/ sábado 9 de febrero de 2019

¿Suerte o maldición?

Antes que iniciáramos, no una supuesta “transformación”, sino una regresión, ya existía obviamente la flojera, la pereza en el ser humano; de aquellos quienes abandonándose a su suerte, han declarado que el mundo está obligado a mantenerlos. Pero en realidad ni el mundo, ni mucho menos el país tiene obligación alguna para el que no trabaja. En esta vida, el hombre consigue lo que se merece y debe dar el equivalente de todo lo que recibe.

Es vano atesorar amuletos con la ilusión de atraer buena suerte. Es más seguro conquistarla con el trabajo, con nuestra actitud, con la perseverancia y con la previsión.

Y nuestro país sufre actualmente de promesas imposibles, de mentiras y engaños que puede que nos hagan creer que por fin la buena suerte nos ha llegado, pero en realidad, tarde o temprano, todo lo irrealizable será una terrible maldición. Aunque muchas de las nuevas promesas apuntan a ser un fraude, ¿quién duda de que esto sólo tiene valor para algunos que han puesto su fe en promesas que no vienen de algún ser divino, aunque algunos así lo quieran ver? Todo motivo de optimismo y esperanza es una bendición siempre y cuando sea legítimo.

El pensar que teniendo becas, jubilaciones dobles (que no han llegado) y dinero sin trabajar es tener buena suerte, no daña a nadie, sólo dañará al que es poseedor de dicha creencia.

Vamos a suponer que un becario no está contento con su empleo. No le agrada el patrón ni los métodos de trabajo. Todas sus actitudes son negativas. Llega tarde y falta. El trabajo es de mala calidad. El patrón de inicio pensará, “Qué buena suerte, un empleado gratis” y ante el mal desempeño después del entrenamiento dirá: “Qué mala suerte, esto se convirtió en una maldición, en una pesadilla y me está costando….”.

El verdadero hombre no necesita ayuda ni privilegios, sólo la libertad para mostrar sus facultades. No es el árbol quien escoge al pájaro, sino el pájaro al árbol. El joven que ni estudia ni trabaja no se ocupa ni de leer los diarios y seleccionar una de los cientos de ofertas de trabajo. Con las becas, se desquiciará el mercado de trabajo, pues ganarán más que el mínimo, sin entrenamiento y sin lealtad… El dicho nos dice “el que paga manda”.

El recibir ayuda ajena será muy cómodo, pero debilita a la persona y al país.

La buena suerte o los buenos tiempos son consecuencia del trabajo, del valor, de la constancia, y de la equidad. La maldición es todo lo contrario.

Antes que iniciáramos, no una supuesta “transformación”, sino una regresión, ya existía obviamente la flojera, la pereza en el ser humano; de aquellos quienes abandonándose a su suerte, han declarado que el mundo está obligado a mantenerlos. Pero en realidad ni el mundo, ni mucho menos el país tiene obligación alguna para el que no trabaja. En esta vida, el hombre consigue lo que se merece y debe dar el equivalente de todo lo que recibe.

Es vano atesorar amuletos con la ilusión de atraer buena suerte. Es más seguro conquistarla con el trabajo, con nuestra actitud, con la perseverancia y con la previsión.

Y nuestro país sufre actualmente de promesas imposibles, de mentiras y engaños que puede que nos hagan creer que por fin la buena suerte nos ha llegado, pero en realidad, tarde o temprano, todo lo irrealizable será una terrible maldición. Aunque muchas de las nuevas promesas apuntan a ser un fraude, ¿quién duda de que esto sólo tiene valor para algunos que han puesto su fe en promesas que no vienen de algún ser divino, aunque algunos así lo quieran ver? Todo motivo de optimismo y esperanza es una bendición siempre y cuando sea legítimo.

El pensar que teniendo becas, jubilaciones dobles (que no han llegado) y dinero sin trabajar es tener buena suerte, no daña a nadie, sólo dañará al que es poseedor de dicha creencia.

Vamos a suponer que un becario no está contento con su empleo. No le agrada el patrón ni los métodos de trabajo. Todas sus actitudes son negativas. Llega tarde y falta. El trabajo es de mala calidad. El patrón de inicio pensará, “Qué buena suerte, un empleado gratis” y ante el mal desempeño después del entrenamiento dirá: “Qué mala suerte, esto se convirtió en una maldición, en una pesadilla y me está costando….”.

El verdadero hombre no necesita ayuda ni privilegios, sólo la libertad para mostrar sus facultades. No es el árbol quien escoge al pájaro, sino el pájaro al árbol. El joven que ni estudia ni trabaja no se ocupa ni de leer los diarios y seleccionar una de los cientos de ofertas de trabajo. Con las becas, se desquiciará el mercado de trabajo, pues ganarán más que el mínimo, sin entrenamiento y sin lealtad… El dicho nos dice “el que paga manda”.

El recibir ayuda ajena será muy cómodo, pero debilita a la persona y al país.

La buena suerte o los buenos tiempos son consecuencia del trabajo, del valor, de la constancia, y de la equidad. La maldición es todo lo contrario.