/ viernes 22 de abril de 2022

Soy mi héroe

Es probable que, alguna vez, estuviéramos convencidos de que “soy mi héroe”, sin embargo cuando nos vemos al espejo recién salidos de la cama y al final del día, la realidad nos obliga a reconocer que ese chulísimo, extraordinario y maravilloso ser, o se le hizo tarde y todavía viene en camino, o ya se jubiló hace tiempo. ¿Por qué tendrá que ser tan cruel la señora realidad con quienes no le hemos hecho nada?

Son admirables los gigantescos agujeros que a veces aparecen en la tierra. Pues bien, esas oquedades me hacen pensar en otro tipo de sorpresas que se llevan a veces los padres de familia al enterarse del comportamiento de sus hijos; como también algunos casados cuando —después de algunos años de matrimonio— descubren enormes deficiencias en quienes tenían puestas sus esperanzas. Pero ese tipo de fenómenos —como la creación de las cavernas— se van produciendo poco a poco a lo largo de los años. Nunca son fenómenos de generación espontánea.

Saber que un adolescente es desordenado, mentiroso o comodón, y restregárselo en la cara siete veces al día, no es el camino para ayudarlo a crecer en las virtudes. El tema requiere mucha paciencia, ciencia, cariño, fortaleza y tiempo. La mediocridad suele manifestarse en el conformismo y existe una relación muy cercana entre este vicio y el relativismo moral, pues éste suele ser el disfraz de la irresponsabilidad y la cobardía.


No perdamos de vista el papel que han jugado diversos filósofos en los últimos siglos. Cuando Descarte pretende soportar la certeza del conocimiento en la duda metódica y Kant hace


depender a la realidad del pensamiento individual, y Heidegger articula su filosofía en la subjetividad, por mencionar sólo a algunos, lo que consiguieron, quizás sin pretenderlo, es crear el modelo de un hombre amorfo teniendo como consecuencia una sociedad sin bases sólidas y por lo mismo, insegura y desconfiada.

Cada vez que escuchamos frases como: “Esto para mí no es malo” o “cada quien su vida y nadie tiene derecho a meterse en la de los demás” hemos de entender que quienes se defienden con estos criterios se están protegiendo de las exigencias marcadas por la misma naturaleza humana y las normas que, a lo largo de los siglos han servido como apoyo a las sociedades más cultas. Resulta evidente que siempre podremos encontrar ejemplos de todo tipo de desórdenes morales sobre todo en civilizaciones primitivas; pero eso no basta para defender que no exista un requerimiento de moral natural para el hombre, solamente porque son frecuentes.


Llegar a ser superhéroes es posible sólo en las películas, sin embargo no debemos renunciar a luchar por ser personas virtuosas, luchando por adquirir y fortalecer las virtudes que nos permitan ser cada día un poco mejores; gente que aporte beneficios en todos los niveles. Este asunto no es cuestión de vanidad, sino de justicia; pues es mucho lo que hemos recibido, por ello estamos comprometidos a trabajar en el mejoramiento de la sociedad. Sólo cada uno de nosotros podemos cambiar esa parte del mundo que se llama yo.


www.padrealejandro.org


Es probable que, alguna vez, estuviéramos convencidos de que “soy mi héroe”, sin embargo cuando nos vemos al espejo recién salidos de la cama y al final del día, la realidad nos obliga a reconocer que ese chulísimo, extraordinario y maravilloso ser, o se le hizo tarde y todavía viene en camino, o ya se jubiló hace tiempo. ¿Por qué tendrá que ser tan cruel la señora realidad con quienes no le hemos hecho nada?

Son admirables los gigantescos agujeros que a veces aparecen en la tierra. Pues bien, esas oquedades me hacen pensar en otro tipo de sorpresas que se llevan a veces los padres de familia al enterarse del comportamiento de sus hijos; como también algunos casados cuando —después de algunos años de matrimonio— descubren enormes deficiencias en quienes tenían puestas sus esperanzas. Pero ese tipo de fenómenos —como la creación de las cavernas— se van produciendo poco a poco a lo largo de los años. Nunca son fenómenos de generación espontánea.

Saber que un adolescente es desordenado, mentiroso o comodón, y restregárselo en la cara siete veces al día, no es el camino para ayudarlo a crecer en las virtudes. El tema requiere mucha paciencia, ciencia, cariño, fortaleza y tiempo. La mediocridad suele manifestarse en el conformismo y existe una relación muy cercana entre este vicio y el relativismo moral, pues éste suele ser el disfraz de la irresponsabilidad y la cobardía.


No perdamos de vista el papel que han jugado diversos filósofos en los últimos siglos. Cuando Descarte pretende soportar la certeza del conocimiento en la duda metódica y Kant hace


depender a la realidad del pensamiento individual, y Heidegger articula su filosofía en la subjetividad, por mencionar sólo a algunos, lo que consiguieron, quizás sin pretenderlo, es crear el modelo de un hombre amorfo teniendo como consecuencia una sociedad sin bases sólidas y por lo mismo, insegura y desconfiada.

Cada vez que escuchamos frases como: “Esto para mí no es malo” o “cada quien su vida y nadie tiene derecho a meterse en la de los demás” hemos de entender que quienes se defienden con estos criterios se están protegiendo de las exigencias marcadas por la misma naturaleza humana y las normas que, a lo largo de los siglos han servido como apoyo a las sociedades más cultas. Resulta evidente que siempre podremos encontrar ejemplos de todo tipo de desórdenes morales sobre todo en civilizaciones primitivas; pero eso no basta para defender que no exista un requerimiento de moral natural para el hombre, solamente porque son frecuentes.


Llegar a ser superhéroes es posible sólo en las películas, sin embargo no debemos renunciar a luchar por ser personas virtuosas, luchando por adquirir y fortalecer las virtudes que nos permitan ser cada día un poco mejores; gente que aporte beneficios en todos los niveles. Este asunto no es cuestión de vanidad, sino de justicia; pues es mucho lo que hemos recibido, por ello estamos comprometidos a trabajar en el mejoramiento de la sociedad. Sólo cada uno de nosotros podemos cambiar esa parte del mundo que se llama yo.


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