendo en mente que se pierde la capacidad de elegir y prosperar en el futuro. Y si mi abuela estuviera en la necesidad de hacerlo, especialmente por lo que el Covid-19 ha provocado, honraría sus deudas pagándolas en tiempo y forma, porque eso hace una persona de bien. Y antes de obsequiar dinero, mi abuela promovería políticas sociales con base en el trabajo duro, porque aunque la suerte es bienvenida, no suele llevar el pan a la mesa.

La constancia, la responsabilidad y la lealtad serían los valores que promovería como parte de su política del esfuerzo. No importa qué tan estrecho fuera el presupuesto de la austeridad, sería generosa en los programas sociales solidarios, en la misma medida en que todo logro material, por pequeño que sea, es hijo del esfuerzo en cualquier ocupación llevada con dignidad y dedicación. Sin importar el nivel económico de los ciudadanos, mi abuela nunca pensaría en discriminar a unos grupos en favor de otros; menos, etiquetarlos con apodos. Ella diría que todos merecen el saludo.

Un político tendrá por regla “prometer no empobrece”, pero mi abuela promovería en materia de justicia social y económica que, en principio, cualquier trabajo es digno si empleador y empleado se comportaban honestamente, incluso sin contrato de por medio. Basta un apretón de manos. La fuerza vital de mi abuela, si fuera presidente, sería: la irrenunciable responsabilidad personal sobre las acciones, la creencia de que nadie hará las cosas por nosotros y de que el buen o mal proceder, por modesto que sea, está en nuestras manos, incluso en medio de las mayores dificultades.

Si mi abuela fuera presidente, sería fiel encarnación de la tradicional cultura mexicana: Ser serios, austeros, confiables, previsores y, por encima de todo, respetuosos de sí mismos, tanto como de los demás. Nada que ver con la idea de regalar dinero para ganar la próxima elección, de no alentar el esfuerzo y los logros personales, de hipotecar el futuro con recetas fallidas del pasado, de no respetar el patrimonio de las personas. Todo lo contrario. La Nación sería dirigida como un pequeño hogar, con el fin último de que hijos y nietos sean el orgullo de la familia. Así gobernaría mi abuela. agusperezr@hotmail.com