/ viernes 4 de octubre de 2019

Sínodo amazónico

Cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad vino a salvarnos; cuando decidió vivir como hombre sin dejar de ser Dios, no preguntó si estábamos de acuerdo… simplemente lo hizo. Cuando eligió a sus apóstoles preparándolos para que fueran las columnas de su Iglesia, así como cuando les dio autoridad diciéndoles: “Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y quien me desprecia a mí desprecia al que me ha enviado”, tampoco lo sometió a votación.

Un periodista agnóstico, canadiense, afirma que él no entiende a los católicos que desean una Iglesia en favor de la disolución del matrimonio; de la ordenación de mujeres; de las prácticas homosexuales; de la no exigencia del celibato sacerdotal, así como la aceptación del divorcio, el aborto, la eutanasia y los anticonceptivos, pues según su opinión lo único que se necesita es escoger entre tantas denominaciones religiosas aquellas que llenen sus expectativas, “o en último caso —concluye— que hagan lo que yo: Que no creo en nada”.

En la misma línea, esta vez un obispo de España, hablando sobre uno de estos temas tan debatidos afirmaba, con un ejemplo muy simple, que si algún jugador de futbol, al ser amonestado por el árbitro —por pegarle al balón con las manos— argumentara que a él le gusta jugar así, el árbitro le podría contestar que “eso” no es futbol, pues este deporte tiene unas reglas muy concretas.

Opinión no es lo mismo que verdad. Opinión no es lo mismo que lo correcto. Opinión no es lo mismo que lo bueno. La opinión de muchos sigue siendo opinión. Las enseñanzas de Dios no son una opinión.

En los inicios de nuestra fe, los primeros cristianos eran minoría, y tuvieron que enfrentarse a un mundo mucho más pagano que el presente. Su labor no fue fácil, pues muchos tuvieron que llegar al martirio para dar testimonio de la doctrina enseñada por Jesús-Cristo, y que ellos supieron encarnar maravillosamente en sus vidas. Vivimos en la época de la imagen, de los sentimientos, en una sociedad de consumo, sobre todo de bienes y verdades desechables.

El cristianismo auténtico, por el contrario, es una doctrina que nos exige renunciar a nosotros mismos; basada en el ejemplo de un Dios que renunció a los honores hasta dejarse crucificar. Llámenle como quieran… pero “eso” que pretenden algunos se llama comodidad…, se llama soberbia..., se llama ignorancia. No cabe duda que los cristianos somos seres llenos de defectos, pero lo peor que podemos hacer es tratar de engañarnos enmendándole la plana a Dios.

www.padrealejandro.org




Cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad vino a salvarnos; cuando decidió vivir como hombre sin dejar de ser Dios, no preguntó si estábamos de acuerdo… simplemente lo hizo. Cuando eligió a sus apóstoles preparándolos para que fueran las columnas de su Iglesia, así como cuando les dio autoridad diciéndoles: “Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y quien me desprecia a mí desprecia al que me ha enviado”, tampoco lo sometió a votación.

Un periodista agnóstico, canadiense, afirma que él no entiende a los católicos que desean una Iglesia en favor de la disolución del matrimonio; de la ordenación de mujeres; de las prácticas homosexuales; de la no exigencia del celibato sacerdotal, así como la aceptación del divorcio, el aborto, la eutanasia y los anticonceptivos, pues según su opinión lo único que se necesita es escoger entre tantas denominaciones religiosas aquellas que llenen sus expectativas, “o en último caso —concluye— que hagan lo que yo: Que no creo en nada”.

En la misma línea, esta vez un obispo de España, hablando sobre uno de estos temas tan debatidos afirmaba, con un ejemplo muy simple, que si algún jugador de futbol, al ser amonestado por el árbitro —por pegarle al balón con las manos— argumentara que a él le gusta jugar así, el árbitro le podría contestar que “eso” no es futbol, pues este deporte tiene unas reglas muy concretas.

Opinión no es lo mismo que verdad. Opinión no es lo mismo que lo correcto. Opinión no es lo mismo que lo bueno. La opinión de muchos sigue siendo opinión. Las enseñanzas de Dios no son una opinión.

En los inicios de nuestra fe, los primeros cristianos eran minoría, y tuvieron que enfrentarse a un mundo mucho más pagano que el presente. Su labor no fue fácil, pues muchos tuvieron que llegar al martirio para dar testimonio de la doctrina enseñada por Jesús-Cristo, y que ellos supieron encarnar maravillosamente en sus vidas. Vivimos en la época de la imagen, de los sentimientos, en una sociedad de consumo, sobre todo de bienes y verdades desechables.

El cristianismo auténtico, por el contrario, es una doctrina que nos exige renunciar a nosotros mismos; basada en el ejemplo de un Dios que renunció a los honores hasta dejarse crucificar. Llámenle como quieran… pero “eso” que pretenden algunos se llama comodidad…, se llama soberbia..., se llama ignorancia. No cabe duda que los cristianos somos seres llenos de defectos, pero lo peor que podemos hacer es tratar de engañarnos enmendándole la plana a Dios.

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