/ jueves 14 de mayo de 2020

Soy el cerebro de AMLO

Soy el cerebro de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el órgano que centraliza la actividad de su sistema nervioso. Pero, aunque sea supuestamente brillante y evolutivamente avanzado, mi adaptación a los peligros me ha llevado, para sobrevivir, a ser bastante paranoico, falible, desorganizado, enmarañado en procesos anticuados y sistema ineficientes, que me sabotean como programas informáticos antiguos, como ventanas emergentes de publicidad que interrumpen los procesos básicos de un ordenador. AMLO sería el personaje impredecible de la serie Westworld.

Soy víctima de mi éxito. Esas imperfecciones influyen en lo que AMLO dice, hace y experimenta. Mi memoria es egoísta, suele recordar e inventar sólo lo que me justifica. Me agrada ser víctima de escenarios catastróficos de conspiración (apofenia), porque sé que yo los controlo (locus); creo que el estrés aumenta el rendimiento de mis colaboradores. Las palabras “neoliberal” o “conservador” son activadores de la respuesta de lucha y huida de mi miedo (fobia) irracional al capitalismo, cuya circularidad lógica no puedo romper, porque es mi refugio contra la aleatoriedad caótica del mundo.

Porque AMLO ha transformado mi condición natural en una enfermedad; la desconfianza en un acto reflejo agotador de las mismas neuronas que proyectan la envidia, el miedo, la maldad y el amor, lo que lleva a que las personas tengan una opinión negativa de mi incompetencia. La tensión que esto me produce hace a AMLO más crítico, menos caritativo y compasivo con los demás, en una lucha triunfante del cortisol del estrés (que mata neuronas), sobre la oxitocina del amor y la dopamina del bienestar (que restan lógica), antesala de la demencia vascular. Los abrazos ya no me bastan.

Puedes estar más tranquilo de porqué la gente, en especial, AMLO, hace y dice cosas extrañas de forma habitual por causa mía, porque yo soy tú. Pero lo que no es habitual en AMLO son mis sesgos egocéntricos y de confirmación, acrecentados por el poder (hubris), unidos a las ideas delirantes de las que estoy enamorado; amor que no supera su fase de autoengaño, gracias a un poderoso razonamiento contrafáctico. Por estas convicciones, yo estaría dispuesto a sacrificar a cualquier persona o cosa, aunque no funcionaran en el pasado o el presente, ni en México o el mundo.

Puede que ni tú ni yo estemos exentos del riesgo de megalomanía, pero yo nunca seré, ni para AMLO ni ustedes, un peligro, aunque mi rasgo de personalidad sea la búsqueda de sensaciones nuevas, intensas y complejas experiencias. Porque yo tengo poderes especiales. No necesito valorar, controlar, ni reconocer los riesgos físicos (¿Covid?, con el “detente”), económicos (¿recesión?, como anillo al dedo) o legales (¿presupuesto?, con un decreto basta). Gracias a la habituación de una falta grave de escepticismo social, soy el candidato perfecto para reencarnar a Jesucristo. agusperezr@hotmail.com

Soy el cerebro de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el órgano que centraliza la actividad de su sistema nervioso. Pero, aunque sea supuestamente brillante y evolutivamente avanzado, mi adaptación a los peligros me ha llevado, para sobrevivir, a ser bastante paranoico, falible, desorganizado, enmarañado en procesos anticuados y sistema ineficientes, que me sabotean como programas informáticos antiguos, como ventanas emergentes de publicidad que interrumpen los procesos básicos de un ordenador. AMLO sería el personaje impredecible de la serie Westworld.

Soy víctima de mi éxito. Esas imperfecciones influyen en lo que AMLO dice, hace y experimenta. Mi memoria es egoísta, suele recordar e inventar sólo lo que me justifica. Me agrada ser víctima de escenarios catastróficos de conspiración (apofenia), porque sé que yo los controlo (locus); creo que el estrés aumenta el rendimiento de mis colaboradores. Las palabras “neoliberal” o “conservador” son activadores de la respuesta de lucha y huida de mi miedo (fobia) irracional al capitalismo, cuya circularidad lógica no puedo romper, porque es mi refugio contra la aleatoriedad caótica del mundo.

Porque AMLO ha transformado mi condición natural en una enfermedad; la desconfianza en un acto reflejo agotador de las mismas neuronas que proyectan la envidia, el miedo, la maldad y el amor, lo que lleva a que las personas tengan una opinión negativa de mi incompetencia. La tensión que esto me produce hace a AMLO más crítico, menos caritativo y compasivo con los demás, en una lucha triunfante del cortisol del estrés (que mata neuronas), sobre la oxitocina del amor y la dopamina del bienestar (que restan lógica), antesala de la demencia vascular. Los abrazos ya no me bastan.

Puedes estar más tranquilo de porqué la gente, en especial, AMLO, hace y dice cosas extrañas de forma habitual por causa mía, porque yo soy tú. Pero lo que no es habitual en AMLO son mis sesgos egocéntricos y de confirmación, acrecentados por el poder (hubris), unidos a las ideas delirantes de las que estoy enamorado; amor que no supera su fase de autoengaño, gracias a un poderoso razonamiento contrafáctico. Por estas convicciones, yo estaría dispuesto a sacrificar a cualquier persona o cosa, aunque no funcionaran en el pasado o el presente, ni en México o el mundo.

Puede que ni tú ni yo estemos exentos del riesgo de megalomanía, pero yo nunca seré, ni para AMLO ni ustedes, un peligro, aunque mi rasgo de personalidad sea la búsqueda de sensaciones nuevas, intensas y complejas experiencias. Porque yo tengo poderes especiales. No necesito valorar, controlar, ni reconocer los riesgos físicos (¿Covid?, con el “detente”), económicos (¿recesión?, como anillo al dedo) o legales (¿presupuesto?, con un decreto basta). Gracias a la habituación de una falta grave de escepticismo social, soy el candidato perfecto para reencarnar a Jesucristo. agusperezr@hotmail.com