/ jueves 16 de septiembre de 2021

Temporada de víboras

Por: Roberta Cortazar

En mi adolescencia caminaba por un cerro con unos amigos y al acercarnos a una pequeña cueva empezamos a oír un ruido extraño, nos asomamos y nos espantamos al ver muchas serpientes entrelazadas. De inmediato nos apartamos y un local nos dijo que se estaban apareando, que lo conveniente era irnos por otro lado.

Este año en Majalca y sus alrededores se han visto varias serpientes de cascabel, reptiles a los que tenemos que respetar porque juegan un papel muy importante en el ecosistema del lugar, tener mucho cuidado y dejar en lo posible que sigan su camino. La mayoría de las picaduras suceden cuando se molesta a estos reptiles o se les quiere atrapar sin saber técnicas seguras, así que lo mejor es darles las vuelta.

Yo en lo particular me topé este año como en otros, con una especie que no aparece solo en determinadas temporadas, víboras que envenenan todo el año y lo que arrastran son sus malas intenciones, su mordedura no viene de colmillos, sino de palabras que salen de sus bocas con la intención de incomodar o herir. A veces es una sola la que ataca, pero es más común que agarren valor para su embestida cuando tienen el respaldo de otras que se unen a sus comentarios o simplemente los celebran en una complicidad que las entrelaza para el ataque.

A este tipo de víboras hay que enfrentarlas con paciencia y compasión, su veneno les pertenece y a ellas es a las les hace el peor daño ¡Porque ser así, que horror! ¡Estar llena de malas intenciones y mala vibra ha de ser horrible!.

Antes cuando me atacaban estos especímenes de dos patas, solía paralizarme como lo hice en mi adolescencia frente a esa cueva llena de alimañas rastreras, pero hoy las volteo a ver con compasión y me pregunto ¿Qué les habrá pasado para que sean tan cabronas? ¿Qué traerán dentro para emanar toda esa podredumbre? Me compadezco de ellas y les contesto sus comentarios absurdos y venenosos con firmeza o veces ignorando sus patéticas estrategias de querer encaminar sus muchas frustraciones en un ataque al prójimo que por segundos las hace sentir “mejores” o más privilegiadas.

Estoy hablando en femenino porque el término víbora o serpiente lleva el artículo “la” pero los “el” no se salvan de esta descripción venenosa. Siempre se ha dicho que las mujeres somos las chismosas y cabronas ¡Pero hay machos viborones! Este adjetivo de “víboras” no tiene ni sexo, ni clase social, ni una educación específica, es un adorno que cada cual decide portar según gustos por el deporte del viboreo.

¡Así que a cuidarnos de las víboras y víboros que rondan todo el año! Su picadura solo llega si lo permitimos y el antídoto más eficaz es cuando vemos que todo el veneno que emanan, al que consume antes que a nadie es a ellos mismos. Hay que rezar por ellos y pedirle a Dios que encuentren paz y así puedan enfocarse en ellos mismos y no en querer reflejar sus frustraciones en los demás.

¡Amigos ha cuidar el medio ambiente! dejando que cada miembro que lo conforma siga su camino. El equilibrio está en ser y dejar ser.

ROBERTA CORTAZAR B.

Por: Roberta Cortazar

En mi adolescencia caminaba por un cerro con unos amigos y al acercarnos a una pequeña cueva empezamos a oír un ruido extraño, nos asomamos y nos espantamos al ver muchas serpientes entrelazadas. De inmediato nos apartamos y un local nos dijo que se estaban apareando, que lo conveniente era irnos por otro lado.

Este año en Majalca y sus alrededores se han visto varias serpientes de cascabel, reptiles a los que tenemos que respetar porque juegan un papel muy importante en el ecosistema del lugar, tener mucho cuidado y dejar en lo posible que sigan su camino. La mayoría de las picaduras suceden cuando se molesta a estos reptiles o se les quiere atrapar sin saber técnicas seguras, así que lo mejor es darles las vuelta.

Yo en lo particular me topé este año como en otros, con una especie que no aparece solo en determinadas temporadas, víboras que envenenan todo el año y lo que arrastran son sus malas intenciones, su mordedura no viene de colmillos, sino de palabras que salen de sus bocas con la intención de incomodar o herir. A veces es una sola la que ataca, pero es más común que agarren valor para su embestida cuando tienen el respaldo de otras que se unen a sus comentarios o simplemente los celebran en una complicidad que las entrelaza para el ataque.

A este tipo de víboras hay que enfrentarlas con paciencia y compasión, su veneno les pertenece y a ellas es a las les hace el peor daño ¡Porque ser así, que horror! ¡Estar llena de malas intenciones y mala vibra ha de ser horrible!.

Antes cuando me atacaban estos especímenes de dos patas, solía paralizarme como lo hice en mi adolescencia frente a esa cueva llena de alimañas rastreras, pero hoy las volteo a ver con compasión y me pregunto ¿Qué les habrá pasado para que sean tan cabronas? ¿Qué traerán dentro para emanar toda esa podredumbre? Me compadezco de ellas y les contesto sus comentarios absurdos y venenosos con firmeza o veces ignorando sus patéticas estrategias de querer encaminar sus muchas frustraciones en un ataque al prójimo que por segundos las hace sentir “mejores” o más privilegiadas.

Estoy hablando en femenino porque el término víbora o serpiente lleva el artículo “la” pero los “el” no se salvan de esta descripción venenosa. Siempre se ha dicho que las mujeres somos las chismosas y cabronas ¡Pero hay machos viborones! Este adjetivo de “víboras” no tiene ni sexo, ni clase social, ni una educación específica, es un adorno que cada cual decide portar según gustos por el deporte del viboreo.

¡Así que a cuidarnos de las víboras y víboros que rondan todo el año! Su picadura solo llega si lo permitimos y el antídoto más eficaz es cuando vemos que todo el veneno que emanan, al que consume antes que a nadie es a ellos mismos. Hay que rezar por ellos y pedirle a Dios que encuentren paz y así puedan enfocarse en ellos mismos y no en querer reflejar sus frustraciones en los demás.

¡Amigos ha cuidar el medio ambiente! dejando que cada miembro que lo conforma siga su camino. El equilibrio está en ser y dejar ser.

ROBERTA CORTAZAR B.

ÚLTIMASCOLUMNAS